MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: PARÍS (QUINTA PARTE)
Por FAUSTINO PÉREZ
París es una ciudad que seduce al visitante, es una particularidad que nadie puede negarle: su poder de cautivar y de maravillar; y a nosotros nos había llegado el último día hábil de hacer turismo en esa urbe, y apenas nos habíamos percatado. Empero, aún nos faltaba por visitar el nuevo Musée du Quai Branly y la Tour Eiffel, cerca el uno de la otra. Era para lo único que teníamos tiempo ya, la nostalgia vendría después.
A eso de las diez y cuarto de la mañana salimos a tomar el metro en la estación Tuileries de la línea uno, cerca del hotel, para llegar a la estación del Trocadéro, haciendo transbordo a la línea seis en la estación Charles de Gaulle-Etoile, o sea, la que está debajo del Arco de Triunfo. En el andén del metro vimos a la típica pareja besándose, una práctica muy corriente en París. Lo hacen en todos lados, en la acera, a la orilla del Sena, en el vehículo…En otros países podrían hasta ir presos por besarse en público, pero aquí en Francia no.
En el Trocadéro está el Palais de Chaillot y tienen varios museos, incluyendo el Museo del Hombre de París, el Museo Nacional de la Marina, el Museo Nacional de los Monumentos Franceses, y también se entra al Teatro Nacional de Chaillot.
Desde esa colina se tiene una vista privilegiada de la Tour Eiffel, de toda la explanada con sus fuentes que la adornan, y al fondo después de la torre, se encuentran los Champ de Mars y la famosa Escuela Militar. Estos Campos de Marte sirvieron de inspiración ¬– salvando distancias – a los haitianos para bautizar sus Champ de Mars de Port-au-Prince, al lado de su Palacio Nacional; pero cualquier parecido con los campos originales de París, aparte del nombre, es pura coincidencia.
En los alrededores del Trocadéro habían montado una exposición de vehículos antiguos, con centenares de ellos, desde el pequeño Fiat 500 hasta un Rolls-Royce clásico, pasando por autos deportivos de antaño, descapotables, de lujo, utilitarios, etc. Un verdadero derroche de modelos.
Prácticamente todos los vendedores de souvenirs de la parte alta del Trocadéro son de origen africano, y en los alrededores de la Tour Eiffel que se encuentra abajo en la explanada, son de origen árabe. Ambos grupos tienen un código de comunicación fácilmente imperceptible para los turistas, de tal forma, que cuando suena la alarma de que se acerca la policía, todos salen corriendo a la vez para que no los atrapen, y uno no sabe cómo se comunican entre ellos; probablemente sea algún tipo de silbido. Esa es una práctica que se repite una y otra vez a lo largo del día. Es evidente que la policía no quiere atraparlos, o sea, que lo que pretende es asustarlos y mantenerlos a la defensiva; porque el detenerlos para deportarlos no creo que sea tan difícil.
También las gitanas tienen su “territorio” para practicar su mendicidad profesional. Como yo ya me sabía su “gancho” o ardid, cuando una de ellas se me aproximó con el típico: “you speak english?”, yo le contesté de mala manera, a la vez que le hacía el gesto vulgar con el dedo mayor hacia arriba: “yes, fuck you”. Naturalmente que no le gustó, porque no se lo estaba esperando.
A la Tour Eiffel también la vigilan y la patrullan militares armados con armas largas, porque aparte de ser el monumento más visitado del mundo, hace tiempo que se convirtió en un icono rentable, imitado, permanente, importante, influyente, trascendental y muy reconocible, a nivel mundial; o si se prefiere, en un símbolo de la ciudad. Ya habíamos visto militares patrullando en las cercanías del Museo del Louvre.
Sin embargo, lo que realmente me interesaba era conocer el nuevo Musée du Quai Branly. De todas formas tenía que preguntar, porque en la Oficina de Turismo del aeropuerto no me pudieron dar ningún folleto; es más, ni siquiera lo conocían porque había sido inaugurado no hacía mucho tiempo, a mediados del año 2006.
Después de preguntarles a varios peatones, quienes no supieron informarme, un vendedor de un quiosco de revistas nos orientó. El Musée du Quai Branly es muy original, y con lo primero que uno se encuentra cuando camina desde la Tour Eiffel, es una fachada impactante de hierbas y musgo, regada con un sistema de goteo desde arriba; luego está una especie de pared alta de plástico. Al entrar a los jardines tienen un ambiente semi-selvático con más hierbas, pero esta vez altas.
Se trata de una institución museística de carácter etnológico, antropológico y musicológico, es decir, que abarca las culturas, artes y civilizaciones antiguas de los continentes americano, africano, asiático, y oceánico. La colección de objetos procedentes de estas regiones llega a los trescientos mil, además, presentan unas diez exposiciones por año. Es una combinación de los aspectos artísticos, históricos y antropológicos, con el común denominador de tratarse de etnias no europeas. En la presentación, ellos enfatizan que se trata de un “diálogo” entre culturas, y que ofrece una visión multilateral del mundo, aunque ya ha sido acusado de ser un museo eurocentrista.
Para entrar al museo fue otra odisea, porque ese día era gratuita la entrada y teníamos que esperar en la cola a que saliera un grupo para que entrara otro. Cuando ya por fin nos tocó el turno, nos revisaron las pertenencias con rayos-x como en los otros museos, y pasamos a ver una muestra muy bien presentada de bronces de Benín. En otras áreas presentan obras experimentales artísticas. Tuvimos la oportunidad de apreciar tres de ellas a base de luces: una con sombras y movimientos corporales en las pantallas, otra con vestimentas típicas, y una tercera que representaba al sol y los cambios que se producen en el ángulo de los rayos solares en la medida en la cual avanza el día.
