domingo, enero 28, 2007


EL AUTOR DELANTE DEL FOSO DEL PALACIO IMPERIAL DE TOKYO (foto A.G.)

VISTA DESDE EL FERRY DEL RÍO SUMIDA EN TOKYO(foto: FAUSTINO PÉREZ)

viernes, enero 26, 2007

IMPRESIONES DE UNA VISITA A LA CIUDAD DE TOKYO (1ra. PARTE)


Por FAUSTINO PÉREZ


Viajar de Santo Domingo a Tokyo equivale a trasladarse a otra dimensión en el tiempo, en el espacio y en la cultura, porque si existe un país en el mundo totalmente opuesto al nuestro, ese país es precisamente Japón. El Imperio del Sol Naciente, es uno de los escasos países privilegiados del mundo, que ha logrado entrar al s. XXI, respetando y mimando sus tradiciones. Todo ello gracias a la disciplina, a la educación, al amor al trabajo y a un altísimo sentido del honor.
Aparte de estar al otro lado del globo terráqueo, o nosotros con respecto a ellos, con trece horas más que en Santo Domingo, lo que implica que si aquí son las siete de la noche, allá son las ocho de la mañana del día siguiente. Además, es una nación compuesta por más de tres mil islas, y aunque en la República Dominicana tenemos algunas, no es comparable. En cuanto a las dimensiones físicas, Japón es casi ocho veces más grande, con una población catorce veces mayor. Sin embargo, en lo relativo a las reservas monetarias y en oro, ahí sí es verdad que nos quedamos cortos, puesto que son más de cuatrocientas cincuenta veces superiores. Ese dato ya de por sí nos da una idea de las diferencias que existen, porque estamos hablando de la segunda economía mundial.
La pregunta que siempre se han hecho los economistas es: ¿cómo es posible que un país, relativamente pequeño, en comparación con los gigantes del mundo, como Canadá, Rusia, Estados Unidos, Australia, Brasil, China, India, Argentina, etc., tenga una economía tan extraordinaria?, encima de ser una nación con un terreno montañoso. Los japoneses, al ser uno de los perdedores de la guerra en 1945, iniciaron su recuperación promoviendo una agresiva política oficial de desarrollo industrial, en especial de la alta tecnología, acompañada de un sistema educativo muy exigente, y todo eso con un impulso tremendo a las exportaciones, y unos gastos muy bajos en defensa.
Toda esa política dio como resultados que Japón sea hoy una auténtica potencia mundial, líder en la innovación tecnológica, y que el analfabetismo sea prácticamente nulo; totalmente contrario a la República Dominicana, donde somos importadores de todos los productos de alta tecnología, y el analfabetismo es tan elevado que da vergüenza decirlo. Ese país asiático es el responsable del 15% de las capturas de peces en los mares del mundo, muy diferente a nosotros, que a pesar de ser una isla “vivimos de espaldas al mar”. El pescado capturado por los marineros japoneses sirve de plato favorito de sus habitantes, lo cual es un hábito mucho más sano que comer carne de pollo, tal como se estila en esta isla. No es de extrañar que el Japón tenga la esperanza de vida más alta del mundo. Solamente en el área de Tokyo y sus cercanías viven treinta millones de japoneses, es decir, más de tres veces la población dominicana total.
Por otro lado, la raza es muy pura en un 99%, porque hay comparativamente pocos extranjeros; aquí en cambio, coexistimos los descendientes de más de trescientas etnias, y por ese motivo se mezclan todos “los tonos del marrón”, como decía una periodista extranjera.
El idioma japonés, a nosotros nos suena como una lengua algo brusca y autoritaria. Cuando ellos dicen que "si", lo expresan con gran entusiasmo y viveza, de tal forma que parece un reflejo militar, y se escucha como: "jaik".
Esa coherencia racial del Japón sirve como aglutinante para conservar las tradiciones, y les confiere un gran sentido de su identidad. Naturalmente, que no es una sociedad perfecta, y lo que es bueno por una parte, puede ser malo por otra. Uno de los grandes problemas tradicionales de la sociedad japonesa, ha sido el aislamiento; ya que, por ejemplo, al atacar a Pearl Harbor, perteneciente a los EEUU, durante la Segunda Guerra Mundial, cometieron un grave error porque era un país con muchos más recursos, y con una tecnología más avanzada; pero esa subestimación fue una secuela del aislamiento y su consecuente falta de información.
Sin embargo, esa equivocación histórica ya ha sido subsanada y compensada con creces, porque los japoneses han asimilado brillantemente toda la cultura occidental, con mucha sistematización. Ellos cuentan con estupendos directores y músicos de orquesta sinfónica, cantantes líricos maravillosos y de música pop, científicos de primera, jugadores de béisbol en las Grandes Ligas, diseñadores de moda en París y en otras grandes capitales, arquitectos famosos mundialmente reconocidos, pintores de primera, por poner unos pocos ejemplos; y siempre conservando celosamente sus tradiciones.
