domingo, febrero 18, 2007


PUESTA DE SOL EN EL ÁREA DEL BOSQUE HÚMEDO DEL JARDÍN BOTÁNICO DE SANTO DOMINGO (foto: FAUSTINO PÉREZ)
EL LENGUAJE DE LAS MANOS Y EL LENGUAJE DE LOS ANILLOS DE FAUSTINO PÉREZ


Por FAUSTINO PÉREZ




Las manos han sido históricamente las ejecutoras de todo lo bueno y de todo lo malo que realiza el hombre, desde regalar un caramelo a un niño, hasta lanzar una bomba atómica, accionando una palanca o conectando un dispositivo. Por esos motivos, en una ocasión, yo las llamé las “herramientas” todo-terreno.
En otro orden de ideas, desde la vertiente comunicacional, las manos aportan mucha información a los interlocutores, y en nuestra cultura, compiten con la cara, por ser este un país de gesteros, en contraposición a los pueblos nórdicos donde apenas se gesticula.
Las manos son tan importantes, que incluso, una de las funciones más importantes de los robots, consiste en tener manos articuladas que puedan sujetar o asir cosas. Con la diferencia de que el robot no se enferma, pero sí se avería.
Cuando un bebé nace, unas manos lo reciben al mundo, lo bañan, lo pesan, lo miden, lo visten, lo miman, lo cargan...; y cuando fallece alguien, unas manos cargan el ataúd, cavan la tierra o manejan el tractor, lo entierran, y le colocan las flores, entre otros rituales. Si se creman los restos, también intervienen las manos para poner en marcha el horno crematorio.
Existen dos maneras básicas de sujetar con las manos: el agarre de precisión, como podría ser la manera como el médico usa el bisturí, o el alumno emplea el lápiz; y el agarre de fuerza, que se manifiesta, por ejemplo, al tomar un garrote.
Las manos son partes muy complejas, que van desde la muñeca hasta la punta de los dedos, ya que además de los músculos, tendones y huesos, cuentan con venas, arterias, y nervios. Cada dedo tiene tres falanges, salvo el pulgar que posee dos. Ese dedo es el más importante porque sirve para sujetar, oponiéndolo a cualquiera de los demás dedos. Ese es el motivo por el cual, las compañías aseguradoras otorgan una compensación mayor por ese dedo, en caso de pérdida o lesión. Por otro lado, el pulgar ocupa un área en el cerebro humano, más grande que las de los otros cuatro combinados.
Los dedos de las manos son capaces de “sentir”, o sea, de recibir una impresión táctil, y además experimentan el frío o el calor, y la presión. Igualmente, “sufren”, porque son capaces de tener sensaciones de dolor.
El cuerpo humano con su “envoltura” de piel tiene un sentido muy curioso, llamado el sentido proprioceptor, y consiste, en que si un sujeto cierra los ojos, y alguien le toca cualquier parte de su cuerpo, esa persona sabe exactamente qué fue lo que le tocaron, sin haber visto nada. Este sentido le indica al interesado, dónde están sus partes del cuerpo, en relación con las demás. Por supuesto, que esta particularidad se manifiesta, por igual, en los dedos y en las manos; y por ese motivo la persona conoce también si un dedo está flexionado o no, y sabe precisamente cuál de ellos, sin ver nada.
Un médico (o un experto) es capaz de inferir mucha información útil de las manos de un paciente, por el color, las callosidades, la forma, los temblores si los tuviese, la temperatura, la condición de la piel, los hongos incluyendo los de las uñas, los sudores, las verrugas, las manchas, las cicatrices, y así por el estilo. En nuestra cultura, muchas veces se interpreta una mano sudorosa como la de una persona celosa.
Cuando aparecen una manchitas blancas en las uñas, de las que mucha gente da la explicación en el sentido de que esa persona va a recibir un “regalo”, en nuestra cultura; en realidad, lo que indican es que existe una carencia de cinc, en el organismo del sujeto.
Otra especialidad diferente es la interpretación de la forma cómo la persona le da la mano a otra, lo cual alcanza muchos matices. Entre las más relevantes tenemos: El apretón “rompehuesos” realizado con fuerza, que lo mismo es posible que signifique firmeza, o por lo menos fortaleza física; pero, que también cabe la posibilidad de que sea un mecanismo de compensación debido a una falta de carácter, o bien, un afán desmedido por impresionar e impactar al otro. Además, influye el tamaño de la mano de quien aprieta.
