viernes, marzo 23, 2012

¨MICROINTELECTUALES¨


MICROAUTO (foto: Faustino Pérez)


PARADIGMAS

Dr. Leonardo Díaz

Publicado en el periódico Acento

Hace tres semanas, el diario español El País entrevistó a un grupo formado por filósofos, escritores, artistas, académicos y editores con el propósito de reflexionar sobre el papel de los intelectuales en la sociedad contemporánea.
Como era de esperarse, hubo diferentes perspectivas en el grupo entrevistado, aunque también, importantes similitudes. El filósofo Fernando Savater señaló que el intelectual debe aportar argumentos y propuestas al espacio público para trascender las precauciones del pragmatismo político; El escritor Jorge Volpi afirmó que el intelectual debe contribuir con opiniones informadas sobre temas de interés y el historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron afirmó que el intelectual debe fomentar el pensamiento crítico de la sociedad.
Hubo un supuesto compartido en el grupo: Se ha transformado el papel de los intelectuales, quienes ya no pueden desempeñar una función de vanguardia conceptual dentro de la sociedad plural y especializada de nuestro tiempo.
Históricamente, especialmente en Europa, el intelectual -un filósofo, novelista, artista o pensador social con una obra relevante- asumió el papel de ¨conciencia crítica¨ de la sociedad, externando sus opiniones sobre problemas concernientes al desarrollo socio-político de la misma.
Esta figura nació en un contexto social que carecía de los niveles de especialización del conocimiento característicos de las sociedades actuales. En muchos casos, nació en contextos donde el ciudadano promedio carecía de una formación básica, por lo que el intelectual desempeñaba el oficio de ¨pensar la sociedad¨ por toda la ciudadanía.
Pero en la medida en que muchas de las sociedades contemporáneas experimentaron la especialización y los niveles de educación ciudadana contribuyeron a elevar los niveles de reflexión, participación y empoderamiento ciudadano, la figura del intelectual fue perdiendo su papel protagónico diluyéndose dentro de la diversidad de ¨voces divergentes¨ que ocuparon los nuevos espacios de análisis y disenso: La prensa, la radio, la televisión, las redes sociales, etc.
Así, los problemas sociales y políticos actuales pasaron a ser objeto de estudio de los investigadores sociales e insumo para la opinión general de los periodistas y los articulistas semanales.
Esta situación llevó al escritor Bernardo Atxaga a sostener que no hay espacio para los intelectuales del pasado en esta ¨selva con infinidad de voces¨. Lo que existe hoy día, a juicio de Atxaga, es la figura del ¨microintelectual¨, un autor de oficio que puede generar opinión pública, pero sin ser un guía de las transformaciones sociales.
Sin embargo, a pesar de la situación anteriormente descrita, existe una ligera continuidad entre este ¨microintelectual¨ y la figura clásica del intelectual: El papel de re-pensar los problemas de nuestro tiempo a partir de la tradición cultural que ha forjado nuestra historia. Esto significa reposicionar al intelectual contemporáneo ubicándolo junto al investigador social y al forjador de la opinión mediática. El primero, analiza problemas específicos de su especialidad -salvo que abandone su papel de experto y decida hacer opinión pública-. El segundo, carente del juicio del experto, opina sobre acontecimientos relevantes y socialmente interesantes del momento a partir de su experiencia y de su educación general.
Por su parte, el ¨microintelectual¨, al igual que su predecesor, piensa los problemas desde la tradición, a partir de un entrenamiento y un tipo de perspectiva que no es la del experto – no habla como el especialista que ha realizado un estudio empírico- ni el articulista que expresa su opinión basada en el sentido común. Reflexiona a partir de los clásicos, de los textos –novelas, cuentos, ensayos, obras de arte- que siguen contribuyendo con el esclarecimiento de los problemas concernientes a la condición humana.
En el caso específico de nuestra cultura, el ¨microintelectual¨, al igual que su predecesor, reflexiona a partir de lo que Harold Bloom llamó el canon occidental. Este reflexionar desde los canones no significa memorizarlos, citarlos, acudir sumisamente a su autoridad o colocar extemporáneamente sus planteamientos. Significa pensar los modelos de situaciones problemáticas dadas por estos cánones y establecer relaciones de similaridad y disimilitud con la situación actual. Implica apropiarse de los significados implícitos en la relación de horizontes -del pasado y del presente- dada en la tradición. Como ha planteado Hans Gadamer, nuestras posibilidades de comprensión se producen a partir de lo que nos transmite el pasado.
En este sentido, al igual que su predecesor, el ¨microintelectual¨ analiza desde la distancia otorgada por la tradición, superando el inmediatismo de las situaciones generadoras de opinión y sin aspirar a convertirse en el guía moral de la sociedad. Si esclarece, no lo hace en función de un don o experticia ausente en el resto de la sociedad. Lo hace por su ¨relación de familiaridad¨ con los clásicos. Esta relación, construida a través de años de reflexión y diálogo, le otorga una comprensión distinta de los acontecimientos, permitiéndole introducir perspectivas enriquecedoras dentro de la conversación ciudadana que estamos llamados a construir en una sociedad abierta.