O sea, que ahora es al revés, porque ¿cuántos occidentales son expertos en los instrumentos musicales típicos japoneses?, o ¿quiénes son luchadores de sumo?, o ¿actores de teatro Noh japonés, o peritos en caligrafía japonesa? Hay áreas de la cultura del Japón en las cuales los de occidente han hecho sus aportes, como en la jardinería, en los arreglos florales tipo ikebana, en los bonsáis o árboles en miniatura, en las artes marciales, en la papiroflexia o arte del papel recortado, en el origami a base de doblar el papel…Esto significa que ahora ellos saben y conocen mucho más de nosotros, que lo contrario. Todo esto sin contar los aportes de los descendientes de japoneses en el mundo, porque hay países que han tenido una fuerte inmigración del Japón, como el Brasil, y otros de Latinoamérica y del mundo en tiempos menos prósperos. Basta con recordar a Fujimori que llegó a ser Presidente en el Perú, o al genial artista Manabú Mabé en Brasil.
La historia mía se inicia aprovechando unas vacaciones inesperadas, porque quería conocer más de esa nación. Mi esposa y yo tuvimos suerte porque pudimos reservar los asientos de avión con poco tiempo de anticipación, haciendo escala en París. El hotel logré reservarlo en uno de los distritos más lujosos de Tokyo: el de Ginza, a poca distancia de donde se vendió el metro cuadrado de terreno hace poco, por más de ¡ciento sesenta mil dólares! Esa ciudad resulta cara no sólo para nosotros, - los que ganamos pesos en el subdesarrollo -, puesto que Tokyo aparece siempre entre las tres primeras más caras del mundo, en todas las referencias y comparaciones que se hacen.
El vuelo nocturno hacia París, transcurrió tranquilo, salvo para una azafata coqueta, con un pañuelo coqueto como ella en el cuello, que se pasó el vuelo coqueteando con los demás miembros de la tripulación; y se divertía más con eso, por supuesto, que atendiendo a los pasajeros. Entre los más de cuatrocientos viajeros del Jumbo iban muchos turistas franceses bronceados por el sol tropical, salpicados por algunos haitianos, y no podía faltar la típica dominicana que ya ha “olvidado” su español y ahora llama a su niño “bambino”, la típica doméstica que va a trabajar a Europa, y la típica “bailarina” que baila muy poco verticalmente, y así entre otros.
Las líneas aéreas hacen cosas incomprensibles y absurdas, por no llamarlas de otra manera, ya que si impiden llevar efectos punzantes o cortantes en la cartera, ¿por qué sirven las comidas con cubiertos de metal?; y eso que Francia es la tierra de Descartes.
Después de superar las frecuentes turbulencias, a las diez y media de la mañana pude divisar a lo lejos, muy pequeñita, la Tour Eiffel, y aterrizamos sin contratiempos en el Charles de Gaulle. Este aeropuerto es más que eso, ya que es más bien un complejo aeroportuario, por sus dimensiones y distribución de las terminales. En el aeroparque hicimos el cambio, de la terminal A a la F, en un autobús; luego después de la una de la tarde, salimos hacia el Japón en otro tipo de avión más pequeño con más de trescientos pasajeros, y un poco más lento que el anterior, ya que volaba a ochocientos y pico de kilómetros por hora, en cambio el Jumbo, a veces superaba los mil.
Este jet cuando sale de París, lo que hace es trazar una gigantesca parábola que dura más de doce horas, por encima de la frontera norte de Rusia, en lugar de las ocho horas y media que se tarda de Santo Domingo a París. Este recorrido se inicia sobrevolando los Países Bajos, parte de Escandinavia, incluyendo a Dinamarca y Suecia, -donde pude apreciar los campos nevados al atardecer-, y luego sigue subiendo en el trayecto hacia la helada Siberia. Así fueron quedando atrás, poco a poco, los meridianos que pasan por Grecia, Turquía, la Arabia Saudita, Irán, la India, Indonesia, Korea, etc.; y al final pasa relativamente cerca por las Islas Kuriles, cruza la isla principal del Japón llamada Honshu, da la vuelta por el mar y aterriza en Narita a sesenta kilómetros de Tokyo.
Desde el avión se pueden divisar los campos con sus parcelas muy bien delineadas y con la vegetación de pinos en las colinas conservada. Todo ello con predominio de los tonos grises. El aeropuerto internacional de Narita está construido por todo lo alto, sin escatimar recursos, y hoy en día es uno de los más elegantes, funcionales y confortables del mundo.
Como el aeroparque es muy grande con diferentes aduanas, ellos distribuyen los pasajeros de tal forma que no se formas grandes aglomeraciones. A pesar de ello, en la fila de inmigración apareció un coordinador de fila, que parecía un director de orquesta sinfónica por sus gestos, para distribuir los pasajeros con mayor eficiencia y rapidez.