En el otro extremo está el saludo “blando”, es decir, de la gente que da la mano “sin vida”. Es típico de una persona poco expresiva, poco entusiasta, o con desinterés. También, puede indicar debilidad física y/o psíquica; y en peor de los casos, tratarse de alguien que tenga mucha sangre fría y que sea calculadora; inclusive, llegar a significar hasta crueldad y sadismo.
Hay gente que da la mano, y le tuerce la muñeca al otro, lo cual es una clara muestra de sus intenciones, ya que de lo que se trata es de manipular al otro.
Otros en cambio, sólo agarran la punta de los dedos del interlocutor, lo cual tiene muchas variantes. Entre ellas tenemos el saludo diplomático al estilo francés, el apretón del tímido, el del desconfiado, etc. Algunos se hacen los simpáticos de esa manera.
Hay quienes dan la mano empleando ambas, de tal forma que convierten el saludo en una especie de “sandwich”, con la mano del otro en medio; esta modalidad la emplean mucho los que intentan congraciare con el saludado, incluyendo los que pretenden halagar o adular. Otra variación consiste en sujetar el antebrazo del interlocutor con la mano izquierda, en tanto se da la mano derecha. Esta manera implica una forma de persuadir o de convencer, o por lo menos, de hacerle partícipe de sus ideas.
Existen personas que dan la mano con rapidez, es decir, que aprietan y sueltan con mucha velocidad; esto significa premura, urgencia, prisas, y también, se hace para parecer original y de alguna manera impactar.
Por supuesto que si un hombre le rasca palma de la mano a una mujer con su índice, al saludarla, ella por lo menos le soltará rápidamente la de él; y cabe la posibilidad de que se ofenda, o se muestre sorprendida, como mínimo.
Se ha especulado acerca del origen del apretón de manos, en el sentido de que los caballeros daban la mano en la edad media, para hacerle saber al contrincante de que no llevaban ninguna arma. De todas formas, en nuestra cultura, el apretón debe de ser moderado, con la mano completa, y sin intentar doblegarle la mano al saludado, para que parezca sincero.
Las manos sirven para todas las necesidades básicas del ser humano, aparte del saludo: para construir la vivienda, para la confección de su vestimenta, para cocinar, para acariciar durante el sexo, para pasar las páginas de un libro y estudiar, para tomar medicamentos y atender los enfermos...y hasta los vicios dependen de ellas, como el sujetar un vaso con una bebida alcohólica, inyectarse una droga o fumarse un cigarrillo. Son muchos los ejemplos de contrastes.
Las manos sujetan el bastón del anciano o del invidente, pero, de la misma forma enseñan a un bebé a caminar. Los pedigüeños las usan para pedir colocándola en posición cóncava hacia arriba, de forma receptiva, y los padres la colocan en la cabeza de su vástago con la palma hacia abajo, de manera protectora. Los científicos agarran la probeta con las manos, pero los soldados lanzan granadas de mano con ellas.
Lo mismo las emplean quienes hacen obras de caridad, y los hábiles carteristas, también. Se le puede salvar la vida a alguien que se esté ahogando, o bien, sirven para apretar el gatillo del arma homicida. Los trapecistas de un circo se sujetan con ellas del trapecio para no caer con violencia al vacío, y los paracaidistas, se lanzan a ese mismo vacío y se aferran al paracaídas para caer con suavidad.
En la música, sus intérpretes dependen de ellas para lograr los sonidos, lo mismo que los deportistas en sus distintas especialidades; aunque hayan deportes como el fútbol, en que está prohibido su empleo, pero se usan con el fin de mantener el equilibrio o para el saque del balón.
En los bailes de ciertos países las manos son fundamentales, como el flamenco de España, o las danzas de la India o de Tailandia.
En ciertas culturas, como en Marruecos o en la misma India, las mujeres se decoran las manos con henna, que es un colorante de origen vegetal. En occidente, algunas divas del celuloide se han hecho famosas por sus escenas usando guantes, como Marilyn o la Marlene.
