viernes, febrero 29, 2008

FAUSTINO PÉREZ CON EL POSEIDÓN EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE ATENAS (foto A:G:)

EL MUSEO MÁS IMPORTANTE DE ATENAS Y SUS JOYAS ESCULTÓRICAS

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: ATENAS (SÉPTIMA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


Atenas apenas tiene tres líneas del metro, y una de ellas corre un tramo paralelo con los ferrocarriles suburbanos. La estación de Akropoli era la más cercana al hotel, y como la mayoría de las paradas, está decorada con restos o reminiscencias del arte griego, es amplia, y con escaleras mecánicas.
Nos cobraron 0.80 de euro por persona a las diez y media de la mañana, y había poca gente; luego me enteraría de que a una hora más temprana el precio es de 0.70. Después de comprar los tickets en la ventanilla es preciso introducirlo en otra máquina para “validarlo”, pero como este paso no tiene ninguna barrera, hay usuarios que siguen de largo y no validan nada. Nunca pude averiguar el porqué.
En el camino del metro pudimos apreciar los arbustos que adornan la calle del hotel: se trata de una especie de cítricos parecidos a las mandarinas, pero con los frutos más pequeños, del mismo color y muy agrios. Se veían muy bien esos árboles de mediana altura llenos de fruta de coloración naranja en la calle.
Dicha red del subterráneo es mucho más pequeña que la de Madrid que cuenta con doce líneas y cuatro ramales, o la de París que posee no menos de catorce rutas con numerosas bifurcaciones.
Nuestro objetivo era llegar al Museo Nacional de Arqueología de Atenas, el más importante del mundo de ese género, como era de esperarse. Siempre teniendo presente que lo más importante debe de hacerse primero. El trayecto era relativamente corto en dirección a la Aghios Antonios con sólo tres paradas de la misma línea, pasando por las estaciones de Syntagma, donde está la parada del bus que va al aeropuerto, Panepistimio, y Omonia que es una de las dos plazas más importantes de la ciudad conjuntamente con la Syntagma.
Salimos, y como yo sabía que la ruta más expedita era por la Ave. 28 de octubre, le pregunté a un vendedor de un quiosco, con cara de saberlo todo, quien nos informó correctamente. Pudimos apreciar varios trolleybuses por la avenida, o sea, autobuses que caminan con energía eléctrica, con los dos cables visibles encima de la ruta. Este tipo de transporte sólo existe en aproximadamente una veintena de países. Yo ya los conocía de España hace tiempo, aunque no quedan en ese país; y también los vi en Sao Paulo, Brasil.
De esa manera llegamos al museo, frente a un politécnico. En la entrada lo que más me chocó fue la falta de público, porque al venir de París, la ciudad de las grandes multitudes, y de las largas filas para entrar a los museos, ese lugar me parecía casi desértico. Otra característica de los sitios de interés cultural griegos, es que cierran temprano, ya que la mayoría cierra sus puertas a eso de las tres de la tarde. Nos cobraron siete euros per cápita, sin ningún tipo de fila. Pregunté que por dónde se empezaba e iniciamos el recorrido. Vimos los típicos grupos de estudiantes extranjeros sentados en el suelo recibiendo clases con sus profesores, y al entrar a unas salas contiguas aquello se asemejaba a un campo nudista de esculturas masculinas. Es una de las colecciones de ese tipo más extensas de piezas originales a nivel mundial. En el Museo Larco Herrera de Lima, Perú, tienen un galpón completo de vasijas eróticas de los Moches con parejas en diferentes posiciones del coito, pero éstas de Grecia son obras de gran tamaño, y son figuras individuales. Mi esposa esbozó una sonrisa maliciosa, en ese momento, y no era para menos.
Resultaba hasta simpático ver todas esas estatuas de más de dos o tres metros de altura, con unos penes diminutos de apenas unas dos o tres pulgadas (cinco a diez centímetros). Este contraste se nota más porque se trata de cuerpos escultóricos casi siempre atléticos. Se percibe que los escultores de esa época no querían resaltar el sexo, y parece que el desnudo femenino no era de su agrado. Pero ni tanto ni tampoco. Esa influencia y tradición escultóricas se nota en la Capilla Sixtina del Museo del Vaticano en Roma, cuando Michelangelo pintó a Adán desnudo frente a Dios.
Al sacar la cámara, lo primero que me dijeron en voz alta fue “no flash”, ya que al haber comparativamente pocos visitantes la vigilancia se extrema, porque tienen poco qué hacer. Yo tenía que decidir entre provocar a las mujeres de la vigilancia, porque mi cámara es automática y dispara automáticamente con el flash cuando detecta que el nivel de luz es bajo, o bien, no sacar fotos. Y opté por lo primero. Esa prohibición de tomar fotos molesta aún más, ya que uno ha tenido que viajar desde muy lejos para encontrarse con una medida absurda, aparte de los gastos.
Yo me hacía el despistado, y en cualquier descuido disparaba, y a pesar de que me decían el “no flash” ya la foto estaba tomada. Con el inconveniente de que no podía componer bien la imagen. Esos tabúes resultan hasta ridículos porque ¿qué le puede hacer una luz de flash a una escultura de piedra, de mármol, o de bronce? Esa medida no tiene ninguna justificación ni física ni mucho menos química. En algunos museos tienen esa política para tener un monopolio de la venta de imágenes, pero este no es el caso, porque en el Internet hay fotos de esas esculturas. Da la impresión de que los directores quieren obligar a los vigilantes a hacer algo, para que no estén ociosos. De todas maneras es una medida estúpida porque con cada foto que se toma en un museo, se lo promociona más, gratuitamente. En el Louvre de París y en Musée d’Orsay se toman decenas de miles de fotos a diario con flash o sin él, y no pasa nada. Claro, en los museos franceses hay tantos visitantes que si prohíben las fotos con flash, los vigilantes acabarían desquiciados. En el Museo de Historia Natural de New York pasaría lo mismo.
En la planta baja, que es la principal, tienen la estupenda colección escultórica en la cual sobresalen dos piezas de bronce: el Poseidón o Zeus de Artemision, y el Jinete o Jockey de Artemision. Esta última intenté fotografiarla por ser la escultura más importante del museo, pero la encargada de la sala no me dio la oportunidad ya que estuvo todo el tiempo pendiente de mí. El Poseidón tiene una pose de lanzador de jabalina, y el Jockey es un niño con un rostro muy expresivo galopando sobre un caballo.
Igualmente cuentan con varias salas de ánforas gigantes y de jarrones, y en la esquina de la planta tienen una muestra representativa de arte egipcio, que abarca desde momias y sarcófagos, hasta relieves, cerámicas, joyas y miniaturas, entre otras piezas.
Ya en la primera planta están las artes decorativas y las joyas. Aquí se destaca el ánfora geométrica de Dipylon, la hydra de Analatos y los jarrones de figuras negras de Vari. En el sótano tienen una tienda de regalos y souvenirs, donde conseguí unos folletos muy buenos, un jardín, y una cafetería.
La colección prehistórica está dividida con piezas en las salas del nivel superior así como en la planta baja. En este capítulo tienen un sitial de honor los tesoros de las tumbas reales de Micenas, las famosas figuritas de mármol del arte cicládico que tanto aparecen en los catálogos, y las bien conservadas pinturas de Thera.
Después de un “baño” de cultura de calidad, salimos a almorzar en las cercanías. Más tarde tomamos el metro en dirección contraria y salimos en la estación de Akropoli. Ya eran como las cuatro de la tarde, y queríamos saber si se podía subir al Parthenón, porque en Santo Domingo me habían dicho que no dejaban porque lo estaban restaurando, pero yo había visto turistas en lo más alto del gran peñón, desde el balcón de la habitación del hotel.
Vimos una calle de subida, y pensamos que por ahí era, aunque luego resultó ser un camino secundario y muy solitario. El trayecto se fue haciendo cada vez más angosto y ya ni los autos pequeños podían subir más. Estábamos pasando por verdaderos callejones empinados con bifurcaciones entre casitas blancas, que estaban ocupadas, pero los que las habitaban nunca los vimos. Parecía que nos encontrábamos en una isla de las tantas que tiene Grecia, con acantilados y con los hábitats en las pendientes que dan al mar.
Desde lo alto se podía divisar la ciudad con sus famosas colinas, sobresaliendo la de Lykavittos y la de Strefi por el lado donde estábamos. En lo que tomábamos fotos, un hombre rubio y alto nos pasó por el lado. Esa sería la única persona que vimos en la subida. Nunca supimos si nos venía siguiendo, como en las películas, porque aquello parecía un thriller. Así es como uno se mete en líos tontamente y después no sabe cómo salir de ellos.
Llegó un momento en que por más que subíamos, el Parthenón no se veía por el ángulo de la colina, y estaba oscureciendo, por eso decidimos regresar por la misma ruta, aunque con tantos callejones por poco nos extraviamos. Al final encontramos el camino correcto pero no vimos un alma en la bajada.
Descansamos un rato en un banco entre olivares del paseo peatonal. El olivo es una planta típica de los países bañados por el Mar Mediterráneo, como en el sur de España, de Italia, y en Grecia, entre otros. Estuvimos comentando los curiosos patrones geológicos que se forman en los Alpes suizos, que se asemejan a rostros enormes; y la actitud de aquel pasajero encorbatado de aspecto atlético que estaba en la misma fila que nosotros en la parte de atrás del avión, sentado en el asiento del pasillo, quien ni se inmutó cuando lo saludamos, y luego sacó un libro en yiddish. Cuando aterrizamos tomó una cartera grande que llevaba en el compartimento de arriba, y en la terminal lo vi acompañado de otro individuo bien trajeado también, que iba en el mismo vuelo de Air France que nosotros, pero en un asiento delantero. Ambos iban con paso militar cuando salieron por una de las puertas principales, sin maletas. Más tarde supe por la pantalla de los horarios de los vuelos, que en Atenas aterrizan tanto la línea aérea de Israel (El-Al Israel Airlines), así como también llegan otras de origen árabe (Egypt Air, Emirates, Qatar Airways, Syrianair)…
Así llegamos al hotel relativamente temprano, porque quería hacer un poco de zapping con la televisión. Pude ver muchos programas de opinión, muchas veces con el efecto de split-panel o pantalla dividida para poder presentar varias personas a la vez, y diferentes telenovelas dobladas al griego o no; y en las noticias cuando salía alguna presentadora, o cualquier artista de buen ver, aparentaban ser mujeres muy coquetas y presumidas, casi siempre rubias teñidas. Al menos esa fue la impresión que me llevé. Los canales de películas y los de adultos había que pagarlos aparte, pero no me aportaban nada nuevo.

