XXII CONCURSO DE ARTE DEL CENTRO LEÓN
Por FAUSTINO PÉREZ
INTRODUCCIÓN AL TEMA
Como siempre, el mensajero motorizado me trajo la invitación al filo del mediodía. No era una de tantas, sino que se trataba nada más y nada menos que de la inauguración de la XXII Bienal del Centro León de Santiago de los Caballeros, convertido por obra y gracia de muchos factores, - que no podemos analizar ahora - , en el ombligo cultural del país.
Hice los aprestos necesarios para tener tiempo libre y procedí a llamar a la eficiente y amable Deyanira, en la Torre Empresarial del Malecón de la capital para reservar.
Aún recuerdo cuando viajé a Santiago en la década de los años 80, exclusivamente con la finalidad de intentar persuadir al señor Álvaro Álvarez, a la sazón alto funcionario de la empresa, de que ampliaran las categorías del Concurso. Después de pasarme la tarde con él, de haberme mostrado las piezas de la colección que estaban en la empresa, y de realizarle una proyección privada, me despidió amablemente diciéndome que ellos mantendrían su tradición de tener sólo tres categorías: pintura, escultura y dibujo. Aunque mi gestión fue un fracaso, me impresionó el grado de organización de la empresa, y de ver los jardines sembrados de orquídeas. Hasta el año 2000 no se materializaría la ampliación de las tres categorías tradicionales.
No obstante, en la Bienal del año 1983, tuve la osadía y participé con tres obras en todas las modalidades que aceptaban, y para mi mayor alegría y dicha me aceptaron en las tres. En esos tiempos las obras de los participantes de Santo Domingo se recogían y se entregaban aquí; además, como no existía el Centro León, se exponían en otros lugares, como el Centro de la Cultura de Santiago.
Poco después de inaugurarse el nuevo Museo en el 2003, nos hicieron un tour a los críticos de arte, para conocer por dentro el funcionamiento de la institución museística, incluyendo la mediateca, el almacén computarizado, la sala de antropología, y las de exposiciones.
Quizá con las mejores intenciones de dar a conocer el Centro a nivel mundial, y de aparentar una imparcialidad en las bienales, empezaron a traer críticos de arte extranjeros, para la selección de las obras y/o para las premiaciones. De paso, ya había que trasladarse personalmente a Santiago para entregarlas y para recogerlas, tanto las seleccionadas, así como también las que no habían sido elegidas.
Lo primero que noté fue, que el nuevo Centro León fue construido en una esquina y en diagonal, con repecto al inmenso solar rectangular, con lo cual se desperdiciaba mucho espacio. Además, tiene un lobby espacioso, pero lo más importante que son las salas de exposiciones, son comparativamente pequeñas, sobre todo, para un museo de esas ínfulas. Esto trae como consecuencia que las obras del Concurso, no cabrían todas si se seleccionaran todos los trabajos dignos. Esto por una parte.
Ahora bien, ¿cómo es posible que se rechacen decenas de artistas reconocidos y con premiaciones nacionales e internacionales, incluyendo con premios otorgados por ellos mismos? Se podrá argumentar que quien se presenta a un concurso corre ese riesgo; pero las estadísticas demuestran que si bien un creador puede cometer un desliz, y producir una pieza que no esté a su altura, cuando se trata de tanta gente que se supone por su profesionalismo que saben diferenciar lo que es una obra mala de una buena, a quien hay que cuestionar es al concurso. No estamos hablando de uno ni de dos cultores, son decenas. ¿O es que se trata de una lotería en lugar de un concurso, y yo estoy equivocado?
Esa aleatoriedad en la selección y subsiguiente premiación, crea incertidumbre y disgustos entre los artistas y los perjudica a ellos como empresa, por la sencilla razón de que las obras premiadas pasan a engrosar las colecciones del museo, y ¡hay que ver las cosas que se premian! , y se dejan pasar piezas importantes e irrepetibles. Algo está fallando. Da la impresión de que se trata de un acertijo.
El caso más notorio fue la escultura de la ciguapa en la Bienal del 2004, que no fue premiada, y esa pieza, sin lugar a dudas, le daría prestigio y categoría a cualquier museo, y se hubiera convertido en un poderoso imán para atraer multitudes, es decir, en una pieza-fetiche. Todo ello a pesar de que el público asistente la votó como la mejor obra, y ni siquiera así recapacitaron y adquirieron la escultura.
Como secuela de esa política tan rígida y por la falta de espacio, ahora las obras exhibidas son mucho menos que hace 20 años, sin embargo la afluencia de público es mucho mayor, por varias razones.
LA XXII BIENAL DEL 2008
Cuando llegamos a las 4:15 de la tarde del día 16 de octubre a la Torre de la empresa en el Malecón de Santo Domingo, nos entregaron un ticket y nos enviaron al aparcamiento de la Feria Ganadera, que queda justo al lado. Allí estaban los cuatro autobuses listos para partir hacia Santiago, es decir, que éramos como doscientas personas de la capital que nos disponíamos a asistir al evento, aparte de los que fueron por otros medios.