Al llegar el turno de nosotros, el pasaporte nuestro, -mal llamado “biométrico”, porque no mide ninguna variable biológica-, se resistía tercamente a ser leído por la lectora óptica que transfiere la información de la página a la computadora. Después de más de diez intentos y de buscar al país emisor en una lista, daba la impresión de que son pocos los dominicanos que viajan a ese país. El Japón está tan lejos y el pasaje es tan caro, que se produce una “selección natural”, y no exigen visado a los dominicanos. El funcionario nos grapó unas hojitas y le pegó unos sellos, y así nos dieron entrada al Imperio del Sol Naciente.
Al llegar a la cinta transportadora de las maletas tenían tres sabuesos japoneses oliendo todos los equipajes. Curiosamente el encargado de darle la salida a las maletas, era muy simpático, y fue quien hizo las preguntas típicas acerca del motivo de la visita y de la duración de la permanencia.
Como eran las nueve y media de la mañana, y el check in en el hotel era a la una, me daba tiempo de cambiar divisas, ir a la oficina de información turística, e incluso de navegar por el Internet (a 100 yenes cada 10 minutos), para enviarles los consabidos mensajes de “llegamos bien” a los familiares. Además, aproveché el tiempo para dar una vuelta por la Terminal No. 1, a la que los pasajeros llegan al país por la planta baja y salen de él por la cuarta. Es un edificio con el espacio distribuido de tal forma, que tiene dos alas: la norte y la sur. La Terminal 2 está en otro edificio.
El cerebro de los japoneses tiende a agrupar, a unificar y a estandarizarlo todo, y allí estaban en un lugar específico de la terminal, detrás de una línea amarilla en el suelo, los empleados de los hoteles que van a recoger a los clientes, todos con el mismo traje y con los carteles estandarizados. Es que acabábamos de llegar al Japón, donde todo está perfectamente organizado.
Desde Santo Domingo me había enterado de las diferentes rutas de trenes que pasan por Narita, pero me interesó más un servicio de autobuses llamado Limousine Bus, porque nos permitía ir contempando el paisaje y el tren no. Nos cobraron tres mil yenes por cabeza (el cambio estaba a 118 yenes por 1 US dólar) por los sesenta kilómetros hasta la Tokyo Station, en la ciudad.
La joven que me vendió los boletos nos indicó que teníamos que ir a la parada número 10, que el bus salía en cinco minutos. Al llegar se me ocurrió ponerme al borde de la acera para saber por dónde iba a venir el autobús, porque en Japón se conduce por la izquierda, como en la Gran Bretaña o en Jamaica; y en eso apareció la chica encargada de facturar el equipaje, quien me dijo exactamente dónde tenía que colocarme, y me entregó los comprobantes de las maletas.
El transporte llegó justo a la hora indicada, subimos todos los pasajeros, y antes de partir la joven de la facturación del equipaje subió rápidamente al autobús, dijo una frase en japonés, nos hizo el saludo-reverencia y se bajó con la misma rapidez. Así en todas las paradas de las terminales, el maletero siempre subía y repetía la misma acción. Esas fueron las primeras muestras de la gran cortesía japonesa.
Por la autopista también predominaba el color gris, y noté que los japoneses construyen barreras visuales, muy bien colocadas, que impiden en algunos tramos de la vía ver lo que se encuentra al otro lado. Yo nunca había visto nada semejante en otros países. También cruzamos varios puentes y contemplamos varios ríos o brazos de mar. En ciertos momentos daba la impresión de que estábamos en la Ciudad Gótica, porque se podían ver puentes de trenes y autopistas, y encima más puentes; yo llegué a apreciar hasta cinco puentes, uno encima del otro en diferentes direcciones.
Al arribar a la Tokyo Station tomamos un taxi, y para mi sorpresa el chofer quitó el seguro y nos abrió las puertas desde su asiento al lado derecho, y también abrió el maletero. Luego buscó la dirección del hotel en la pantalla de su computadora y no lo encontraba, indagó en una voluminosa guía, y no lo encontraba, le preguntó a otro taxista, y no lo encontraba, le enseñé un plano, y tampoco lo encontraba. Al final resultó que habíamos llegado sin darnos cuenta, y para recorrer un kilómetro se había tardado veinte minutos. Me cobró 640 yenes, y cerró sus puertas de las misma manera que las había abierto, porque en Japón los clientes no cierran las puertas, eso lo hace el taxista desde su asiento. Luego vino rápidamente y subió las maletas a la recepción del hotel, nos hizo el saludo-reverencia y se marchó.
Era la una y media de la tarde, o sea que desde la puerta de mi casa en Santo Domingo, hasta la recepción del hotel en Tokyo, habíamos tardado unas treinta y siete horas y media, incluyendo las horas de vuelo.