Nuestro idioma tiene numerosas frases idiomáticas que hacen referencia de las manos: arriba las manos, a mano armada, de primera mano, hecho a mano, echar una mano, está muy a la mano, mi mano derecha, una mano de plátanos, mano de pintura, pedir la mano, mano de obra, mano de ping-pong, doblar a mano derecha, y así por el estilo.
No nos olvidemos que con las manos se escribe o se teclea, lo cual para algunos ha significado el lograr la trascendencia, o sea, el perdurar en el tiempo y el espacio.
Donde hay más variedad es en la Sagrada Biblia, ya que contiene miles de referencias relacionadas con las manos. Desde Poncio Pilatos quien se lavó las manos, o cuando Moisés golpeó la roca para que saliese agua.
Las manos sirven para descargar el estrés, como cuando los pasajeros aplauden si han tenido un feliz aterrizaje, o se masturban en otro escenario; o bien, haciendo gestos, invitan lo mismo a bailar en una discoteca, que a fornicar. Son sociables cuando se usan para saludar quitándose la gorra, o piadosas al orar. Resultan hacendosas cuando una mujer borda un mantel, maternales en los casos en que le den el biberón a un infante, y halagan al aplaudir a un artista.
Los dedos de las manos tienen su manera de expresar cómo es la persona, por medio de los anillos, asumiendo que lo use dónde le plazca, en lugar de ponérselo dónde le sirva.
Partiendo del simbolismo de los dedos hemos elaborado EL LENGUAJE DE LOS ANILLOS DE FAUSTINO PÉREZ. Es un lenguaje que expresa a grandes rasgos cómo es su personalidad,
es decir, que ese detalle viene a ser como un resumen visual de su idiosincrasia o manera de ser. Ustedes lo podrán comprobar en el trato con la gente. Haciendo la salvedad de que este criterio es independiente de cualquier uso que la persona le pueda y/o quiera dar a sus dedos, con fines prácticos.La moda actual de ponerse un anillo en cada dedo la impuso Ringo Starr, del conjunto musical The Beatles, en la década de los años 60. El tocaba la batería, y con ese detalle, destacaba el movimiento de sus manos al tocar. Esto no implica que en otras épocas no se hiciera eso de ponerse muchos anillos.
Quienes usan anillos en todos los dedos, no quieren vincularse sentimentalmente de forma permanente con nadie. Es decir, que les gusta el flirteo, o el cambiar de pareja constantemente.
Tanto la cara, así como también las manos, que son las partes del cuerpo que ahora nos conciernen, están sometidas a los llamados impulsos cruzados del cuerpo. Esto significa que el hemisferio cerebral izquierdo controla el lado derecho del cuerpo, y viceversa, el hemisferio del cerebro que está a la derecha, rige el costado izquierdo. Sin embargo, en cada hemisferio cerebral tenemos zonas especializadas, para las distintas capacidades. Por esas razones, el lado derecho del cuerpo, se considera como el lado de la razón, el cálculo, el lenguaje y la premeditación, etc., y está regido por el lado izquierdo del cerebro. En cambio, el opuesto, controlado por el hemisferio cerebral derecho, es el lado de la intuición, de las corazonadas, de la imaginación, de los sentimientos, etc.
Hechas estas aclaraciones, aplicables a cada mano, tenemos que el dedo pulgar es el “dedo-juez”. En la época de los romanos, se hacía una señal con el pulgar hacia arriba o hacia abajo, para decidir la suerte de los gladiadores en el coliseo. Modernamente, los pilotos de aviones de caza, lo emplean para indicar que todo está correcto. Este dedo es el preferido para tomar las huellas digitales, por ser el más importante como se dijo, y así por el estilo. Si el hombre o la mujer se pone el anillo en ese dedo, significa que desea reafirmar su personalidad, o sea, que lo hace para recalcar su ego. Ciertas universitarias han puesto de moda el añillo en el pulgar, e inclusive, esa práctica ha sido adoptada por las lesbianas y por los gays, quienes también quieren reafirmarse, por lo visto, en sus preferencias sexuales. No es extraño que surja esa moda entre las universitarias, quienes se dan perfectamente cuenta, de que cada día adquieren una mayor cuota de poder social, porque los varones dominicanos cada vez estudian menos. Eso implica que el machismo tiene sus días contados, o a lo mejor quién sabe, todo está por verse.
