sábado, marzo 15, 2008

MADRID REMOZADA

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO:MADRID(NOVENA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ

Lo lógico hubiese sido volar directamente en Iberia desde Atenas a Madrid, pero esta aerolínea tiene la política de penalizar a los viajeros que no inician su viaje con ella, y ya de por sí el recorrido resultaba muy caro, teniendo el puerto de origen a Santo Domingo. Así que volamos a Madrid por Air France con escala en París.
Por la mañana bajamos las maletas después del desayuno, saldamos las cuentas y entregué la tarjeta-llave, caminamos hacia el metro parando en algunas tiendas de las cercanías. Por suerte ya teníamos el recorrido ensayado: Tomar el metro en la estación Akropoli, hasta Syntagma, y ahí en la Plaza abordar el autobús hacia el aeropuerto. Todo estaba muy bien, pero lo que no calculé fue que una de las maletas se me enganchara en la escalera mecánica, que por poco me tumba; suerte que un señor que venía detrás de mí me la desenganchó rápidamente, y no pasó nada. Después de ese pequeño susto le di las gracias en al menos tres idiomas.
Subimos al transporte X95 y llegamos a Venizelos. Ellos tienen un sistema ordenado de tal forma que uno tiene que buscar la línea aérea en una pizarra electrónica gigante, y ahí aparecen las ventanillas para facturar el equipaje y recibir la tarjeta de embarque correspondiente. Al llegar al número del mostrador indicado, la joven empleada me pidió los pasaportes, y para mi sorpresa soltó una tremenda carcajada, y al preguntarle qué pasaba me dijo que nunca había visto un pasaporte dominicano. Así ingresamos a la zona franca, sin necesidad de pasar por inmigración porque íbamos a otro país de la Comunidad Europea.
Cuando estábamos sentados en la sala de espera de la puerta de embarque, de repente vimos un grupo compacto de personas que se aproximaban con mucha celeridad, y al acercarse notamos que traían a un prisionero esposado en el centro del montón, quien estaba rodeado de policías altos y corpulentos vestidos de paisano, que lo llevaban con mucha prisa. Parecía un sujeto peligroso por su aspecto. Suerte que lo escoltaban para otro vuelo.
En el avión todo transcurrió con normalidad, y me entretuve leyendo revistas y periódicos. En el asiento delantero una pareja se entretenía sacándole fotos a su niña, turnándose para las instantáneas, y al lado nuestro, una señora con aspecto de ejecutiva muy seria sacaba cuentas.
Aterrizamos en el aeropuerto Charles de Gaulle de París al filo de las cinco de la tarde. Las pistas estaban brumosas como preludio del anochecer invernal, y ahora teníamos que esperar dos horas y algo el vuelo para Madrid, pero cambiando de terminal, es decir, de la 2D que fue la de llegada, a la 2F que iba a ser la de salida. Ese tiempo de espera es el ideal porque si es de una hora, o menos, se corre el riesgo de que no dé tiempo de trasladar las maletas de un avión a otro, como ya nos ocurrió una vez en Santiago de Chile en ruta hacia Buenos Aires.
A duras penas pude ver de nuevo al avión Concorde original que tienen en un pedestal o soporte al lado de una de las pistas de acceso. El hecho es que este proyecto franco-británico fue sacado fuera de servicio tres años después a raíz del fatal accidente que sufrió este avión el 25 Julio del 2000. Volaba a más de dos veces la velocidad del sonido.
Al caminar por el pasillo siguiendo las señales de la terminal llegó un momento en que se “perdían” y al pasar una puerta, intenté regresar para preguntarle a alguien, pero la portezuela no me lo permitía, porque era de una vía; o sea que estábamos sin saber hacia dónde ir. Afortunadamente apareció alguien que sabía y nos indicó el camino.
La terminal 2F se asemeja a un gigantesco galpón con techo prefabricado en forma de paraboloide y con claraboyas triangulares. - Evidentemente que ahora resulta pequeña comparada con la nueva terminal del aeropuerto en Pekín - . A ambos lados tiene los asientos de espera y las puertas de embarque, y en el centro están los revisteros, con periódicos y revistas. También se puede bajar a las tiendas y a los excusados.