sábado, febrero 23, 2008

FAUSTINO PÉREZ EN EL JARDÍN INTERIOR DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE ATENAS (foto: A.G.)

ATENAS NOS ESPERA

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: ATENAS(SEXTA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


En el comedor del hotel Royal St. Honoré de París éramos los únicos a las siete de la mañana de ese día para el desayuno, porque teníamos que salir para el aeropuerto Charles de Gaulle temprano, con el fin de viajar hacia Atenas, Grecia, la segunda ciudad del recorrido. La noche anterior las noticias de la televisión daban cuenta de un fuerte terremoto sin víctimas al sur de Grecia, lo cual le daba más emoción al viaje. Los temblores de tierra crean, entre otras emociones, una sensación de impotencia, y más si uno se encuentra lejos de su tierra entre gentes que se comunican en un idioma muy diferente como es el griego. Yo ya había pasado uno de intensidad moderada en Lima, Perú, mientras estaba en la quinta planta del hotel.
Depués de saldar las pequeñas cuentas pendientes en el establecimiento hotelero, caminamos hasta la parada del autobús Roissybus que nos condujo al aeroparque. Al llegar, una azafata de tierra nos llevó hasta las máquinas que expiden la tarjeta de embarque, y ella misma nos entregó las nuestras.
Es preciso destacar que tanto en Europa, así como también en los EEUU, en Japón, y en otros países desarrollados, quien no domine las máquinas que se emplean para todo tipo de tickets; y no sepa seguir las señales, es decir, que no comprenda la simbología y códigos de la señalética, tiene problemas. Para ilustrar esto podría contarles que yo fui testigo una vez de unas sudamericanas en el aeropuerto Barajas de Madrid, que querían salir a la calle entrando por los excusados, porque no sabían lo que las dos figuritas de un hombre y una mujer juntos significan.
Este aeropuerto Charles de Gaulle tiene tres zonas: una de llegada, luego hay otra que es como una especie de semi-zona franca con tiendas y también con los mostradores de las aerolíneas, y al final tienen el área de espera restringida desde donde los pasajeros se embarcan. En esta última estuvimos esperando el avión de Air France para embarcarnos.
Es diferente al aeropuerto de Santo Domingo, que sólo cuenta con dos zonas.
Al final, el vuelo salió con una hora de retraso, por causas no reveladas. En este trayecto el avión vuela en primer lugar sobre Francia, como es lógico, luego cruza sobre Suiza, y por encima de los Alpes, - que le proporcionan una vista bellísima al viajero porque el país helvético tiene varias cimas de más de cuatro mil metros de altitud, siendo la más importante, el Dufourspitze de 4,634 mts. - , y a continuación pasa entre Italia y la antigua Yugoslavia, hoy ya dividida, para entrar a Grecia, sobrevolando un poco a Albania. La distancia entre París y Atenas es inferior en 400 kilómetros a la que hay entre Santo Domingo y New York, o sea, que se tarda quince minutos menos, aproximadamente tres horas y algo en total.
Al sobrevolar el país helénico, se nota su compleja orografía, y la gran cantidad de islas que posee; y el aeropuerto con el estrambótico – para nosotros - nombre de Eleftherios Venizelos, está más hacia el este de la capital, es decir, 33 kilómetros por autopista más para allá de Atenas.
Por culpa del retraso del vuelo y por la estación invernal, llegamos después de haber anochecido, pero ni modo, recogimos las maletas, y como veníamos de un país del grupo Schengen, no pasamos por inmigración. Grecia era un país totalmente nuevo para mí; únicamente sabía lo que recordaba de aquello que había estudiado y leído sobre esa nación, y sólo conocía una frase en griego: “parakaló”, que significa entre otras cosas: “de nada”. Llegar a una ciudad de noche sin conocer nada, complica las cosas, porque cualquier decisión equivocada puede hacer que se enrede todo, mucho más que de día.
Antes de salir de la terminal teníamos tres prioridades: la primera era el cambio de divisas, la segunda, encontrar la Oficina de Turismo para conseguir los folletos de los museos y otros lugares de interés, y la tercera, averiguar de dónde salía el autobús X95 que llega hasta la Plaza Syntagma en el centro de la ciudad. Este último dato lo había obtenido del Internet.
De repente alcancé a ver la “i” que en señalética internacional significa “información”, y no sé por qué razón yo esperaba encontrarme con una “tataranieta” de Platón, o una chica con la oratoria y la elocuencia de un Demóstenes, que me contestaría con alguna frase célebre, o con un sofisma, o por lo menos, que me planteara alguna paradoja. Pero no, al acercarme no podía creer lo que estaba viendo, era una joven muy agradable y eficiente de origen africano- subsahariano, quien me respondió en un perfecto inglés, y me despejó todas mis dudas.
Ya en la Oficina de Turismo, que se encuentra entre las salidas dos y tres, otra empleada muy simpática, me corrigió el nombre de la calle del hotel, puesto que en la información impresa proporcionada por la agencia de viajes dominicana, estaba mal escrito. También me dieron los folletos que andaba buscando, y luego al revisarlos, me enteré de que habían literalmente centenares de lugares arqueológicos de interés que podían ser visitados. Empero, a mí me interesaban en especial dos museos, y claro, el Parthenón al igual que el templo de Zeus. Todo lo demás era secundario, ya que es imposible ver tantas cosas.
