viernes, enero 20, 2012

LOS COLORES DE LA DOMINICANIDAD Y LA VIRGEN DE LA ALTAGRACIA


Imagen de Nuestra Señora de la Altagracia venerada en el santuario de Higuey


Talla en madera con el tema de la virgen de la Altagracia, en los jardines del Parque de los Tres Ojos (foto: Faustino Pérez)

Por Carlos Hernández Soto

En República Dominicana, cada 21 de enero se celebra, a nivel nacional, la festividad de la Virgen de la Altagracia. Los orígenes de esta fiesta están relacionados con la etnogénesis del pueblo dominicano.

En 1691, dominicanos y españoles obtuvieron un resonante triunfo contra los franceses en La Limonade, hoy territorio de Haití. Las huestes dominicanas, compuestas en su mayoría por negros y mulatos, atribuyeron el triunfo a la Virgen de la Altagracia, a quien invocaron durante la batalla. Lanceros de la región del Este, donde comenzó el culto a la Altagracia, tomaron parte en ese combate e hicieron un voto a la Virgen en virtud del cual celebrarían cada año la fiesta de su protectora en la batalla. Por eso, a partir del año siguiente, 1692, comenzó a celebrarse en esa fecha -21 de enero- la festividad de la Virgen de la Altagracia, que luego se extendió a lo largo y ancho de la República. A partir de entonces, la Virgen de la Altagracia se convierte en símbolo de dominicanidad.

Cuando se proclama la República el 27 de febrero de 1844, “el pesado silencio de la dominación (haitiana) se rompe al fin al estentóreo grito de Viva la República Dominicana, viva la Virgen María”. Obsérvese la relación entre nacimiento de la República y la Virgen María.

Hay un estrecho vínculo entre los colores de la bandera dominicana y los colores de la imagen de la Virgen de la Altagracia. El propio Juan Pablo Duarte, junto a Isidro Pérez y Pedro A. Pina, fueron quienes escogieron para el pabellón nacional los colores azul y rojo asociados a una cruz blanca “para simbolizar la unión de las razas que poblaban el país por los lazos de la redención cristiana” (Ramiro Matos González, Banderas y escudos dominicanos, 1981, p. 9).

Si observamos la imagen de la Virgen de la Altagracia expuesta en el santuario de Higüey, nos llama la atención los colores que priman en ella: azul, rojo y blanco. Estos son los mismos colores del pabellón nacional: el azul del manto de la Virgen, el rojo encarnado de su vestido y del manto de San José y el blanco en forma de cruz del delantal de la Altagracia.

Desde el punto de vista religioso, la fiesta de la Virgen de la Altagracia no es más que una prolongación de los doce días de celebración de la fiesta de la Na(ti)vidad o Encarnación de Jesucristo. Pero a nivel de la nacionalidad dominicana, la festividad de la Altagracia se enmarca dentro del contexto del surgimiento del pueblo dominicano y de la proclamación de la independencia nacional celebrada el 27 de febrero, cuando se enarboló por primera vez la bandera dominicana con los colores que simbolizan la diversidad étnica del pueblo dominicano y que están plasmados en la imagen de la Virgen de la Altagracia.

La Altagracia es familiar en el pueblo dominicano. Es conocida popularmente como Tatá o Tatica. Con este nombres es conocida también en Haití, donde vi un tap-tap multicolor que tenía pintada la imagen de la Altagracia y portaba la siguiente leyenda: “Voici Tata”. En República Dominicana muchas mujeres llevan su nombre en diferentes versiones familiares: Altagracia, Gracita, Tata, Tatica. Hasta los hombres pueden llevar Altagracia como segundo nombre.

Indudablemente la Virgen de la Altagracia forma parte del pueblo dominicano como una persona insigne y sagrada y constituye un símbolo nacional intocable.

jueves, enero 12, 2012

¿Salvará a la UE un rediseño? Se creará la élite de los países más fuertes


Pirámide Invertida en las galerías del Museo del Louvre de París (foto: Faustino Pérez)

Por Manasés Sepúlveda

En varias ocasiones y así consta en los archivos de este blog, he expresado que la asimetría económica, social y cultural de los países de la Unión Europea hacían de esta entidad multifronteriza un problema para su estabilidad económica y política.
De hecho, las crisis que la han sacudido (que se han vuelto cíclicas) ha sido el motivo de que muchos ciudadanos europeos se desencanten o se vuelvan escépticos ante un futuro no muy halagador de la Unión, a pesar de que han visto cómo sus líderes entre ellos Sarkozy y Merkel hacen esfuerzos ciclópeos para mantener con vida la zona euro.
Ahora la situación de la zona euro es incierta. Pero muchos europeos no se dan cuenta de que la crisis no empezó ahora, sino desde su misma creación: sus lídres no fueron previsores en cuanto a la convergencia de las economías débiles junto con las fuertes de sus países y los problemas que acarreaba que a la postre se convirtieron en asimetrías que ahora son difíciles de superar, a menos que sean con procesos traumáticos y de mucho sacrificio para sus ciudadanos como son los casos de Grecia e Italia.
Otro de los males desde su inicio fue la entrada de países que no estaban preparados para las expectativas de la Unión. Existen economías europeas que son muy difíciles de atar con las normas del Banco Central Europeo, la Comisión Europea o del Pacto de Estabilidad. Ahí es que está el problema: crear un mecanismo eficiente, casi sagrado para que los países miembros ajusten sus presupuestos de manera armonizada y conjunta así como una severa disciplina fiscal que no afecte sus respectivas soberanías.
Ante un cielo nublado y sin estrellas, el directorio franco-alemán que lidera la Unión Europea han forzado para que ocurra el llamado Acuerdo Internacional para Reforzar la Unión Económica que busca entre otras cosas el reforzamiento de la disciplina presupuestaria entre los paíes miembros, en el cual todos los Estados se comprometen a tener un presupuesto equilibrado, donde los gastos no pueden superar los ingresos, o con superávit.
Sin embargo el acuerdo admitirá excepciones como la situación económica en que se encuentre un país o los periodos de profunda recesión económica. Estas reglas deberán aprobarse en las constituciones de cada país y es llamada por los líderes europeos como la "regla de oro·.
Este acuerdo constituye un rediseño económico de la Unión, no así de actitudes o gobernanzas tradicionales que posteriormente se constituyen en déficits que es donde está el problema medular. Sin embargo, y sin constituirnos en euroescépticos vemos en lo adelante un nuevo fracaso en este rediseño.
Al final del camino, se prevé una Unión Europea que estará sólo formada por los "países más fuertes", aquellos que han logrado autodisciplinarse y de carácter excluyente rodeada de antiguos miembros con las que tendrá que lidiar con un rediseño que marcará la economía del futuro.