El dedo índice probablemente sea el origen de la señal de la flecha; y en otro orden de ideas, ya lo emplean los infantes para señalar, sin previo aprendizaje. Es el dedo que indica, señala, y acusa. Cuando el anillo está en ese dedo, se trata de una persona dominante, que quiere imponerse, de forma intuitiva, si es en la mano izquierda; o de manera calculada, si se trata de la mano derecha, como ya dijimos.
En cambio, el anillo en el dedo mayor, al ser el dedo del equilibrio por estar a mitad de camino de los demás dedos, expresa que se trata de una personalidad que busca su equilibrio emocional, es decir, un balance en su estado anímico.
El dedo anular, por su parte, es el dedo del vínculo, es el que se considera como normal y perteneciente al anillo, y de ahí su nombre; ya que en ese se coloca el anillo del compromiso matrimonial, de la boda, de la graduación, etc. Las mujeres se sienten muy identificadas con sus vinculaciones, y por eso no es de extrañar que se utilice el dedo anular de la mano izquierda, que es el lado de los sentimientos. Los hombres también lo usan en este dedo para esos mismos fines.
El meñique, por su lado, es el más pequeño de los dedos, y viene a ser el consentido entre todos y el “niño” mimado. Por esas razones el anillo en el meñique implica una personalidad caprichosa, y quizá veleidosa, que se antoja de cualquier cosa y le gusta que lo/la complazcan. Por otro lado, implica independencia, o el estar acostumbrado a hacer lo que le da la real gana.
Quizá, las manos alcanzan un simbolismo máximo y sublime en la Capilla Sixtina del Museo del Vaticano, en la escena del mural del techo, en la que Dios casi toca el dedo de Adán, con el índice de la mano derecha. Esta imagen ha sido reproducida incontables veces, e inclusive, aprovechada por la publicidad. El genial Miguel Angel no se equivocó.

sábado, febrero 10, 2007


MARISMA ARTIFICIAL DEL PARQUE UENO, PARA ATRAER AVES ACUÁTICAS MIGRATORIAS (foto: FAUSTINO PÉREZ)
IMPRESIONES DE UNA VISITA A LA CIUDAD DE TOKYO (y 3ra. PARTE)


Por FAUSTINO PÉREZ


Los japoneses sienten y tienen una relación muy especial con el agua y con las piedras, aparte de su amor por los peces, las aves, y las flores como el crisantemo. Al lado del templo budista Kannon, que visitábamos, tienen el correspondiente jardín, pero no me gustó, por tener el colorido muy apagado y gris.
Luego fuimos hacia los autobuses, nos pasearon por Nakamise , un sector con mucho movimiento comercial, de ahí cruzamos por Kappabashi, donde están los principales proveedores de efectos para restaurantes, y pasamos, además, cerca del Parque Ueno. Cuando llegamos al hotel ya era de noche.
De ahí fuimos a cenar comida rápida americana en la Chuo-Dori, y regresamos al hotel ya cansados. Al día siguiente, salimos después de la hora pico, hacia el Parque Ueno, al Museo Nacional de Ciencias, donde vimos una proyección en 3-D con gafas polarizadas acerca de las momias de Egipto. Esta proyección se realiza con seis proyectores y proviene del Museo Británico. Aquello era impresionante, porque las momias se veían en el aire justo al frente de nosotros. Este sistema de proyección ha mejorado sustancialmente, ya que antes las gafas tenían dos colores: el rojo y el verde; y ahora son polarizadas. Los efectos son muy similares a los que se logran por el sistema I-max, en 3-D, con gafas también.
Este museo es de tamaño modesto pero con una museografía fabulosa y muy moderna, con todos los adelantos de la tecnología. Incluso cuenta con una sala para que los niños hagan experimentos de física. Tiene una planta dedicada a los vertebrados y otra a la vida marina. También tenían una exposición dedicada a los adelantos tecnológicos, con un robot dotado de una capacidad de movimientos increíble. Es un museo excelentemente montado.
De ahí intentamos visitar otros dos museos: El Museo Nacional de Tokyo, y El Museo Nacional de Arte Occidental, de los varios que están en el parque, también; pero estaban cerrados por razones de mantenimiento. Ante el fracaso decidimos caminar por el parque que tiene menos de kilómetro y medio de ancho, y pasamos frente al zoológico, pero no entramos. Cerca de un un templo budista que se encuentra dentro del perímetro del parque, nos dirigió la palabra un japonés que hablaba buen inglés. Al final resultó que era poeta y escritor, y quería que le comprara unos haikus o poemas breves japoneses. ¡Imagínese nosotros que venimos de un país donde sobran poetas! Y sucedió lo que estaba previsto en el guión, que no le compré nada.