La salida para el transporte a la ciudad era la número 5. Tuvimos suerte porque la X95 estaba a punto de salir, y decidimos que era mejor viajar hacia la ciudad de pie, - porque estaba lleno - , que tener que esperar el siguiente autobús; y pude comprar los billetes a tiempo. Nos cobraron 3.20 euros a cada uno.
En la medida en la cual íbamos entrando a la ciudad, echaba de menos las multitudes de París, es más, Atenas me parecía una ciudad vacía. Cuando llegamos a la Plaza Syntagma, nos desmontamos y un taxista muy extrovertido y simpático que estaba al acecho de los pasajeros, vino diligentemente a cargarnos las maletas. Aunque había una parada del metro ahí en frente, preferí el taxi por ser una ciudad desconocida; al día siguiente me daría cuenta de que eso fue lo mejor que hicimos. Una vez en el vehículo noté que tenía puesto en el taxímetro la tarifa nocturna, o sea, que aparecía un 2 en una esquina del aparato. Lo que nunca me imaginé fue que marcaría 25 euros por un kilómetro y medio (mil doscientos cincuenta pesos dominicanos). Le pedí explicaciones, pero me contestó en su inglés con acento griego, que la tarifa doble era la que se aplicaba a esa hora; y yo lo que quería era llegar al hotel, no discutir. Me dio la mano sin mucho entusiasmo, y se marchó rápidamente.
¡Lo bueno del caso es que el conductor del taxi quería venir a buscarnos al día siguiente para llevarnos a conocer la ciudad!
El hotel Divani Palace Acropolis http://www.divanis.com/acropolis/default-en.htm, con tres estrellas y media, queda en la calle Parthenonos, perpendicularmente a uno de los paseos que bordea el peñón de la Acrópolis, aproximadamente a unos ciento cincuenta metros de dicho paseo llamado Dionyssiou Areopagitou. El nuevo museo de la Acrópolis que aún no está terminado, tendrá ahí una de sus salidas. Ese es un sector muy tranquilo, con varias embajadas en las cercanías; incluso, casi no se ve gente de noche, salvo los huéspedes del hotel. En la recepción me dieron las instrucciones del horario del desayuno, la tarjeta magnética que sirve de llave, y la planta de la habitación. Lo que más impacta de Atenas son la gran cantidad de subidas y de bajadas de sus calles y avenidas, y cuando se está en algún sitio elevado es posible divisar varias colinas en la misma ciudad.
Una vez instalados, pude apreciar la vista desde el balcón, ya que si uno mira hacia la izquierda es posible distinguir al Parthenón semi-iluminado.
En la televisión noté que si bien el griego resulta incomprensible para nosotros, existen palabras sueltas de uso cotidiano en ese idioma que se entienden perfectamente, al ser el origen de muchas de las nuestras, tales como: anatema, antropología, caos, carta, catálogo, cinematógrafo, cosmos, crisis, democracia, ecléctico, económico, estigma, físico, fotografía, hipódromo, hipótesis, liturgia, lógico, metamorfosis, periferia, político, práctico, problema, próstata, prototipo, técnica, teléfono… Estas fueron algunas de las que pude detectar.
El griego es un idioma que a veces suena un poco a ruso, pero también tiene otras influencias, ya que al ser Grecia un “cruce de caminos”, - que ha dado muchísimo a la civilización occidental - , también ha recibido influjos del norte de África, en especial de Egipto; de Oriente Medio, incluyendo la antigua Mesopotamia, del este de la desaparecida Unión Soviética, del Imperio Persa, y de los asirios, entre otros; y de Europa Occidental, principalmente de la penísula itálica.
Esta lengua, se presta mucho para el razonamiento de tipo filosófico, como es lógico; pero, como también pude apreciar en las telenovelas, es muy práctica para insultar, por los matices alcanzables con ella. Son las dos caras de una misma moneda.
Por la mañana bajamos a desayunar, y para mi sorpresa tenían música de la cantante Janis Joplin en el comedor; luego supe que en el hotel se hospedan grupos de estudiantes con sus profesores, - supongo yo que de arqueología o de filosofía - , en particular estadounidenses, que van a Grecia a recibir clases “en el mismo lugar de los hechos”. Naturalmente que eso es un lujo, que no todos los alumnos se pueden permitir, porque como se comprenderá es muy distinto estudiar en un libro lo que escribieron y dijeron, Aristóteles, Sócrates, o Platón, por mencionar algunos; y otra muy diferente es estar en la tierra que los vio nacer, y donde interactuaron, para intentar comprender los porqués del surgimiento de esos grandes pensadores, en esa época y en ese lugar, al igual que las manifestaciones artísticas de los griegos. No nos olvidemos que tanto la Venus de Milo, así como también la Victoria de Samotracia, la Diana Cazadora, el Discóbolo de Mirón, el Poseidón de Milos, el Jinete de Artemision, y las Cariátides, entre otras muchas, son todas esculturas famosísimas pertenecientes al arte griego.
El desayuno-buffet era muy variado, mucho más espléndido que el del hotel de París, - a pesar de tener media estrella menos - , con platos típicos griegos incluidos, en especial entre los postres. Antes de entrar al comedor tenían un espacio con restos arqueológicos encontrados allí durante la construcción del hotel.
Después de las diez de la mañana salimos a buscar el metro, y caminamos hasta la Dionyssiou, - después de subir la cuesta de la calle del hotel - , que yo me la imaginaba como una avenida al verla en el plano, y en Google Earth, y en cambio, es un paseo casi peatonal. Así preguntando y preguntando llegamos al transporte subterráneo.