viernes, enero 12, 2007

LO QUE COMUNICA UNA CARA, O EL LENGUAJE DE LAS ARRUGAS

Por FAUSTINO PÉREZ

De la misma manera que los demás auscultan e intentan interpretar nuestros rostros, por razones de supervivencia, de idéntica forma nosotros también observamos y desciframos, hasta donde podamos, las caras de los otros.
Igualmente, cuando estamos en la calle podemos distinguir entre un taxi, un autobús, o un vehículo privado; así de la misma manera podemos inferir que una persona está contenta, o bien, que tiene intenciones agresivas, por poner dos ejemplos opuestos.
En ciertas ocasiones extremas es preciso realizar esa interpretación facial en cuestión de segundos, ya que un error nos puede salir muy caro, inclusive, costarnos la vida. Naturalmente, que esas deducciones toman en cuenta el resto del cuerpo de la otra persona, es decir, lo que se ha llamado el lenguaje corporal, sin embargo, la cara juega un papel fundamental.
Se sabe que de un rostro lo que más información aporta a los demás son los ojos, por eso se ha dicho que son como el espejo del alma, o dicho de otra manera, nos indican cómo es una persona. En la cara también está la boca, que aporta información igualmente, aunque menos que las manos.
Los ojos son como una calle de doble vía, ya que con ellos vemos, y a la vez somos vistos por los demás. Hay un gesto universal que se hace con los ojos, o mejor dicho, con los músculos y con la piel que los rodean, y se conoce como el “flash de ojo”; que ocurre cuando abrimos los ojos, por ejemplo, en un encuentro inesperado y agradable con otra persona, y por igual, cuando expresamos sorpresa por algo. Este ademán se hace en todas las culturas, repito. Esto es independiente de la dilatación de las pupilas que se produce cuando algo nos gusta, desde un plato de comida apetecida hasta un ser querido. No nos referimos al aumento o contracción pupilares en función de la cantidad de luz en un ambiente determinado.
Tanto si resaltamos los globos oculares, o no, al interactuar, o al expresarnos; o bien, cuando mostramos nuestros sentimientos, movemos los músculos de la cara, y de esa interacción surgen con el tiempo las arrugas, también conocidas como pliegues, dobleces o surcos. Todo ello debido al tira y afloja de los 22 músculos de la expresión que tenemos a cada lado de la cara.
Existen otros muchos factores que influyen en la aparición de las arrugas de un rostro, tales como: la edad, y ya se sabe que mientras más envejecemos más arrugas aparecen; la raza, puesto que los caucasianos envejecen más rápidamente; la alimentación, porque no es lo mismo desayunarse con crema de langosta que comerse un pan barato; los cuidados que le dispensemos a la piel de la cara, debido a que hay diferencias sustanciales entre tratársela con crema de placenta que lavarse la cara con un jabón indebido; a las enfermedades que se padezcan, porque algunas de ellas producen dolores agudos; a la ley de la gravedad que hace que todo se caiga con el tiempo incluyendo la piel; la profesión también afecta, ya que no es igual ser marinero a la intemperie, que trabajar en una oficina en un ambiente climatizado; el idioma que se hable es importante, porque para articular las palabras es preciso colocar los labios de ciertas maneras; los deportes que se practiquen, si es, por ejemplo, vólibol de cara al sol eso influye; las gesticulaciones que hagamos son fundamentales, el clima es importante, los hábitos de dormir, los vicios, la herencia, el estrés, la condición de la vista, el tipo de cutis, y así por el estilo.
Se sabe que la piel de la mujer es más delgada, más suave y más transparente que la del hombre, y ese es un factor importante en la aparición de las arrugas de un rostro. Hay que tener en cuenta, además, que en la cara los músculos están unidos a al piel, y en el resto del cuerpo están adheridos a los huesos. Esta es una propiedad que favorece la expresividad, pero si abusamos, aparecerán más arrugas con anterioridad.
En el rostro también se verifican los llamados impulsos cruzados, es decir, que si miramos una cara de frente y la dividimos en dos mitades trazando una línea imaginaria vertical por el centro; el lado derecho de la cara está regido por el hemisferio cerebral izquierdo, y el costado izquierdo por el hemisferio derecho.
Pero lo qué sucede es que cada hemisferio cerebral está especializado, por así decirlo, y el derecho, -que controla el lado izquierdo del cuerpo-, se encarga de las facetas no verbales de nuestra personalidad; es también el que sirve para agrupar mentalmente las cosas, y tiene muy poco sentido del tiempo. Se emplea, por igual, para las relaciones espaciales, y es por lo tanto el lado de la creatividad, de la imaginación y de las corazonadas.
Por el contrario, el hemisferio cerebral izquierdo, -que rige el lado derecho de nuestro cuerpo-, es el que se especializa de todo lo que sea verbal, analítico, abstracto, que se relacione con el tiempo, con lo racional, y con el empleo de números. Es el costado del cálculo y de la premeditación.
Teniendo en cuenta lo anterior, pasemos a analizar las arrugas del rostro: Es necesario tomar en cuenta que cuando en un rostro aparecen dos o más surcos predominantes, hay que sumar, por decirlo de alguna manera, los significados de los mismos. Por ejemplo, a título de ilustración, si una persona es diplomática y pedante, no es lo mismo que sea diplomática y agresiva; es decir, las resultantes serán diferentes.
También hay que señalar que hay arrugas que se pueden cruzar, como les ocurre en la frente a ciertas personas, que tienen esa área del rostro como un “tablero de ajedrez”, en cambio hay otras que a algunas personas se les convierten en una a continuación de la otra, como sucede a los lados, en los llamados cachetes, mofletes, mejillas o carrillos.