Vimos otro personaje de los llamados indigentes o inadaptados sociales, o sea, de los “pobres por elección”, que estaba tomando el sol. Parecía sacado de la película El Imperio de los Sentidos del gran director de cine japonés Nagisa Oshima, le tomé una foto, y me miró como aquel que hace un favor.
En otro lugar había un grupo de pobres, detrás de un furgón. Yo supongo que estarían recibiendo ayuda. No muy lejos contemplamos un cartel de alguien buscado por la policía. Era una especie de retrato-hablado con su cara, por supuesto, y un texto. En Tokyo se ven muy pocos agentes del cuerpo policial; y cuando aparecen, cualquiera podría confundirlos con estudiantes universitarios bonachones, si no fuera por el uniforme.
Pero la gran sorpresa del parque sería otra cosa. Yo había leído en el plano que ponía “pond”, en inglés, y lo traduje por “estanque”, o “lago artificial”. Pero mi asombro fue mayúsculo cuando llegamos a una marisma artificial llena de yerbas altas, para atraer las aves acuáticas migratorias. Ahí habían miles de patos de varias especies, gansos, gaviotas, etcétera; más todas las demás que se añaden en la orilla, como las palomas, los gorriones y los cuervos. Ya habíamos observado en un recodo apartado del parque, a una decena de fotógrafos, sentados y de pie, con una temperatura de dos grados centígrados sobre cero, y con teleobjetivos de esos que cuestan ocho mil dólares cada uno, más o menos, esperando pacientemente a que unos pajarillos se posaran o se acercaran a ciertos arbustos. Eso es lo que se llama amor por la naturaleza.
Sin embargo, en otros escenarios los japoneses siguen cazando ballenas inmisericordemente en los mares del mundo, sin atender las razones de los ecologistas, lo cual contrasta con su comportamiento ante las aves. He ahí una contradicción.
Al día siguiente volvimos a Akihabara, y ya entramos directamente del metro a la tienda sin salir a la calle; lo que demuestra un avance, o sea que estábamos mejorando en nuestro sentido de la orientación. Salimos a almorzar al mediodía después de la hora pico, y ocurrió algo insólito por estas latitudes. Como yo me sentía espléndido, se me ocurrió dejar una buena propina, en un restaurante de carnes que estaba en el subsuelo, ya que el filete estaba riquísimo; y para mi sorpresa, el camarero vino corriendo detrás de mí para devolverme la propina en los escalones.
De regreso al hotel, y por la noche cena al estilo americano y el clásico paseo por Ginza. Cabe destacar un accidente de tránsito del cual fuimos testigos, porque un conductor estaba dando marcha atrás, para salir de un aparcamiento y chocó contra un poste. Como había un herido, la policía llamó la ambulancia y yo estuve cronometrando a la ambulancia, que tardó ocho minutos en llegar.
Por la mañana después del ajetreo matutino, nos dirijimos a Ikebukuru, a la famosa tienda Bic Camera. Después de dar algunas vueltas por las cercanías, entramos a una de las sucursales, ya que al menos son tres en ese sector. La Bic tiene ocho plantas repletas de todos los productos que se puedan imaginar, y los extranjeros pueden consumir sin pagar impuestos, desde un reloj rolex clásico por algo más de cuatro mil dólares, hasta calzados de playa de la marca Nike. Aparte de las secciones de bicicletas, relojes de pared, computadoras, equipos de música, cámaras, libros técnicos, programas y otros tipos de software, piezas de ordenador para uno mismo ensamblarlos, y un largo etcétera.
También vimos a un político que estaba hablando en una tarima muy alta, a un lado de la avenida, cerca de las tiendas.
Por la noche fuimos a una librería cercana al hotel a comprar mangas o cómics japoneses. La dependienta me sacó un plano plastificado de la tienda, para indicarme en qué tramos se encontraban, y así pude hallarlos con mucha facilidad. Eso mismo me habían hecho en el aeropuerto cuando pregunté en “Información” por la oficina de turismo, siempre le sacan al cliente o al interesado, un plano.