sábado, febrero 16, 2008

TOUR EIFFEL: LA MÁS VISITADA

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: PARÍS (QUINTA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ

París es una ciudad que seduce al visitante, es una particularidad que nadie puede negarle: su poder de cautivar y de maravillar; y a nosotros nos había llegado el último día hábil de hacer turismo en esa urbe, y apenas nos habíamos percatado. Empero, aún nos faltaba por visitar el nuevo Musée du Quai Branly y la Tour Eiffel, cerca el uno de la otra. Era para lo único que teníamos tiempo ya, la nostalgia vendría después.
A eso de las diez y cuarto de la mañana salimos a tomar el metro en la estación Tuileries de la línea uno, cerca del hotel, para llegar a la estación del Trocadéro, haciendo transbordo a la línea seis en la estación Charles de Gaulle-Etoile, o sea, la que está debajo del Arco de Triunfo. En el andén del metro vimos a la típica pareja besándose, una práctica muy corriente en París. Lo hacen en todos lados, en la acera, a la orilla del Sena, en el vehículo…En otros países podrían hasta ir presos por besarse en público, pero aquí en Francia no.
En el Trocadéro está el Palais de Chaillot y tienen varios museos, incluyendo el Museo del Hombre de París, el Museo Nacional de la Marina, el Museo Nacional de los Monumentos Franceses, y también se entra al Teatro Nacional de Chaillot.
Desde esa colina se tiene una vista privilegiada de la Tour Eiffel, de toda la explanada con sus fuentes que la adornan, y al fondo después de la torre, se encuentran los Champ de Mars y la famosa Escuela Militar. Estos Campos de Marte sirvieron de inspiración ¬– salvando distancias – a los haitianos para bautizar sus Champ de Mars de Port-au-Prince, al lado de su Palacio Nacional; pero cualquier parecido con los campos originales de París, aparte del nombre, es pura coincidencia.
En los alrededores del Trocadéro habían montado una exposición de vehículos antiguos, con centenares de ellos, desde el pequeño Fiat 500 hasta un Rolls-Royce clásico, pasando por autos deportivos de antaño, descapotables, de lujo, utilitarios, etc. Un verdadero derroche de modelos.
Prácticamente todos los vendedores de souvenirs de la parte alta del Trocadéro son de origen africano, y en los alrededores de la Tour Eiffel que se encuentra abajo en la explanada, son de origen árabe. Ambos grupos tienen un código de comunicación fácilmente imperceptible para los turistas, de tal forma, que cuando suena la alarma de que se acerca la policía, todos salen corriendo a la vez para que no los atrapen, y uno no sabe cómo se comunican entre ellos; probablemente sea algún tipo de silbido. Esa es una práctica que se repite una y otra vez a lo largo del día. Es evidente que la policía no quiere atraparlos, o sea, que lo que pretende es asustarlos y mantenerlos a la defensiva; porque el detenerlos para deportarlos no creo que sea tan difícil.
También las gitanas tienen su “territorio” para practicar su mendicidad profesional. Como yo ya me sabía su “gancho” o ardid, cuando una de ellas se me aproximó con el típico: “you speak english?”, yo le contesté de mala manera, a la vez que le hacía el gesto vulgar con el dedo mayor hacia arriba: “yes, fuck you”. Naturalmente que no le gustó, porque no se lo estaba esperando.
A la Tour Eiffel también la vigilan y la patrullan militares armados con armas largas, porque aparte de ser el monumento más visitado del mundo, hace tiempo que se convirtió en un icono rentable, imitado, permanente, importante, influyente, trascendental y muy reconocible, a nivel mundial; o si se prefiere, en un símbolo de la ciudad. Ya habíamos visto militares patrullando en las cercanías del Museo del Louvre.
Sin embargo, lo que realmente me interesaba era conocer el nuevo Musée du Quai Branly. De todas formas tenía que preguntar, porque en la Oficina de Turismo del aeropuerto no me pudieron dar ningún folleto; es más, ni siquiera lo conocían porque había sido inaugurado no hacía mucho tiempo, a mediados del año 2006.
Después de preguntarles a varios peatones, quienes no supieron informarme, un vendedor de un quiosco de revistas nos orientó. El Musée du Quai Branly es muy original, y con lo primero que uno se encuentra cuando camina desde la Tour Eiffel, es una fachada impactante de hierbas y musgo, regada con un sistema de goteo desde arriba; luego está una especie de pared alta de plástico. Al entrar a los jardines tienen un ambiente semi-selvático con más hierbas, pero esta vez altas.
Se trata de una institución museística de carácter etnológico, antropológico y musicológico, es decir, que abarca las culturas, artes y civilizaciones antiguas de los continentes americano, africano, asiático, y oceánico. La colección de objetos procedentes de estas regiones llega a los trescientos mil, además, presentan unas diez exposiciones por año. Es una combinación de los aspectos artísticos, históricos y antropológicos, con el común denominador de tratarse de etnias no europeas. En la presentación, ellos enfatizan que se trata de un “diálogo” entre culturas, y que ofrece una visión multilateral del mundo, aunque ya ha sido acusado de ser un museo eurocentrista.
Para entrar al museo fue otra odisea, porque ese día era gratuita la entrada y teníamos que esperar en la cola a que saliera un grupo para que entrara otro. Cuando ya por fin nos tocó el turno, nos revisaron las pertenencias con rayos-x como en los otros museos, y pasamos a ver una muestra muy bien presentada de bronces de Benín. En otras áreas presentan obras experimentales artísticas. Tuvimos la oportunidad de apreciar tres de ellas a base de luces: una con sombras y movimientos corporales en las pantallas, otra con vestimentas típicas, y una tercera que representaba al sol y los cambios que se producen en el ángulo de los rayos solares en la medida en la cual avanza el día.