1.- La arruga número uno, casi siempre suele salir a un lado de la frente. Se trata de pequeños arcos, entre tres y cinco, normalmente. Esta es típica de las personas escépticas, que desconfían del otro, y de las incrédulas.
2.- La número dos es vertical y va desde la base de la nariz hacia arriba. En la mayoría de la gente que la tiene, la arruga mide poco, pero a determinadas personas les llega hasta el nacimiento del cabello arriba. Expresa concentración, o preocupación. También aparece cuando se padecen dolores intensos, o bien, en los casos en que se tenga que defender mucho del sol o de una luz intensa. Otros la desarrollan por problemas de la visión.
3.- Las famosas “patas de gallina”, que salen entre la sien y el rabillo del ojo, acostumbran a salirle a la gente muy risueña y de sonrisa fácil; de la misma manera, ocurre con los sujetos con problemas visuales y los que tienen que protegerse del sol o de una luz fuerte.
4.- Las ojeras que aparecen debajo de los ojos, indican excesos de cualquier tipo; desde falta de sueño, hasta una resaca, pasando por el agotamiento físico, o por el sexo, etc. En algunas personas, por razones hereditarias, en particular ciertas de origen árabe o hindú, tienen esa mismas ojeras permanentemente, no obstante, si cometen excesos, el color se verá más oscuro o saturado.
5.- La arruga de la risa aparece a un lado de los mofletes, cachetes, carrillos o mejillas. Sale al lado del surco de la resignación. Quien interpreta las arrugas debe de deducir, principalmente por la forma de la boca y por las patas de gallina, si las tuviese, de cuál arruga se trata.
6.- Existen unos pliegues finos que acostumbran a salirles a las personas irritables o irascibles. Aparecen a los lados de la nariz. Es como si todo les “oliera mal”. También los desarrollan aquellos que quieren aparentar lo que no es, o sea, como una manera de disimulo.
7.- A partir de la comisura de los labios, en sentido horizontal, se desarrollan unas arrugas que parecen prolongaciones de la boca, y son típicas de los dependientes, diplomáticos, etc.; es decir, de gente que tiene que tratar a otras personas y que se ve forzada a sonreír por conveniencia, por educación o por las circunstancias. Expresa cinismo, hipocresía, y en el mejor de los casos, diplomacia.
8.- Saliendo de las comisuras la boca, también, pero en sentido vertical hacia abajo, está la arruga de la amargura. Cuando el pliegue es el diagonal hacia fuera, puede significar, ensimismamiento, o locuacidad.
9.- Si volvemos a la frente, encontraremos unas arrugas horizontales, que expresan pedantería, orgullo, engreimiento, sensación de autovalía, etc. En algunas enfermedades mentales hacen su presencia, tales como el delirio de grandeza, la paranoia típica, y así por el estilo. Cuando las arrugas de la preocupación-concentración las cruzan las de pedantería perpendicularmente, se produce el efecto de “tablero de ajedrez”, en la frente, como ya se comentó.
10.- Hay una arruguitas que serpentean la frente de la gente que se compunge, o que se aflige. Son una especie de altos relieves verticales, que pueden confundirse fácilmente con las arrugas de la concentración-preocupación. También salen a partir de la raíz de la nariz. Suelen ir acompañadas de una boca que estuviese a punto de llorar, con una protuberancia hacia adelante, lo que se llama hacer pucheros.
11.- Hay otro surco pequeño horizontal que se presenta en la raíz de la nariz. Expresa agresividad, propensión al ataque, o al mal humor.
12.- Ya mencionamos la arruga de la resignación, que aparece en la mejilla, al lado del pliegue de la risa. En ciertos casos, este surco se une con la de la amargura o con la del ensimismamiento, y producen un solo pliegue.
13.- Hay una serie de arruguitas que salen alrededor de la boca verticalmente, en especial a las mujeres, que se caracterizan por tener mucho carácter, con mucho autocontrol, disciplina, y fortaleza de espíritu. Son féminas que se imponen sobre los demás y a quienes les gusta controlar y mandar. Estos pequeños pliegues son típicos de las monjas, de las “jamonas”, y de las mujeres que son militares.
Hay que aclarar que el carácter está dominado por la voluntad, o sea que responde a una actitud modificable, a un cálculo, a una premeditación y a un convencimiento; en cambio, el temperamento viene dado por aquel conjunto de impulsos, pasiones y sentimientos considerados como intocables, por ser más “primitivos”, los cuales fluyen de una manera espontánea y libre, por lo que no son modificables.
Es mucho lo que expresa un rostro y sus áreas aledañas, como el cuello, cuyas arrugas son una muestra inequívoca de los años que se tienen encima.
Como se sabe existen numerosas formas de disimular una cara, o de alterarla, modificarla o incluso cambiarla. Entre los factores naturales tenemos el peso corporal, porque si alguien es muy mofletudo por la gordura, las arrugas a los lados de la cara le saldrán más arqueadas, si acaso. En los hombres están la barba y el bigote, y algo menos las patillas, que pueden hacer cambiar sustancialmente el aspecto. El bronceado de piel, influye en el aspecto general.
En cuanto a los procesos artificiales, el más fácil y barato es el maquillaje, pero también están las cirugías que tienen efectos más permanentes, los implantes, las inyecciones de colágenos, de botox, etc. Ya se han realizado transplantes completos y parciales de cara, según nos cuentan las noticias. Indirectamente, hasta el peinado también influye en el “look” de un rostro.
Ya vimos que la edad es uno de los principales factores que inciden en la aparición de las arrugas, pero no se preocupen, que el tiempo no pasa, es uno quien pasa en el tiempo.