Para entrar al museo propiamente dicho, es necesario entrar por un largo pasarela-pasillo ascendente, desde donde se pueden ver literalmente miles de instrumentos musicales, en especial membranófonos y cordófonos. ¡Qué lástima que el maestro del folklore dominicano Fradique Lizardo, no conociera al Branly!
Al terminar el ascenso empiezan los escaparates y los diferentes ambientes museísticos. Como nota curiosa hay que destacar que los bancos para sentarse, están presentados de tal forma que parecen que han sido excavados en las paredes simuladas, hechos a base de un material sintético de tonos marrones. Una museografía muy original, como todo en ese museo. La variedad de artefactos y piezas en exposición es enorme, desde sombras chinescas vietnamitas, hasta máscaras peruanas, pasando por un totem canadiense, una escalera africana, o una alfombra persa.
Ya eran las tres de la tarde y no habíamos almorzado ni subido a la Tour Eiffel. Después de una comida ligera, nos pusimos en fila para subir. Queríamos llegar al tercer nivel.
Tuvimos que esperar más de una hora, pagamos los 11.50 euros por persona y entramos al primer ascensor, el cual está tan bien diseñado, que a pesar de que la “pata” de la torre está inclinada, el elevador se va ajustando al subir y no se nota la inclinación. Se pueden apreciar perfectamente los reflectores y los flashes estroboscópicos que la iluminan de noche. Dadas las características de su diseño, mientras más alto está el nivel en que se encuentra uno en la torre, más apretujado se está. La suerte es que tanto la subida así como también la bajada están muy bien organizadas, para facilitar el acceso de millones de turistas al año.
La Tour Eiffel es un prodigio de ingeniería, y aunque fue inaugurada en el 1889, para conmemorar los cien años de la Revolución Francesa, con la intención de desmantelarla poco después de la feria, aún luce robusta y muy bien conservada. Se salvó porque sirvió para realizar transmisiones militares.
Debido a que el río está cerca, y a la naturaleza del subsuelo, cada una de sus cuatro puntos de apoyo tiene una profundidad de treinta metros para poder soportar sus 324 metros de altura, (incluyendo 24 metros de antena) y descansa sobre ocho gatos hidráulicos, por lo que en realidad la torre puede considerarse que tiene 32 patas; por eso la presión que ejerce sobre el terreno es de 4.5 kg/cm2; es decir, que resulta una torre muy ligera. Cuenta además con dos millones y medio de remaches.
Existen decenas de reproducciones de la torre en el mundo, y muchas más inspiradas en ella; probablemente la más alta, con la mitad del tamaño de la original, se encuentra en Las Vegas, Nevada; también hay otra de buena altura en la ciudad de Guatemala, y la misma Tokyo Tower la imita, aunque sea un poco más alta que la de París.
Son numerosas las anécdotas que se pueden contar de esta torre, - la cual está localizada en París porque Barcelona la rechazó - ; desde los incendios del 1956 y del 2003, hasta el rayo que le provocó daños en el 1902, pasando por las 800 lámparas centelleantes o luces estroboscópicas que parpadean cada media hora creando un efecto precioso, o los cuatro reflectores giratorios de xenón en su cima, o bien, las aproximadamente diez mil toneladas de peso. Estos efectos de luces nocturnas se pueden apreciar por el Internet cada media hora, hasta que empieza la madrugada, en la página: http://www.paris-live.com/ No se debe de olvidar que son cinco horas más, con relación a Santo Domingo.
Según cuenta el biógrafo Pablo Clase hijo, en su libro La Vida de Porfirio Rubirosa, cuando éste acompañaba a Trujillo en París en el 1939, el tirano se enamoró de una “formidable” vendedora de postales que le fascinó, en el último nivel de la Torre Eiffel; hasta tal punto, que incluso, retrasó su recorrido por Francia para volver a verla. Imagínense, Trujillo, quien era insaciable con las mujeres dominicanas, y se aprovechaba de su poder sin importarle la clase social para “conquistarlas”, - y muy pocas podían decirle que no - , se encaprichó en lo alto de la Tour Eiffel de una dependienta.
En cuanto al segundo observatorio de la torre, tiene una protección, seguramente, para evitar o disuadir a los que intentan suicidarse, a pesar de que está abierto y con mucho viento. Otros pueden marearse, o entrar en crisis de pánico, o ser claustrofóbicos, o quizá, pretenden realizar alguna proeza deportiva. También tiene una tienda de souvenirs. En cambio el tercer nivel está totalmente cerrado, pero con cristales, y con paneles de fotos del panorama citadino que incluyen las indicaciones de los nombres de los monumentos. También cuenta con una pequeña escalera para subir un poco más hasta el tope.
Cuando bajábamos pudimos entrar a la tienda de souvenirs en el segundo nivel.
Una vez en el metro pudimos apreciar la gran cantidad de grafitis en los túneles del trasporte subterráneo. Son centenares y centenares de ellos. Ni siquiera en Queens, N.Y., o en Sao Paulo, Brasil, se ven más.
Ya estaba anocheciendo y teníamos que preparar las maletas para salir al día siguiente para Atenas, Grecia.
Por una parte sentíamos la nostalgia de la partida, sin haber podido hacer todo lo que hubiésemos querido, pero con la satisfacción de haber hecho lo más importante; y simultáneamente, teníamos la curiosidad por lo que nos depararía un destino nuevo para nosotros.
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