Para entrar al museo propiamente dicho, es necesario entrar por un largo pasarela-pasillo ascendente, desde donde se pueden ver literalmente miles de instrumentos musicales, en especial membranófonos y cordófonos. ¡Qué lástima que el maestro del folklore dominicano Fradique Lizardo, no conociera al Branly!
Al terminar el ascenso empiezan los escaparates y los diferentes ambientes museísticos. Como nota curiosa hay que destacar que los bancos para sentarse, están presentados de tal forma que parecen que han sido excavados en las paredes simuladas, hechos a base de un material sintético de tonos marrones. Una museografía muy original, como todo en ese museo. La variedad de artefactos y piezas en exposición es enorme, desde sombras chinescas vietnamitas, hasta máscaras peruanas, pasando por un totem canadiense, una escalera africana, o una alfombra persa.
Ya eran las tres de la tarde y no habíamos almorzado ni subido a la Tour Eiffel. Después de una comida ligera, nos pusimos en fila para subir. Queríamos llegar al tercer nivel.
Tuvimos que esperar más de una hora, pagamos los 11.50 euros por persona y entramos al primer ascensor, el cual está tan bien diseñado, que a pesar de que la “pata” de la torre está inclinada, el elevador se va ajustando al subir y no se nota la inclinación. Se pueden apreciar perfectamente los reflectores y los flashes estroboscópicos que la iluminan de noche. Dadas las características de su diseño, mientras más alto está el nivel en que se encuentra uno en la torre, más apretujado se está. La suerte es que tanto la subida así como también la bajada están muy bien organizadas, para facilitar el acceso de millones de turistas al año.
La Tour Eiffel es un prodigio de ingeniería, y aunque fue inaugurada en el 1889, para conmemorar los cien años de la Revolución Francesa, con la intención de desmantelarla poco después de la feria, aún luce robusta y muy bien conservada. Se salvó porque sirvió para realizar transmisiones militares.
Debido a que el río está cerca, y a la naturaleza del subsuelo, cada una de sus cuatro puntos de apoyo tiene una profundidad de treinta metros para poder soportar sus 324 metros de altura, (incluyendo 24 metros de antena) y descansa sobre ocho gatos hidráulicos, por lo que en realidad la torre puede considerarse que tiene 32 patas; por eso la presión que ejerce sobre el terreno es de 4.5 kg/cm2; es decir, que resulta una torre muy ligera. Cuenta además con dos millones y medio de remaches.
Existen decenas de reproducciones de la torre en el mundo, y muchas más inspiradas en ella; probablemente la más alta, con la mitad del tamaño de la original, se encuentra en Las Vegas, Nevada; también hay otra de buena altura en la ciudad de Guatemala, y la misma Tokyo Tower la imita, aunque sea un poco más alta que la de París.
Son numerosas las anécdotas que se pueden contar de esta torre, - la cual está localizada en París porque Barcelona la rechazó - ; desde los incendios del 1956 y del 2003, hasta el rayo que le provocó daños en el 1902, pasando por las 800 lámparas centelleantes o luces estroboscópicas que parpadean cada media hora creando un efecto precioso, o los cuatro reflectores giratorios de xenón en su cima, o bien, las aproximadamente diez mil toneladas de peso. Estos efectos de luces nocturnas se pueden apreciar por el Internet cada media hora, hasta que empieza la madrugada, en la página: http://www.paris-live.com/ No se debe de olvidar que son cinco horas más, con relación a Santo Domingo.
Según cuenta el biógrafo Pablo Clase hijo, en su libro La Vida de Porfirio Rubirosa, cuando éste acompañaba a Trujillo en París en el 1939, el tirano se enamoró de una “formidable” vendedora de postales que le fascinó, en el último nivel de la Torre Eiffel; hasta tal punto, que incluso, retrasó su recorrido por Francia para volver a verla. Imagínense, Trujillo, quien era insaciable con las mujeres dominicanas, y se aprovechaba de su poder sin importarle la clase social para “conquistarlas”, - y muy pocas podían decirle que no - , se encaprichó en lo alto de la Tour Eiffel de una dependienta.
En cuanto al segundo observatorio de la torre, tiene una protección, seguramente, para evitar o disuadir a los que intentan suicidarse, a pesar de que está abierto y con mucho viento. Otros pueden marearse, o entrar en crisis de pánico, o ser claustrofóbicos, o quizá, pretenden realizar alguna proeza deportiva. También tiene una tienda de souvenirs. En cambio el tercer nivel está totalmente cerrado, pero con cristales, y con paneles de fotos del panorama citadino que incluyen las indicaciones de los nombres de los monumentos. También cuenta con una pequeña escalera para subir un poco más hasta el tope.
Cuando bajábamos pudimos entrar a la tienda de souvenirs en el segundo nivel.
Una vez en el metro pudimos apreciar la gran cantidad de grafitis en los túneles del trasporte subterráneo. Son centenares y centenares de ellos. Ni siquiera en Queens, N.Y., o en Sao Paulo, Brasil, se ven más.
Ya estaba anocheciendo y teníamos que preparar las maletas para salir al día siguiente para Atenas, Grecia.
Por una parte sentíamos la nostalgia de la partida, sin haber podido hacer todo lo que hubiésemos querido, pero con la satisfacción de haber hecho lo más importante; y simultáneamente, teníamos la curiosidad por lo que nos depararía un destino nuevo para nosotros.