ESQUEMA DEL SIGNIFICADO DE LAS ARRUGAS (diseño: FAUSTINO PÉREZ; ejecución: AUGUSTO VALDIVIA)

viernes, enero 05, 2007

LA CULTURA DEL “DAME UN CHANCE”

Por FAUSTINO PÉREZ

Si existe una frase alrededor de la cual giran y se embrollan los problemas más acuciantes de este conglomerado humano, sería: “dame un chance”, cuando se trata de uno mismo, o “dale un chance”, en lo casos en que se interceda por otro. Las repercusiones de esa expresión son increíblemente perniciosas.
El vocablo “chance” tiene su origen en el idioma francés, y entre nosotros, aparte de significar “oportunidad”, o bien, “la posibilidad de conseguir algo”, según consta en el diccionario, también puede tener otras connotaciones, como sería: “¿cuál es tu precio?” Hay gente que confunde el “chance”, con el “laissez-faire”, que significa “dejar hacer”, en francés, pero éste último término no es más que una consecuencia del chance.
El término simplificado “laissez-faire” fue empleado por primera vez en Francia por los llamados fisiócratas, en el S. XVIII. Ellos defendían el criterio de que el origen de la riqueza era atribuible exclusivamente a la naturaleza; y la frase completa era: “laissez faire, laissez aller, laissez passer”, que traducida significa: “dejar hacer, dejar ir, dejar pasar”, la cual surgió como el antídoto frente a la injerencia estatal en el comercio; de ahí pasó a ser un sinónimo de mercado libre en el siguiente siglo.
La “cultura del chance” permea toda la sociedad dominicana, y atrasa todo el desarrollo económico y social. Es más, se ha convertido en el “condimento” indispensable de la corrupción, y en un estilo de vida ante las precariedades. Es el truco ideal para la supervivencia. Es un espejo donde nos miramos todos, incluyéndome yo mismo, por supuesto.
Hay que aclarar, no obstante, que en principio la cadena del “dame un chance”, se inició desde arriba hacia abajo en la sociedad, ya que hay personas que se creen que son intocables, y de hecho algunos lo son, pero ese mal ejemplo es visto por los de las clases media y baja, y naturalmente, ellos también quieren tener los mismos privilegios, léase, los mismos chances.
Yo sé de extranjeros residentes y acostumbrados a vivir en la República Dominicana, lo que se conoce como “aplatanados”, que ya se han habituado a la cultura del chance, hasta tal punto, que logran optimizan la “pesca en río revuelto”, o lo que es igual, al caos producido por el desorden.
Cuando el agente de policía atrapa a alguien cometiendo una infracción, el detenido le dice: “dame un chance”. Cuando la esposa encuentra al marido perpretando una infidelidad, éste le dice llorando: “dame un chance, mi amor”. Cuando la alumna no domina la asignatura y se presenta al examen sin saber nada, le dice al profesor al final: “deme un chance, yo creía que sabía, pero se me olvidó todo por culpa de los nervios”. Cuando se vence al plazo para pagar los impuestos, siempre se asume que va a haber un “chance”, es decir, una prórroga…
Sin embargo, es preciso señalar que el problema se origina en la crianza sobreindulgente que damos a nuestros hijos, y aunque esa condescendencia excesiva no es exclusiva de la República Dominicana, sí estamos entre los más afectados. Esa ñoñería crea un círculo vicioso de amplias consecuencias negativas. Aquí los niños son criados prácticamente a su libre albedrío, haciendo lo que les da la gana, y a lo mejor un día los padres descargan el estrés con ellos y les propinan una tremenda paliza, pero no hay una educación sistemática.
Los niños están tan libres que algunas veces van con los progenitores a la playa, y estos se entretienen en el goce y disfrute de la vida, y se olvidan de sus vástagos, porque hay que darles un chance a los críos de que se diviertan, hasta que alguien les dice que uno de ellos se ahogó.
Esta crianza da como resultado unos “ciudadanos” adultos, que no son tales, porque, por ejemplo, no saben ni siquiera cruzar una calle, ya que nunca nadie les ha dado un mínimo de educación vial, y por eso la cruzan por cualquier lugar; o unos conductores que en su vida han respetado el “paso de cebra” de los peatones en las esquinas, es más, tampoco saben para qué sirven; la misma actitud despectiva la tienen con los semáforos; o bien, gente que jamás en su existencia ha pagado un recibo de la energía eléctrica, o del consumo del agua. Pero el colmo son aquellos que van por la calle tirando basura por doquier, teniendo una papelera al lado, inclusive, al igual que lo haría un animal que defeca en cualquier sitio. Ellos también votan en las elecciones y hay que darles un chance.
Por cierto, en los países civilizados los dueños sacan de paseo sus perros y recogen la materia fecal de estos y la depositan donde debe de ser; aquí yo he sido testigo de cómo se permite por sus dueños, que los perros hagan sus necesidades precísamente en la puerta de la casa de uno. ¿Por qué los cocheros se pasean por las calles y avenidas y sus animales que les proporcionan el sustento, ensucian toda la ciudad, y nadie les llama la atención, pudiendo colocarles un recipiente en el trasero para que evacuen, con el fin de evitar que depositen sus excrementos en el pavimento? Lo mismo sucede con aquellos que venden helados en la calle, que emplean una tijeritas para cortar un extremo de helado y tiran todo a la calle, pudiendo recoger todos esos desperdicios sin mucha molestia para ellos. Naturalmente que al ser “padres de familia” hay que darles un chance.