El lunes decidimos darnos una vuelta por el Palacio Imperial, que se encuentra aproximadamente en el centro del Tokyo central. Como no habían carteles, tuvimos que preguntar, y atravesar varias galerías comerciales subterráneas muy bien decoradas; y al final llegamos al recinto amurallado rodeado de un foso, al mejor estilo medieval, con varios puentes. La anchura del foso varía, pero en algunos lugares tiene como veinte metros, y el muro tiene como diez de alto, y según dicen, como cinco de ancho. En el agua vimos las típicas carpas de colores, en un agua verdosa por la clorofila, y también pudimos divisar un cisne. En ese recinto, el emperador puede pasearse con su consorte y no se ven desde la acera, ya que la muralla es más alta que una persona, y desde la calle sólo se divisan los techos, y algo más, de las edificaciones al estilo japonés. Es decir, que en todo ese espacio privilegiado de 250 acres únicamente viven dos personas permanentemente.
Claro está, que tiene su seguridad y sus guardianes, principalmente en los puentes, pero esos no habitan ahí. En esa área pueden verse, además, muchos deportistas, incluyendo ejecutivos y funcionarios de los ministerios de los alrededores, trotando o caminando alrededor del Palacio por las aceras. Al seguir avanzando, llegamos a los Jardines del Este, -pasando por el Museo Nacional de Arte Moderno -, que vienen a ser como una prolongación del espacio imperial, pero abiertos al público. Vimos unos carteles de esos que no se ven aquí , donde ponía en japonés y en inglés, que los perros no se podían dejar sueltos, y que los dueños tenían la obligación de recoger los excrementos de sus animales. Yo sencillamente sonreí, pensando en lo que pasaría si colocaran unos avisos como esos en nuestros parques.
Lo que sí estaba avisado era la gran final del campeonato de sumo, del Torneo de Año Nuevo y me interesaba verla por la televisión. Con la asistencia de sus majestades se declaró campeón a Yokozuma Asashoryu, quien resultó casi invicto y recibió una decena de trofeos de gran tamaño. El sumo es un tipo de lucha en la que no existe límite de peso, en la cual se trata de derribar, o de sacar fuera del anillo al contrincante, a base de manotazos, empujones, tirones, zancadillas, etc. Empero, para mí lo más interesante del sumo, son los rituales y la “coreografía” que hacen todos los luchadores antes de los combates, estimulados por los aplausos. Esas “moles” humanas de más de 300 libras (150 kilos) moviéndose es digno de verse.
Naturalmente, que en un campeón convergen la inteligencia y sus reflejos, para poder aprovecharse de una coyuntura determinada; la fuerza bruta, que le sirve con el fin de ser capaz de levantar a su adversario; la agilidad, para evadir y para actuar; y el centro de gravedad, ya que si el luchador es demasiado alto, puede ser derribado con mayor facilidad, comparativamente hablando. El sumo es probablemente el deporte nacional por excelencia.
Es increíble como un pueblo que ama la espiritualidad en la piedras y en la naturaleza, y que va a los jardines a meditar, sea tan amante de un deporte como el sumo. He ahí otra contradicción.
Cambiando los canales del aparato televisivo, me tropecé con un canal pornográfico, y para mi sorpresa, ellos censuran los órganos sexuales de los actores, y lo que hacen es que difuminan los genitales. Yo sabía de la fijación que tienen los japoneses por las colegialas y que se manifiesta en los mangas, pero el llegar a esos extremos demuestra, que con respecto al sexo, los japoneses tienen un problema no resuelto. Lo que no pueden hacer es censurar los miles y miles de páginas pornográficas del Internet.
Otro detalle curioso para mí, es que los locutores de noticias hacen el saludo-reverencia al principio y al final de su intervención. Haciendo el zapping, con el mando a distancia, pude ver ciertos efectos especiales novedosos para mí.
Cuando amaneció, la única preocupación era tener las maletas listas, porque el check out era a las doce del mediodía; y como siempre sucede, la ropa cabía a duras penas. Bajamos a las once y media, repartiendo “arigatós” por todos lados, nos cruzaron gentilmente las maletas al otro lado de la calle para tomar el taxi, y llegamos a la Tokyo Station justo a tiempo para tomar el bus de la una. Esta vez el taxista no se perdió, pero nos cobró más que el otro, porque el de la llegada nos había cobrado la tarifa mínima, ante su perplejidad.