domingo, febrero 10, 2008

FAUSTINO PÉREZ ANTE EL CUADRO DEL PINTOR DOMÍNICO-FRANCÉS CHASSÉRIAU EN EL MUSÉE d'ORSAY DE PARÍS (foto: A.G.)

LUTECIA SEDUCE E IMPACTA AL VISITANTE

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: PARÍS (CUARTA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


No podíamos marcharnos de París sin visitar el Musée d’Orsay, el antiguo palacio luego convertido en estación de trenes, para más tarde ser remodelado y transformado en un atractivo museo, donde se conservan las joyas sobre el lienzo del impresionismo francés y algunas de otros países, y aunque esas pinturas que allí se guardan no son las únicas en el mundo en ese estilo pictórico, sí son las más promocionadas, e incluso, mitificadas; y como este museo está relativamente cerca del hotel decidimos ir a pie, porque en metro resultaba más complicado por los cambios de trenes necesarios.
Para llegar a la conocida pinacoteca que tiene ya más de 20 años de haber sido inaugurada, era ineludible atravesar el Sena, no por el famoso puente Alejandro III, el más elegante de todos los que cruzan el río, que se halla más alejado, sino, por el primero que encontramos más cerca, el llamado paso Solférino. El Sena es un torrente fluvial que serpentea mucho, y traza un arco grande por el gran París con numerosos puentes.
En el trayecto tuvimos que caminar sobre un cruce peatonal con un diseño muy inteligente, porque la misma estructura permitía cruzar el boulevard por debajo hasta la acera del otro lado, o bien, salir a la acera más próxima, de este lado de la avenida.
En la entrada encontramos la típica fila, que por suerte fue de media hora, y nos cobraron 8 euros a cada uno, con la posibilidad de visitar las muestras temporales.
El impresionismo empezó a raíz de la apertura forzosa de los puertos japoneses por parte del Comodoro estadounidense Matthew C. Perry (1794-1858) y su flota, que condujo a la firma de la llamada Convención de Kanagawa en 1854. Japón no comerciaba con occidente hasta esa fecha, a mediados del siglo XIX.
Como secuela del inicio de la actividad comercial, empezaron a llegar a Europa grabados del tipo “Ukiyo-e”, (equivalentes a las xilografías), láminas, caligrafías y acuarelas japonesas que se caracterizaban por el empleo de una pincelada suelta y/o los colores tipo pastel. Pronto los pintores europeos se dieron cuenta de que esa técnica era muy práctica para representar la fugacidad de la luz, y precisamente la denominación de impresionismo surgió, - no sin ironía y sarcasmo - , del título de un cuadro de Claude Monet titulado: “Impression: soleil levant” (Impresión: sol naciente). Pictóricamente hablando el impresionismo se presta mucho para temas románticos, bucólicos, oníricos, sofisticados, etéreos, caprichosos, luminosos, íntimos, delicados, evanescentes, y vaporosos, entre otros. Por esos motivos, gusta tanto.
El impresionismo no sólo prosperó en Francia, ya que por ejemplo en Italia surgieron los Macchiaioli (manchistas), que son tan buenos como los franceses; pero como siempre ocurre, los galos se llevan la palma en cuanto a promoción se refiere. También, ha habido una escuela inglesa importante, y en otros países como los EE UU, Holanda, y así sucesivamente.
En este Museo d’Orsay se pueden apreciar las bailarinas de ballet en pastel de Degas; muchos de los cuadros del famosísimo pintor holandés Van Gogh, quien ha roto récords en subastas; los nenúfares de Claude Monet, y versiones de la Catedral de Rouen; “el Pífano” de Édouard Manet, y también la “Olympia”, y el paradigmático: “Desayuno en la Hierba”; los bodegones y los “Jugadores de Cartas” de Cezanne; “Le Bal au Moulin de la Galette” de Auguste Renoir, entre otros.
Aquí está la flor y nata del impresionismo francés, y algunos de otros países, como por ejemplo, Fantin-Latour, Matisse, Pissarro, el maestro del puntillismo Seurat, quien profundizó en esa derivación del impresionismo; Signac, Sisley, Toulouse-Lautrec, Whistler, Gauguin, Vuillard, Bazille, Delacroix, Ingres; y para alegría nuestra el pintor domínico-francés Chassériau, oriundo de lo que es hoy Samaná, en cuya ficha del museo consta: nacido en Santo Domingo en 1819 y fallecido en París en 1856.
También pudimos visitar una exposición temporal individual del pintor suizo Ferdinad Hodler, cuya muerte acaeció en el 1918.
Al haber tenido que adecuar una estación ferroviaria para convertirla en un museo de arte, esto supuso la realización de numerosas adaptaciones, y por ese motivo, todas las obras que se encuentran en las galerías a ambos lados de la nave central, están muy bien presentadas; no obstante, otras piezas importantes se encuentran en salas de la parte superior que resultan muy incómodas para el visitante, porque parece ser que eran oficinas u otras dependencias y los espacios no resultaron ser los apropiados. Yo pienso que hubiese sido más práctico, el haber utilizado la nave central, como está ahora, pero debieron de haberle hecho una ampliación al museo, en lugar de haber utilizado esos espacios. Yo estimo que, por ejemplo, las salas de la planta superior, (5ta), donde están Van Gogh, Cezanne, Monet, y otros; concretamente, las salas 33, 34, la 35, y varias más que son pequeñas, o que le rompen la continuidad o secuenciación a las pinturas, no son adecuadas. Esos cuadros tienen un gran valor para la historia del arte, aparte de su valía pecuniaria, ya que podrían fácilmente cotizarse en miles de millones de dólares o de euros, en una hipotética subasta, y esas paredes no les hacen honor a esos pintores, es decir, no están a su nivel. Solamente el autorretrato de Van Gogh, o la pintura de su habitación en Arles, si se pusieran en venta, valdrían no menos de doscientos millones de dólares cada uno. De todas formas, el museo resulta agradable, funcional y elegante, salvo la planta superior.
Salimos del museo por la tarde, y nos dirigimos primeramente a buscar la parada del “bateau” o ferry con visión panorámica que le da la vuelta a la ciudad por el río, pero la parada más próxima estaba cerca de la Tour Eiffel, a unos pocos kilómetros de donde estábamos. Así decidimos ir a visitar las grandes tiendas en el Boulevard Haussmann, que están casi detrás de la Ópera, pasando por la Rue Scribe de donde sale el Roissybus para el aeropuerto Charles de Gaulle. Pasamos en primer lugar por la más grande, es decir, las Galerías Lafayette, la cual estaba muy adornada y repleta de compradores eufóricos con motivo de las Navidades; y fuimos testigos de algo que me llamó poderosamente la atención, lo cual demuestra la deshumanización de la sociedad de consumo: un señor mayor de aspecto pobre, entró a la tienda y parece que resbaló, se cortó y se cayó al suelo. Las dependientas que estaban a un metro de él detrás de unos adornos, ni se inmutaron y siguieron en lo suyo; lo único que hicieron fue avisar discretamente a unos paramédicos, quienes vinieron rápidamente, y entre los tres que llegaron limpiaron la sangre del piso, y se llevaron al accidentado en una silla de ruedas. Casi nadie se dio cuenta del hecho, porque debido a la música, el espíritu navideño, las luces, las decoraciones, los olores, el afán consumista, y otros estímulos, los compradores entran en un trance semi-hipnótico. De ahí pasamos a otros departamentos que están en otro edificio diagonalmente al primero. Luego le tocó el turno a las Galerías Printemps, que se encuentran enfrente.
Al salir ya estaba anocheciendo y pude divisar la parada del autobús del city tour, de la empresa Les Cars Rouges. Nos cobraron 22 euros por persona y subimos al segundo nivel, que está abierto, o sea, con más frío pero con mejores vistas. Este transporte es muy llamativo por su color rojo y recorre los Campos Elíseos completos en ambos sentidos, un paseo inolvidable con la iluminación característica de la Navidad. Después cruza el Sena y pasa por la esquina del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cerca de ahí en una plaza de ese distrito tan clasista, vimos una protesta pacífica de aproximadamente una docena de personas acostadas en la acera a pesar del frío, metidas en sacos de dormir, alrededor de los cuales la policía había colocado barreras metálicas. No me dio tiempo de fotografiarlas, y a continuación el autobús siguió hasta el Trocadero frente a la Tour Eiffel, y luego pasamos por detrás del Hôtel des Invalides, que no es más que un complejo de edificios, con museos y monumentos, e incluye además un hospital para veteranos de guerra y un asilo, todos ellos relacionados con la historia de Francia. También es un panteón para muchos de los héroes militares franceses, empezando por la tumba de Napoleón, cuyos restos reposan en un sarcófago debajo de la cúpula principal. A continuación y siguiendo la ruta, cruza el Sena de nuevo, le pasa por un costado al Museo del Louvre, entra a la Île de la Cité, y le da la vuelta a la catedral de Notre-Dame.
Se cree que en esta isla de la Cité se produjo el asentamiento galo de los Parisii, alrededor de los años 250-200 adC. Este era un lugar estratégico al estar la isla rodeada por el Sena. Cuando las tropas de Julio César sitiaron el lugar, esto dio origen a Lutetia, al rebautizarla los invasores romanos en el 52 adC. Por otro lado, durante el siglo I la reconstruyeron en la orilla izquierda del Sena. Ya en el siglo IV se la bautiza con el nombre de París, en alusión al pueblo galo Parisii; y el rey de los francos, Clodoveo, la hace su capital en el 508, tras derrotar a los romanos.
Después de la catedral, el autobús pasa por el Musée d’Orsay, cruza de nuevo el Sena, atraviesa la Plaza de la Concordia, llega hasta la iglesia de la Madeleine, le da la vuelta a la Ópera y baja por la Place Vendôme hacia los Campos Elíseos…
Como nosotros habíamos abordado el bus en la Ópera, nos bajamos ahí mismo, y al pasar por una de las tiendas en la Rue de la Paix, antes de llegar a la Place Vendôme, se me ocurrió entrar a preguntar por el precio de unas corbatas y me contestaron que costaban 125 euros cada una, o sea, seis mil doscientos cincuenta pesos dominicanos. Bueno, ese precio también lo tienen en algunas tiendas o boutiques de Santo Domingo, pero no es habitual aquí.
Al estar destemplados por el paseo en el city-tour, pasamos por el hotel y luego bajamos para ir a cenar a un restaurante japonés.

