viernes, septiembre 10, 2010

LOS HURACANES EN LA CULTURA ANCESTRAL DOMINICANA


Los efectos de los vientos huracanados en la flora (foto: Héctor Placeres)

Por FAUSTINO PÉREZ

Los huracanes, que es casi lo mismo que decir los ciclones, las tormentas y los tifones, están entre los cataclismos naturales más temidos por la humanidad; conjuntamente con los terremotos, y los tsunamis que pueden producirse como consecuencia de ellos; además de los incendios, las erupciones volcánicas, las inundaciones, los tornados, los impactos de asteroides y meteoritos, las tormentas de arena, las tormentas eléctricas, las avalanchas, y así entre otros.
El vocablo huracán proviene de una palabra de origen taíno, para referirse a un viento impetuoso y temible de origen tropical, que gira a modo de torbellino en grandes círculos, y suele afectar estas regiones del globo terráqueo en los meses cálidos del verano, con el máximo de actividad en los meses de agosto y de septiembre, normalmente.
Antes se empleaba el término ciclón en vez del vocablo huracán, pero ahora se han reclasificado esos fenómenos naturales y se le llama ciclón a un huracán de menor potencia. La escala mas socorrida es la Saffir-Simpson para clasificar los huracanes.
Ese es uno de los inconvenientes del vasallaje tecnológico, que hasta los nombres de los huracanes nos los imponen, y ni siquiera nos piden opinión, a pesar de ser normalmente los más afectados. Incluso algunos nombres son de difícil pronunciación para los latinos.
Se ha dicho, con toda razón, que estamos en la ruta de los huracanes, aunque ahora con el llamado calentamiento global de los mares, estos fenómenos naturales tienen una tendencia más acusada de subir hacia otras latitudes, claro está, para beneficio nuestro.
Es tal la influencia de los huracanes en la cultura caribeña y dominicana en particular, que hay gente que expresa el año por los ciclones y los huracanes. Por ejemplo, si se habla de San Zenón, el ciclón que le dio la “bienvenida” al tirano Trujillo, todo el que esté un poco enterado sabe que se está hablando del 1930; en cambio, si se dice que el devastador huracán David y la tormenta Federico azotaron el país, con vientos de hasta 300 kms. por hora en el primer caso, y copiosas lluvias con la tormenta, se trata del 1979.
Otro huracán que la gente difícilmente olvidará es el Georges, y el posterior experimento del rumor del “maremoto” concebido no se sabe por quién, ni con qué fines, en la madrugada del 1 de octubre de 1998, pocos días después del paso del huracán Georges por la isla, alrededor del 22 de septiembre del 1998.
En el experimento de un falso “maremoto” que afectaría a Santo Domingo y otras poblaciones cercanas, en especial del este del país, se usaron principalmente el medio telefónico, los altoparlantes y los contactos personales, para atizar el pánico colectivo. El rumor pudo crear más impacto porque la población estaba muy tensa por el paso del huracán días antes, y de esa manera se pudo descargar esa carga estresante.
Miles de personas salieron despavoridas de sus casas en búsqueda de lugares más elevados como el Mirador Sur de la capital, incluso, en paños menores, por las prisas.
Normalmente cuando se anuncia la llegada de un huracán, la gente se siente insegura y tiende a acaparar de todo lo que considera imprescindible, desde alimentos hasta combustible para su vehículo; lo cual provoca grandes aglomeraciones en los supermercados y en las gasolineras. Incluso, los saludos de las amistades cambian, y se saludan diciendo: “ya viene el ciclón”, o alguna otra frase parecida.
Otros, más avispados, se aprestan a preparar un sancocho, que no cae mal, y muchos no dejan sus bebidas favoritas para las horas aburridas y para acompañar la partida de dominó, entiéndase, cerveza, ron, o whisky.
No es raro que haya gente que se exceda en sus gastos, en especial si el huracán no llega a afectarnos, porque gastan más dinero de lo habitual en un corto tiempo, y luego consumen anticipadamente todo lo que acapararon.