Pasamos por debajo de los numerosos puentes de trenes y autopistas, y antes de llegar al aeropuerto, nos hicieron un chequeo rápido de los pasaportes en el mismo transporte.
Nos bajamos en la última parada, del Aeropuerto Internacional Narita. Por suerte el área de salida es mucho más elegante y confortable que la de llegada. Me dio tiempo de pasear un rato y de llegar hasta un observatorio de vuelos, y de tomar fotos en las dos fuentes-jardines, como de diez metros de ancho cada una. También aproveché para navegar por el Internet un poco, para comprar algo en las tiendas, y para cambiar los yenes que me quedaban, por dólares. En los bancos de cambio tienen unas canastillas para devolver y para recibir el dinero. Todo el menudo que me sobró me lo reembolsaron, no hicieron como en otros países que se quedan con ese sobrante. Cuando fui a tirar un papel me di cuenta de que la basura la dividen en cinco categorías: papel y cartones, plásticos, latas, biodegradables y basura mixta.
Yo estaba deseoso de subir al avión para lo que iba a ser el vuelo más largo de mi vida: más de catorce horas volando en un avión, ya que se tarda más en volver que en ir, a lo que hay que sumarle la hora y pico de espera antes del despegue. Con tanto tiempo metido en un jet, el aparato se convierte en un “laboratorio” de psicología y en una “fábrica” de olores.
En el avión hay gente que se pone nerviosa, otros tienen miedo, o se emborrachan, o bien toman pastillas para dormir. Los que tienen el vicio del cigarrillo, los que tienen incontinencia de orina, o los que vomitan, lo pasan muy mal; pero por suerte la mayoría se comporta bien. No estamos hablando de los casos extremos como los epilépticos, los ataques al corazón, o las mujeres que dan a luz anticipadamente. En los vuelos largos llega un momento en que los pasajeros tienen “barra libre” como en un resort, y de esa manera se levantan a estirar las piernas, y el personal de abordo trabaja menos. También están los niños intranquilos o hiperactivos y los llorones, o chillones.
Por otro lado, los olores provenientes de los mismos pasajeros, de los excusados y de los alimentos, se entremezclan, y se producen estímulos olfativos extraños.
Ya por fin empezamos a divisar las luces sobre Francia, y al aterrizar el piloto por poco pierde el control del aparato, suerte que al final pudo controlarlo. No se sabe si fue por impericia, o por un golpe de viento, o bien, por el cansancio acumulado.
El hecho es que ya estábamos en París, después del susto, y el personal del aeropuerto haciendo galas de la típica grosería francesa, que se nota más cuando uno viene de Japón, nos sometió a otra revisión; no sé para qué, porque ya la habían hecho en Tokyo. En eso, los zapatos míos de suela fina dispararon el detector y me los hicieron quitar, sin embargo, a los bolígrafos que llevaba no les hicieron ni caso. Las revisiones en los aeropuertos varían y sirven más como mecanismo psicológico que efectivo, porque la seguridad absoluta es imposible, e inclusive, indeseable por lo engorrosa que resulta. Además, se han convertido en una manera de reafirmar la soberanía.
En Air France, por ejemplo, la línea aérea de Francia, -en la que volamos -, el país de la lógica cartesiana, revisan a los pasajeros, no permiten que uno lleve ningún efecto u objeto cortante o punzante. Tampoco, se puede cargar pasta de dientes o cualquier sustancia tipo gel o líquida, o peligrosa, etc. Hasta ahí todo va bien. Sin embargo, lo qué ocurre en la práctica, ¡es que ellos mismos les proporcionan a los pasajeros los efectos y objetos peligrosos, con los cuales se puede hacer cualquier cosa! O acaso no se puede agredir a alguien con una botellita de vidrio de vino, o con los cubiertos metálicos de las comidas, o con el cable del auricular, las bolsas de plástico, las cortinas, los cordones de atar los zapatos, los bolígrafos, las latas de bebidas, y el mismísimo pañuelito en el cuello del uniforme de las azafatas. Y estos son sólo algunos de los muchos ejemplos.