martes, febrero 05, 2008

LA PIRÁMIDE INVERTIDA DEL LOUVRE (foto: FAUSTINO PÉREZ)

LUTECIA MUESTRA SUS TESOROS

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: PARÍS (TERCERA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


Siguiendo el criterio de que lo más importante debe de hacerse primero, a eso de la diez de la mañana del segundo día nos dirigimos hacia el Museo del Louvre, el más famoso, el mejor promocionado, y uno de los dos más grandes del mundo, en su especialidad. Sin embargo, yo quería entrar por la entrada principal, o sea, por donde se encuentra la pirámide de cristal, obra del arquitecto Pei, y no por una de las varias entradas secundarias.
Para llegar al enorme palacio desde el hotel era imprescindible cruzar por el Jardín de las Tullerías, al cual entramos por una puerta lateral, - al final de la Rue des Pyramides - , que por suerte estaba abierta, de lo contrario hubiésemos tenido que dar un largo rodeo. Ese Jardín tiene pocas aceras y los árboles sin hojas alineados simétricamente bordeando los caminos de tierra batida. Vimos varios deportistas haciendo footing, corriendo, y en bicicleta; una pequeña área de ponies, y una zona de juegos infantiles que estaba vacía a esa hora. Esa área de recreo es muy diferente a las que se ven por aquí, porque está diseñada para propiciar el desarrollo físico e intelectual de los niños simultáneamente; es decir, que no se trata de la típica “montaña rusa” o del “sube y baja” corriente, sino, que los infantes son estimulados a pensar y a razonar por medio del entretenimiento y la diversión, a la vez que se desarrollan físicamente.
Pronto llegamos al Arco de Triunfo del Carrousel, y empezamos a tomar fotos con la estructura piramidal al fondo. Empero, había que darse prisas porque la fila para entrar se estaba alargando cada vez más, con gente que llegaba desde todas las direcciones, ya que cada día hábil se dan cita en ese lugar verdaderas multitudes.
La pirámide es de buen tamaño, pero no sé porqué yo me la imaginaba más grande, lo que sí es de grandes dimensiones es el vestíbulo debajo de ella, donde se adquiren las boletas en ventanillas y en máquinas asistidas por azafatas que ayudan e informan al visitante. Los interesados en el arte proceden del mundo entero, sin embargo, sobresalen los japoneses por sus rasgos físicos, por su cantidad y por los grupos guiados de nipones que se ven.
Una vez adquiridas las entradas de 13 euros c/u para poder tener acceso a todas las exposiciones, tanto a las temporales, así como también a las permanentes; entramos antes a la amplia librería y en la tienda del museo de dos niveles donde venden reproducciones de las obras, catálogos de las exposiciones, monografías, vídeos, souvenirs, etc.
Al fondo de un ancho pasillo pasando por varios departamentos incluyendo el de los “amigos del museo”, boutique para niños, oficina de correos, café-documentación, el “espacio para la adhesión”, y el cyberlouvre, se llega a la llamada pirámide invertida, que dicho sea de paso es más interesante y curiosa para el público que la que está afuera en la entrada, porque apunta a otra pirámide pequeña que está en el suelo, o sea, que se trata del vértice de una enfrentado al otro vértice, pero en definitiva no es más que un original tragaluz, al igual que la otra pirámide del exterior.
Más allá de la pirámide invertida están las galerías de resturantes, con negocios temáticos de comida marroquí, japonesa, francesa, española, italiana, tailandesa, mexicana, estadounidense, entre otras. Todos ellos abarrotados de público, hasta tal extremo, que cuentan con mesitas para comer de pie si se tiene prisa, o bien, hay que esperar que se desocupe alguna mesa, aparte de la cola larga que hay que hacer para que le sirvan a uno. Nosotros optamos a las cuatro de la tarde por el menú mexicano, porque en ese momento la fila era más corta en ese restaurante.
Las colecciones del Louvre son tan variadas y de tanta calidad, que cualquier investigador acucioso podría fácilmente pasarse la vida entera en ese solo museo estudiando las pìezas que alberga. Esta institución museística, conjuntamente con el Hermitage de San Petersburgo en Rusia, son las más grandes del mundo. Lo que sucede es que al poseer obras originales ambas, como era de esperarse en unos museos de esa categoría, es muy difícil, por no decir imposible, decir cuál de los dos es más importante o mejor; tampoco puede calcularse el valor material de las piezas de ninguno, en una hipotética subasta, porque esas obras son patrimonio del estado y no están a la venta, pero comoquiera sería muy elevado.
El gran Museo del Louvre cuenta con cuatro niveles, con miles de obras; no obstante, hay tres piezas que acaparan poderosamente la atención del público: la Monalisa o Gioconda, la Victoria Alada de Samotracia, y la Venus de Milo o Afrodita. Es tanta la aglomeración de visitantes ante estas obras que resulta difícil tomar las fotos sin que salga alguien.
Otros amantes del arte se dedican a admirar las piezas que aparecen en la novela y en la película del Código da Vinci, y tampoco se descarta aquellos que deambulan perdidos. Así cada cual va a lo suyo, como mejor puede. Yo pregunté por la Diana Cazadora, que es también una obra importante, y el guardián me informó que estaba en préstamo en Italia.
En la planta del entresuelo, predominan las esculturas preclásicas, francesas, italianas y las artes del islam. En la planta baja siguen las esculturas italianas, las de origen griego, con la Venus de Milo a la cabeza; las egipcias de la época farónica, de la Mesopotamia e Irán, y más piezas escultóricas francesas. Ahí también se exhibe el famoso Código de Hammurabi de la antigua Babilonia.
En el primer nivel se encuentran dos de los tres “platos fuertes” del museo: la Gioconda en una sala especial, y la Victoria de Samotracia colocada en lo alto de la escalinata. En mi primera visita al Louvre, hace más de un par de decadas, yo recuerdo que estaba solo ante esta famosísima escultura griega, y ahora se encontraban centenares de personas simultáneamente, intentando apreciarla. Además, en ese nivel cuentan con unas salas con unos espacios enormes para las pinturas de gran formato, y tienen salones amplios para la pintura italiana, y para la francesa. Lo mismo puede afirmarse de las obras pictóricas del Renacimiento y de la Edad Media, de las pinturas española y de la inglesa. También hay salones especiales para bronces, objetos preciosos, piezas de barro cocido y cerámica griega, entre otras.