Cuando el huracán es inminente, el fuerte oleaje se empieza a sentir, y centenares de curiosos acuden al Malecón en Santo Domingo, para extasiarse con la fuerza de los elementos. Hay gente tan imprudente y tan temeraria, que tiene que ser controlada por la propia policía para que no se acerque tanto al mar. En las rocas del Malecón, algunas tienen agujeros por los cuales brota el agua con fuerza como si fueran géisers de mediano tamaño, debido a la fuerza del oleaje que choca por debajo de las rocosidades.
Dependiendo de la cercanía del ojo del huracán sus efectos de lluvias y vientos duran varios días, o sea, alrededor de una semana, y sus secuelas de daños pueden cifrarse en años o en décadas, con centenares de millones de pesos en pérdidas materiales y miles de muertos, heridos y damnificados, que ponen a prueba la capacidad organizativa de un país. Todavía hay personas que alegan ser refugiados del huracán David del 1979.
Después de la tempestad viene la fase de curiosear para poder verificar los daños sufridos, y a quién y/o qué afectó. Muchos curiosos acuden después del paso del fenómeno a la orilla del mar, en búsqueda de abanicos de mar, caracoles, y otras muchas cosas que el oleaje saca del lecho marino.
Un huracán puede trastornar las vidas de miles de personas, y la actividad económica y productiva de una nación y por eso son tan temidos. Hay afectados que sufren las secuelas de por vida.
Nosotros vivimos en una época afortunada ya que con los logros de la tecnología, en especial con los medios satelitales a su disposición, la gente tiene un margen de tiempo para prepararse y tomar sus medidas. Imagínense los que sería un huracán en la época de los taínos, si ya de por sí era una auténtica aventura en el período previo al lanzamiento de los satélites meteorológicos, hace nada más que un par de décadas.
Anteriormente había que captar e interpretar ciertas señales de la naturaleza , específicamente del viento y del mar, todo un arte que se ha perdido por culpa de los avances tecnológicos; pero ahora se tiene la posibilidad de que se pueden ver las imágenes con animación del satélite metereológico, o del radar de Punta Cana en vivo, por el internet.
Nosotros tenemos la gran ventaja de que la mayoría de nuestras casas de blocks pueden resistir perfectamente los huracanes, salvo los hábitats de los barrios muy pobres de las ciudades y pueblos; por ese motivo en los EE UU, por poner un ejemplo, un huracán provoca proporcionalmente mucho más daño que aquí, ya que ellos emplean mucho la madera para construir.
Otro factor de riesgo son los deslizamientos de tierras y las inundaciones que suelen afectar a los barrios marginados, y a aquellos que viven a las orillas de los ríos y cañadas, o en otros lugares bajos o peligrosos.
Por otro lado, los efectos negativos que sufre la flora en el trópico, se recuperan con mucha mayor rapidez que en otras latitudes más templadas. Cada especie tiene una estrategia de supervivencia diferente, ya que por ejemplo la uva de playa resiste exitosamente los fuertes vientos porque su madera es muy flexible y fuerte; en cambio las almendras pierden inmediátamente las hojas, y de esa manera las ramas ofrecen poca resistencia a la brisa huracanada. Por su lado, las palmas canas repliegan sus ramas, conocidas como pencas, en dirección al sentido de la ventisca, como una forma de adaptarse siguiendo la corriente de aire; no obstante, hay cocoteros que no sobreviven, ya que sus pencas se convierten en auténticos látigos y la fuerza del movimiento del viento les quiebra el tronco. Otras especies que no son endémicas, o no se han adaptado, son las que más sufren, aunque algunas pueden recuperarse como sucedió con los grandes árboles introducidos de higuera (Ficus religiosa) del Parque Colón, que se cayeron con los últimos huracanes y luego fueron levantados por los socorristas y se recuperaron.
Resumiendo, las claves para la supervivencia en caso de un huracán son: prudencia, prevención, colaboración, y adaptación.

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