Merendamos en el transporte, y llegamos a la Bienal un poco antes de las siete de la noche. Nos instalaron en una carpa gigante en el jardín, ya que el museo se ha quedado pequeño, aunque siempre lo fue, pero ahora se nota más que nunca.
Al inicio del acto aproximadamente a las 7:25, una maestra de ceremonias muy locuaz, creativa, y con una voz muy bella, nos dio la bienvenida, ¡todo un acierto, su intervención fue lo mejor de la noche!; y después escuchamos un discurso pronunciado nerviosamente por la señora Lidia León Cabral, la Directora de la Fundación; y a continuación otro, trastabillado a duras penas por el representante (?) de los artistas Antonio Saint-Hilaire, y por último vino la intervención muy ocurrente y breve del señor Luis Camnitzer, miembro del jurado de premios; y al final del acto se pasó a dar lectura de los ganadores y a entregarles sus cheques y diplomas enmarcados. Habían sido declaradas desiertos los géneros de videoarte, escultura, grabado y cerámica.
Así entre saltos de alegría, caras de desilusión de los perdedores, aplausos por doquier, alguna que otra lágrima de emoción, y muchos flashes, los ganadores recibieron sus premiaciones. Después se pasó a la sala de los seleccionados dentro del museo, incluyendo a los galardonados, y así empezó la gran frustración, porque movilizar a mil quinientas personas aproximadamente y de gastar e invertir tantos millones en un evento, y encima tanto tiempo y tanto esfuerzo por parte de los organizadores, para mostrar 66 obras; casi la mitad que hace 20 años, como que no tiene mucho sentido para mí.
El gran premio le fue otorgado a una pieza polémica de Raquel Paiewonsky, con múltiples lecturas, que está en la onda de la imagen morbosa, que ha vuelto a estar de moda. Se podría interpretar como una grave denuncia social; el problema está en que el fin justificó los medios, y el emplear a cinco niñas en bañador para ese tipo de creaciones conceptuales resulta de muy mal gusto, por no decir vulgar. Naturalmente que un pederasta no va a estar de acuerdo conmigo, a él le va a encantar.
Sin embargo, otras obras como las de Gerard Ellis, con una factura y una madurez impecables, no recibieron premio. Tampoco logró nada la escultura fantástica de Vladimir Velásquez, muy al estilo “heavy metal” de los cómics, con un trabajo paciente de filigranas en la cerámica, que podría clasificarse como de extraordinario, y tampoco fue galardonada. A otra obra muy laboriosa y detallista de Bernardo Durán, con estudios del movimiento humano en el mejor estilo, no le tocó nada.
Llegados a este punto también hay que cuestionar el gusto por el hirsutismo de los jurados, porque no es accidente que al menos 5 de las 66 obras seleccionadas y/o premiadas, se refieren, hacen alusión, o contienen cabellos, incluyendo al Gran Premio; es decir, un porcentaje demasiado elevado para ser casual; y hay otras piezas más que incluyen elementos similares que recuerdan lo mismo. Está claro que se decantaron por eso.
Después de unos aperitivos muy sabrosos de categoría tres estrellas, de las correspondientes bebidas, y de escuchar un animado concierto de jazz en vivo, regresamos a los autocares para volver a la capital, entonces pensé para mis adentros: “La montaña parió un ratón”.
jueves, octubre 23, 2008
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2 comentarios:
En nuestro país estamos acostumbrados a no expresarnos para no ofender a nuestros amigos, y vale decir que en la organización de este gran evento cultural se encuentra gente que aprecio y otros con muchas razones para ser mis amigos, pero hace varios eventos que vengo denunciando con una crítica constructiva algunas cosas que pasan en la Bienal del Centro León. Más que mal, se hace un bien expresar las cosas que se están percibiendo como que andan mal, porque sino lo hacemos nosotros que nos sentimos identificados con la gran labor que hace el Grupo León Jimenes, quien lo hará por nosotros. En nuestro país mucha gente es dada a la crítica y no produce ni crea nada, por eso entiendo que más que destruir, hace falta construir, pero quien produce y crea, está en pleno derecho de hacer una crítica, porque no se trata de destruir, sino de construir sobre lo que se viene haciendo. En tu comentario veo mucho acierto y comparto en más de un 90% tus valoraciones. La bienal debe seguir mejorando, en favor de todos los artistas, el Centro León no debe ser un centro de exclusión del arte, porque entiendo no fue concebido para eso. Sin embargo, los premios siempre serán subjetivos porque el día que escojan a otro, alguien lamentará no haber sido escogido. Pero una cosa es el premio y otra el arte nacional. Ningún artista representa a otro artista, no importa a quien le toque el premio.
Comparto la "subjetividad" de los resultados de los premios. Y también parte de las observaciones del profesor Faustino. Otros críticos dijeron que había sido la elección más acertada de los últimos años, pero no han sabido explicar, claramente, el porqué. Le agradecemos el atrevimiento, profe, y las acertadas críticas.
Y.
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