Por fin llegó la hora de salir, y aunque era un vuelo relativamente corto de alrededor de dos horas, al menos yo quería llegar. Aproximadamente a la hora y media del despegue empezaron a verse luces de los pueblos cercanos a Madrid y así continuamos hasta el aterrizaje. Al ser tan grande la nueva terminal de Barajas es imposible ver los efectos del atentado en el aparcamiento el 30 de diciembre del 2006. Tardamos más de 10 minutos caminando por los pasillos y por rampas móviles horizontales debido a su diseño, hasta llegar a la cinta transportadora de las maletas. Las nuestras tardaron bastante en salir.
En eso yo estaba pensando en qué medio de transporte cubriríamos los 12 kilómetros hacia la ciudad. Hay varios autobuses que llevan a diferentes lugares, pero es preciso hacer cola y luego abordar otro medio para llegar; también está el metro, pero se requieren dos cambios de líneas para llegar a la parada más cercana al hotel, y en algunas estaciones no tienen escaleras mecánicas, lo que significa que hay que cargar las maletas, caminar todos esos pasillos arrastrando el equipaje y esperar tres trenes; entonces, pensé que lo mejor era el taxi, y además ya había oscurecido.
En el trayecto pude comprobar algunas de las modificaciones urbanísticas en la ciudad, ya que el taxi entró a Madrid por la Ave. De América, y luego giró a la izquierda por la calle Serrano, (la calle estereotípica madrileña que sirvió para acuñar la expresión: “niño de Serrano”, equivalente al “jevito” dominicano), donde ahora tenían un carril exclusivo para los autobuses, dobló por la calle de Alcalá a la derecha, en la rotonda de la Puerta de Alcalá en la esquina del Parque del Retiro, pasó por la fuente de Cibeles, por Correos, el Banco de España, que están a la izquierda, y el Ministerio del Ejército, que se encuentra a la derecha, hasta la parada del metro Sevilla, y giró hacia la derecha hasta el Hotel Liabeny, http://www.hotelliabeny.com/ , en el número 3 de la calle de la Salud. Todo eso por 25 euros, lo cual me pareció razonable porque en Madrid cobran unos suplementos por las maletas y por el extrarradio. Eran las 10 p.m.
Después del check in, subimos a la habitación y para mi sorpresa nos daban la bienvenida en la pantalla plana de 21 pulgadas de la computadora-televisor de la habitación. En ese establecimiento hotelero le informan al cliente en el monitor, de las llamadas recibidas, o de los mensajes dejados al interesado, de las cartas, paquetes, visitas, etc.
Este hotel está en pleno centro, cerca de la Gran Vía para lo cual sólo había que salir y doblar hacia la derecha, y el Corte Inglés de la calle Preciados doblando hacia la izquierda, y más para allá está la Puerta del Sol donde se encuentra el kilómetro cero de la ciudad, y la famosa escultura del oso y el madroño. En el casco urbano de Madrid yo me muevo como “pez en el agua” porque viví muchos años, o sea, que ahí casi no tengo que preguntar dónde están los sitios. Claro siempre es necesario orientarse porque hay cosas que se olvidan y otras que cambian, incluso, drásticamente. También tengo muchos amigos, pero no podía avisarles a todos de mi visita por falta de tiempo para verlos.
Nos pusimos otra ropa más cómoda y salimos a dar una vuelta, y estuvimos buscando un centro de llamadas que allá conocen como locutorio, pero estaban cerrados. De paso presenciamos la familiar “estampida” de los vendedores callejeros de origen africano, lo mismo que pasaba en París; aquí en Madrid algunos los llaman los “top-mantas” o “manteros”, porque ponen una manta en el suelo donde exhiben la mercancía, y cuando suena la “alarma” sujetan la manta por las cuatro esquinas y salen corriendo, sin perder los efectos.