Otro acto de insensatez lo cometen los vendedores de las avenidas Mella y Duarte, y de las calles París, José Martí, y zonas aledañas, quienes encima que ocupan un espacio público sin pagar impuestos, también dejan todos los desperdicios en las aceras y calles, sin que ninguna autoridad les llame a capítulo, ni mucho menos que los eduque u obligue a recogerlos. No digamos nada de los haitianos ilegales que también hacen lo mismo. Pero hay que darles un chance, porque ellos también tienen que comer. La labor de destapar el drenaje pluvial, no es competencia de ellos, a pesar de ser los causantes.
Aquí vienen haitianas embarazadas en tour a parir gratuitamente en nuestros hospitales, que son mantenidos por los impuestos que pagamos los dominicanos, pero por razones humanitarias mal entendidas y por darles un chance a las “pobres haitianas”, se permite eso. Además de emplearse nuestros escasos recursos en esa práctica, nos crea un problema jurídico muy serio. ¡Hasta dónde puede llegar la estupidez humana!
Paradójicamente, nuestras autoridades se pasan la vida viajando al extranjero, con los dineros de los contribuyentes, y nunca aprenden y copian nada bueno de lo que ven afuera en otros países.
¿Por qué en Japón cuando las personas tienen gripe se ponen una mascarilla?, y aquí es raro el adulto que ande con un pañuelo siquiera, en un bolsillo; y para colmo se suenan las narices depositando la mucosidad en el suelo con lo cual se propaga la enfermedad, porque al secarse el moco, la brisa lo expande y al respirarlo las demás personas se contagian. Esta práctica yo la he visto en la misma calle, en las aulas, en el cine, en la casa y en cualquier sitio, y luego le dan la mano al primer amigo que encuentran. Esta costumbre malsana provoca que tengan que acudir más enfermos a los hospitales, con lo cual el Estado tiene que gastar más en salud, y todo por la ignorancia y por la cultura del chance y la tolerancia.
Es increíble el alto porcentaje de universitarios, y digo universitarios, no por tener un nivel académico sino porque asisten a las clases en una “universidad”, que no poseen la más mínima idea de lo que es un microbio o una bacteria, un parásito, un hongo, o un virus, y mucho menos tienen noción del daño que causan. A ellos también les dieron un chance en su crianza.
Es frecuente ver estudiantes uniformados provenientes de las escuelas públicas, paseando por la calle a las diez de la mañana, o acudiendo a centros de dudosa reputación, en lugar de estar en clase. La misma actitud displicente muestran muchos “profesores”, a todos los niveles, incluyendo los de universidad, que son incapaces de redactar una carta o un texto sin cometer numerosas faltas ortográficas; pero claro, hay que darles un chance porque ellos votan en sus respectivas elecciones gremiales y en las nacionales.
Aquí hay cada vez más, profesores que no corrigen los exámenes en las universidades, y les ponen notas excelentes a los estudiantes que se presentaron, a los que no asistieron a la prueba, a los que retiraron la asignatura, y a los que fallecieron durante el período. Esto es fácil de comprobar, porque en un aula, el total de los estudiantes, no puede ser sobresaliente, matemáticamente hablando. A todo esto los dos ministerios que tienen que ver directamente con la educación, no se dan por enterados; y por supuesto, a los estudiantes les gusta ese tipo de chance, porque les sube el índice académico sin ningún esfuerzo. Lo de aprender es secundario, y es algo que sólo les interesa a unas minorías de universitarios, porque en general, es irrelevante para ellos.
En una noche de este segundo semestre del 2006 que pasó, coincidieron cinco fiestas en la Universidad Autónoma. Naturalmente, que a “bachatazo” limpio es francamente difícil estudiar, pero hay que darles un chance a los muchachos de que descarguen el estrés acumulado por culpa de los dichosos ”estudios”. Y a todo esto, muchos padres que se sacrifican por sus hijos creen que sus vástagos están estudiando.
Antes las clases se iniciaban el lunes siguiente después de Semana Santa, en las escuelas y colegios públicos y privados, ahora empiezan, como muy pronto, el miércoles siguiente, porque como ustedes sospechan hay que darles un chance porque están muy exhaustos de los días de asueto.
A nivel familiar, estoy cansado de ver a madres que permiten que sus hijos jueguen con monedas y con papel moneda y permiten que los niños se los lleven a la boca; y ellas no se dan por aludidas. Pero como a los niños hay que mimarlos, y todavía son muy pequeñitos los pobrecitos, hay que darles un chance para que se contagien o para que se traguen la moneda. Igualmente ocurre con los fuegos artificiales, que después que los infantes pierden una mano o se queman la cara, entonces los quieren educar.
Peor aún, ellas dejan que sus hijos jueguen en el suelo de los parques, donde previamente estuvieron acostados los perros sarnosos. Luego tienen que llevarlos al Instituto Dermatológico, sin explicarse qué les ocurrió.
Pero todo lo anterior no es nada comparado con el mal hábito de tocar la comida con las manos, lo cual es tan frecuente en nuestro país que se ha convertido en algo cultural, o sea, en un hábito arraigado. Hay gente que vende fritura en una esquina, que sirve a los demás tocando la comida con los dedos, luego cobra a los clientes, y a continuación, le sirve al siguiente con las manos sucias. Uno se pregunta, entonces, ¿para qué está Salud Pública?, bueno, para darles un chance a los activistas del partido de turno.
Aquí se consumen más bebidas gaseosas que leche, y la gente no se da cuenta del daño que hacen, ya que algunas de ellas son muy adictivas y a los niños los convierten en adictos sin darse cuenta, porque hay que darles un chance de que disfruten de su bebida preferida. Encima de lo anterior, esas gaseosas estropean los dientes, pueden producir diabetes a largo plazo, ponen a los niños hiperactivos, hacen daño a los riñones, y así sucesivamente. Y no digamos nada de las bebidas alcohólicas que han sido las causantes de tantas desgracias y han malogrado tantos talentos, pero hay que darle un chance a la gente de que se divierta.