En la segunda planta cuentan con una extensa muestra de pintura francesa que abarca varios siglos, sobresaliendo Los Baños Turcos de Ingres; y además, en las otras salas cuelgan cuadros alemanes, de Flandes y de los Países Bajos. Entre estos últimos se destaca la Encajera de Vermeer. Y así sucesivamente.
Después del almuerzo por el cual pagué 26 euros, se me ocurrió, - a pesar del cansancio provocado por el museo -, de pasear por los Campos Elíseos iluminados especialmente con motivo de la Navidad. Ese es un recorrido “obligado” en el París navideño, lo que significaba casi tres kilómetros más, dando una vuelta por el Sena para tomarnos las clásicas fotos en uno de los puentes del río.
Cuando se pasea por los Campos Elíseos a partir de la Plaza de la Concordia, se hace conjuntamente con centenares de personas de todo el mundo; aquello parece una auténtica ONU. Son verdaderas multitudes con toda clase de atuendos que caminan por las amplias aceras, desde saris de la India, hasta pieles rusas, pasando por llamativas camisas africanas. Al principio, dicha acera se nota un poco deteriorada en los bordes, pero luego mientras más se avanza más esplendorosa se torna, y sólo desentonan los centenares de colillas de cigarrillos en los adornos metálicos tipo reja concéntrica que tiene la arboleda en su base. Si uno entra a cualquiera de las galerías comerciales o a las tiendas, se quedará sencillamente anonadado con el lujo y el buen gusto en la decoración de los escaparates.
Con tanto derroche de adornos y luces el trayecto se hace corto, pero aún así estábamos muy agotados de toda la actividad del día. Al llegar al Arco de Triunfo, cruzamos por debajo de la plaza y se estaba formando una fila enorme esperando para subir al Arco, pero sólo me limité a sacar unas cuantas fotos, y luego instintivamente me subí a un taxi para que nos llevara al hotel, porque ya no contábamos con fuerzas suficientes para tomar el metro, y eran las ocho de la noche. Por suerte el taxímetro sólo llegó a los 10 euros.
El Centro Pompidou, inaugurado en el 1977 y conocido cariñosamente como el Beaubourg, era nuestro objetivo al día siguiente, para ver una parte de su colección de 59 000 obras de arte contemporáneo. Después de haber caminado diez minutos desde el hotel le preguntamos a un cartero, y así llegamos al museo entre varias callejuelas, que son las que más despistan al visitante extranjero. Pero antes encontramos un servicio de Internet cerca, a 4.50 euros la hora; la noche anterior me habían cobrado 5 euros por 15 minutos, en el hotel.
La fila era larga, tanto la de afuera así como también la de adentro. Una vez en el interior, me daba la impresión de estar en un galpón gigante con los ductos y tuberías pintados de azul y de rojo; desde fuera parece un almacén grandote de dos colores, con una escalera mecánica en diagonal, con descansos horizontales intercalados, que de lejos se asemeja a un gusano enorme subiendo por la fachada. Si lo que se pretendía era lograr un impacto visual y cultural, se logró el objetivo. Nos cobraron 12 euros per capita. Al subirnos en la escalera mecánica, poco a poco fuimos viendo el paisaje parisino en la medida en la cual íbamos subiendo. Desde la sexta planta, predominan en el horizonte citadino la iglesia del Sacre Coeur en la colina a la derecha, y la Tour Eiffel a la izquierda.
De esa manera llegamos a la extraordinaria retrospectiva de Alberto Giacometti. Este escultor suizo (1901-1966) se caracteriza por sus obras alargadas, lo que en arte se conoce como manierismo, o dicho de otra manera más técnica, se trata de una leptosomatización de la figura. Las piezas de Giacometti expresan espiritualidad y el tamaño fluctúa mucho, ya que hay esculturas de apenas dos centímetros (aprox. una pulgada) hasta más de dos metros (aprox. siete pies). Además de las obras de este artista, tenían un par de salas dedicadas a su vida, con publicaciones, y otros soportes, incluyendo revistas, periódicos, críticas, catálogos, fotos, dibujos, y así por el estilo.
El ticket de entrada sirve también para tener control de la cantidad de público que entra a cada una de las exposiciones, de la sexta – porque había otras - y de las demás plantas. De ahí se baja a la cuarta, donde tienen obras realizadas entre el 1960 hasta nuestros días, y se tiene que subir por una escalinata normal a la quinta, donde está una parte de la colección permanente, desde el 1905 hasta 1960. Daba gusto ver en la misma sala maestros de la escultura, de la pintura y de la fotografía; un “diálogo” de medios diferentes conjuntamente en el mismo espacio, repito, algo todavía impensable por estas tierras, donde aún hay “profesores” de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) que enseñan que la fotografía no es arte.
Son decenas de creadores los representados en la quinta planta como: Picasso, Moholy Nagy, Matisse, Braque, Miró, Gris, Dubuffet, Chagall, De Chirico, Rothko, Vasarely, Giacometti, Man Ray, Malevitch, Brancusi, y otros más, todos ellos de primera fila.
Ya en la cuarta poseen obras de: Tàpies, Tinguely, Vostell, Beuys, Twombly, Tanaka, Basquiat, De Kooning, y así por el estilo. Ahí estuvimos viendo el famoso corto de Luis Buñuel: Un Perro Andaluz de 17 minutos de duración.
La tercera está dedicada a los audiovisuales y al vídeo-arte, donde estuvimos un buen rato; y en la segunda poseen todo lo relacionado con la musicología y sala de lectura. El Centro Pompidou cuenta además con su cinemateca, cafeterías, una tienda con artículos curiosos diseñados, una amplia librería con una gran oferta temática y de títulos; y otra sala de exposiciones temporales, en la cual tenían una espléndida exposición de arquitectura, y otros departamentos.
En la parte posterior de la entrada principal del museo, está la biblioteca, incluyendo un centro de documentación e investigación visual llamado Biblioteca Kandinsky del Centro Pompidou, donde, para mi agradable sorpresa encontré un libro mío: Espejismos de Koloruum.
De paso hacia el hotel entramos a un restaurante chino a cenar, y de ahí al hotel a descansar.