Luego me encapriché de ir a la Plaza de Callao, cerca de la Gran Vía, a un establecimiento llamado Rodilla donde venden unos sandwiches de mediano tamaño muy sabrosos. Lo que no me gustó fue que me cobraron 23 euros, (o sea, 1150 pesos dominicanos). Luego me enteré de lo que ocurrió con el euro y la peseta. Los comerciantes equipararon un euro a 100 pesetas, pero da la casualidad de que un euro son aproximadamente 166 pesetas; esto significa que por obra y gracia del cambio de moneda, la inflación les subió un 66 por ciento de golpe.
Cuando regresamos al hotel ya eran las once de la noche, pero como en Atenas es una hora más, sentíamos el cambio de horario en Madrid, porque esa era para nosotros la cuarta franja horaria diferente a la que habíamos tenido que adaptarnos. En la pantalla del ordenador me informaron de los mensajes que habían llegado.
La permanencia en Madrid era distinta a las de las otras dos ciudades, en primer lugar porque eran diez días, y por otro lado, la agenda estaba llena de visitas e invitaciones privadas a las casas y apartamentos de las queridas amistades, aparte de los convites en restaurantes y tascas. Desde el 1999, - que fue un año muy agitado para mí porque tuve que ir tres veces -, no había vuelto a Madrid. Naturalmente que también interesaba conocer la ampliación del Museo del Prado con el arte del S. XIX, y visitar el Reina Sofía con su nueva biblioteca y librería.
El segundo día nos pasaron a recoger y al dar una vuelta por la ciudad, notamos el buen trabajo que ha realizado el alcalde Alberto Ruíz-Gallardón, quien se ha esmerado en embellecer la capital española. Todas las aceras del centro han sido renovadas, y hay fuentes nuevas en varias rotondas. También ha impulsado la ampliación de la red de autopistas que circunvalan a Madrid, con lo cual los conductores ahorran mucho tiempo. Por ejemplo, la autopista M30 cuando se va hacia el barrio de Moratalaz y se pasa por encima de ella, tiene 20 carriles, diez en cada sentido. …Como sucede casi siempre, el éxito que ha tenido el alcalde en su cargo le ha granjeado la envidia de sus compañeros de partido quienes han querido cerrarle el paso, pero el tiempo dirá.
Esa jornada la pasamos de visita a tres viejos amigos y sus familias, y a la mañana siguiente me llamaron para ir al Rastro o Mercado de Pulgas de Madrid. Nos pasaron a buscar para ir a pie a las Pulgas. Este lugar tiene un encanto muy madrileño, pero la afluencia de público ha mermado a raíz de la construcción de apartamentos para la clase media alta, que les han quitado espacio en las aceras a los vendedores. Como pasamos por la Plaza Mayor donde están los puestos de los numismáticos, de filatelia, los de vitolas de cigarros puros, los que venden cromos y los caricaturistas, intenté saludar a mi amigo Javier, quien llevaba como 30 años en el mismo sitio cada domingo, pero no estaba.
A continuación bajamos por la calle Ribera de Curtidores, hasta la plaza donde venden revistas, y de la misma forma traté de decirle hola a mi amigo Manolo, pero tampoco se encontraba. Ya era hora de que se retirara, porque ganó mucho dinero con la compra-venta de monedas.
Al único que localicé en el sitio de siempre fue a mi amigo Juanjo, en la callejuela de los artistas, perpendicular a la Ribera de Curtidores. Subimos por la calle principal del Rastro y acompañamos a mi amigo hasta la parada del autobús No. 52 cerca de La Puerta del Sol. Este medio de transporte de esta línea es muy moderno en Madrid, porque el conductor puede hacer bajar literalmente el bus para reducir la altura, con la finalidad de facilitarles a las personas mayores o con problemas de locomoción la subida.
Después del almuerzo subimos a la tienda FNAC, al lado de la Plaza Callao a ver las novedades en discos compactos y libros, y a continuación estuvimos un buen rato en la sala de música del establecimiento.
Tuvimos suerte porque en esos días se permitió las tiendas el abrir los domingos.
Así nos pasamos la tarde entera de compras y viendo escaparates por la Gran Vía y cerca de la calle Hortaleza, entrando por la calle perpendicular Augusto Figueroa, donde se concentran muchos negocios de venta de calzados, para regresar al hotel temprano a descansar.

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