Nosotros tenemos el mal hábito de comer por el sabor; esto significa que si nos dan la porquería más grande del mundo, si sabe bien, nos gusta y la seguimos consumiendo, y luego sufrimos las consecuencias. De esa forma se consume y se paga por “carne” que no es más que cartílagos, tripas de animales y piltrafas molidos, con mucha sazón. Pero siempre queremos un chance de degustar los “alimentos”.
Quienes sí saborean sus ganancias si no son atrapados, son los contrabandistas. Sin embargo, en caso de ser descubiertos intentando introducir mercancías sin pagar impuestos, descaradamente, por unos montos de millones de pesos, sus nombres no se publican para darles un chance de pagar las tasas aduaneras.
La gran mayoría de los “banqueros” que han estafado a los ahorrantes durante décadas, están en libertad disfrutando de los ahorros de los demás, porque la “justicia” les dio un chance. Y lo mismo les pasa a los narcotraficantes, a quienes se les da un chance por intercambio sobornando a los jueces. Los políticos que al llegar a los cargos públicos gastan sus respectivos presupuestos en los que les da la gana, sobre todo para su lucro personal, casi nunca les sucede nada; a la gente del partido de turno hay que darles un chance, porque los esforzados activistas llevaban años haciendo proselitismo. Existe, por supuesto, un organismo inoperante creado con el fin de sancionar la corrupción, y ¿qué hacen?, díganme ustedes, porque yo francamente no lo sé, aparte de archivar los expedientes para dar chances.
En Navidad ocurre algo muy “curioso”, por no llamarle de otra manera, y es que en los barrios pobres la gente hace colectas y se organiza voluntariamente, para adornar con luces de colorines sus casas y espacios públicos; pero no se les ocurre ni a ellos ni a sus “líderes” barriales, hacer eso mismo para erradicar la basura que tanto les afecta la salud y el medio ambiente, pero hay que darles un chance de que pongan al barrio “bonito”. Además, en un país con tantas precariedades energéticas producidas por la misma cultura del chance, es absurdo aumentar el consumo de energía eléctrica, para incrementar la importación de petróleo.
Eso mismo pasó con el gas licuado de petróleo, que al estar subsidiado para beneficio de las amas de casa, empezó a ser utilizado como combustible, tanto para vehículos del transporte transporte público, así como también del privado. Esa práctica ha degenerado hasta tal extremo, que no es raro ver vehículos de lujo aprovisionándose de gas. Ahora el gobierno no se atreve a quitar el subsidio, o controlar la venta del combustible, para darles un chance a los conductores.
Los que conducen un vehículo consumiendo una bebida alcohólica, o hablan por el celular temerariamente, o bien, despiertan a medio vecindario con su música estridente a las tres de la madrugada, o no usan el cinturón de seguridad, también piden un chance, a la policía… y a la muerte. Y si andan armados, con mayor motivo.
Y del chance que se les da a los propietarios de vehículos destartalados, quienes tienen que sobrevivir y mantener sus familias, con esas auténticas chatarras con ruedas, las cuales, no obstante, “pasan” por una “revisión” anual, la cual pone en evidencia el grado de corrupción descarado que existe.
Quienes sí hacen lo que les da la gana son los motoristas, porque les dan muchos chances, ya que si se encaprichan, se dedican a hacer piruetas circences en las autopistas, o bien, avasallan a los peatones en las aceras, o les da por no respetar los semáforos en rojo delante de los policías que regulan el tránsito…Siempre tienen unas prisas patológicas, aunque sea para llegar en una ambulancia al hospital más cercano, o a la morgue de Patología Forense.
El metro merece un capítulo aparte en la cultura del chance, porque se nos quiere “vender“ la idea de que es una inversión en ese medio de transporte subterráneo y no un gasto, pero a todas luces se trata de un gasto porque es prácticamente imposible que deje beneficios; y además es un gasto absurdo, y descabellado, al endeudar al país aún más, y apretar más el cinturón a la población con mayores cargas impositivas, y encima, si es que se termina algún día, va a ser deficitario. Financiar el metro de esa manera significa hipotecar aún más el futuro del país. Esto implica, que sería otra carga más para el Estado que está tratando de eliminar subsidios a toda costa. Naturalmente, hay que darles un chance a los íntimos para que se hagan más ricos, porque cobran comisiones de los préstamos externos y también de los gastos en las obras. Por otro lado, es preciso darles un chance a los de Villa Mella de que lleven sus chicharrones a las oficinas de la Feria.
Otros que se dan un tremendo chance a sí mismos son nuestros legisladores, ya que apenas trabajan, se han aprobado sueldos extravagantes de lujo, tienen exoneraciones de vehículos, y les mantenemos sus fundaciones de fachada, sus secretarias y choferes pagados, con sus despachos suntuarios…todo eso porque ellos necesitan de un chance porque tienen que gastar demasiado dinero, tiempo y esfuerzo en sus respectivas campañas. Ah, y encima hay que concederles una “ayuda” para que aprueben las leyes, y pensionarles sus familiares y amistades.
Esta es sólo una visión superficial de la cultura del chance, que tanto nos afecta, pero yo les voy a dar un chance a ustedes de que se imaginen el resto. Es muy fácil, porque para donde quiera que uno mira se encuentra con lo mismo.
Sólo me queda el consuelo de saber que ustedes también me van a dar otro chance a mí, con seguridad, si llegaron hasta aquí en la lectura de este artículo.