A los karatecas y a otros expertos en artes marciales habría que cortarles las manos, y aún así son peligrosos, y además, ¿no hay gente que se traga droga o la introduce en otros orificios del cuerpo? Si a los pasajeros no los revisan por rayos x, ¿quién impide lo que puedan transportar en su propio cuerpo?
Luego pasamos en autobús a otra terminal y ahí me entretuve observando a los pasajeros en lo que llegaba la hora, sentado cómodamente en un sillón reclinable. Allí estaba la típica chica internética que no puede ver una máquina de Internet sin querer introducirle una moneda; el anciano que se inventó un tipo de gimnasia y se pasó más de una hora en eso. El rabino judío quien “convirtió” una pared, en una sucursal del Muro de las Lamentaciones de Jerusalén; y el grupo de mozalbetes de Indonesia que se echaron agua en la cabeza y se lavaron las caras en el lavamanos del W.C., y dejaron un inmenso charco...
Llegó la hora de abordar, y después de ocho horas y media llegamos sanos y salvos, y como veníamos de París, no nos revisaron las maletas. Esta línea aérea, no tiene azafatas de origen dominicano, en los vuelos Santo Domingo-París, ni tampoco hablan español; en cambio, en los vuelos París-Tokyo casi la mitad de las aeromozas era de origen japonés, y se habla ese idioma conjuntamente con el francés.
Después de un viaje como este comprendo mejor a aquellas familias de japoneses, que fueron engañadas en la década de los años 50 del siglo pasado, a quienes les prometieron tierras fértiles en la República Dominicana, y lo que recibieron fueron tierras, pero cercanas al mar, y no aptas para el cultivo por su salinidad. Ahora ellos esperan su compensación del gobierno japonés.
Como se sabe, cada pueblo tiene su idiosincrasia y eso hay que respetarlo; de todas maneras, el comprender a los japoneses es muy sencillo para un dominicano, ya que únicamente hay que invertir todo lo que ocurre aquí. Si allá viven en el orden, aquí tenemos el caos; si allá se practica la honradez, aquí quieren engañar al prójimo; si allá aman la limpieza, aquí disfrutamos con la basura; si allá tienen silencio, aquí soportamos todos los ruidos; si allá se potencia la inteligencia, aquí lo queremos resolver todo con el sexo y el disfrute de la vida; si allá gozan de una coherencia como nación, aquí nos estamos desintegrando; si allá procuran hacer las cosas bien hechas, aquí hemos convertido la chapuza en una norma...
Yo comprendo que si existe un Yin también tiene que existir un Yang. El consuelo que me queda es que yo espero que si ellos vienen aquí, a lo mejor este caos les sirva como terapia, tal como me ocurrió a mí al ir allá.
Lo malo de toda esta ecuación, es que a nosotros nos ha tocado ser el Yang, y ese Yang, precisamente, cada día está peor.
Ir al Japón significa recibir una lección práctica de cómo deben de ser las cosas en una nación organizada y civilizada.

viernes, febrero 02, 2007


FAUSTINO PÉREZ EN LA SALA DE ESPERA DEL AEROPUERTO NARITA DE TOKYO (foto: A. G.)
IMPRESIONES DE UNA VISITA A LA CIUDAD DE TOKYO (2da. PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ

A pesar de los grandes inventos del hombre, el viajar a las antípodas siempre ha sido tedioso, claro está, muchísimo más antes que ahora. Basta con imaginarse las peripecias de un Marco Polo, o de otros muchos viajantes. Mentalmente uno tiene que adaptarse a las diferentes culturas, ya que por ejemplo, nosotros pasamos del área donde se dan las "gracias", -aunque no siempre -, a otro ámbito en el que se dice "merci"; hasta llegar al territorio del "arigató"; todo ello en muy poco tiempo, si lo comparamos con la época de Marco Polo.
En la recepción del hotel, lo primero que me dijeron amablemente era que tenía que pagar la reserva, lo cual no fue ningún problema. Una vez en la habitación de la séptima planta, puse el termostato en 20 grados centígrados, y encontramos jabón líquido, champú, cepillos de dientes con su pasta, batas de estar tipo kimono, sandalias, peines, unas almohadas muy cómodas, gorros plásticos de baño, aparatos desechables de afeitar, etcétera, aparte de las comodidades típicas como la TV por cable, un frigorífico de esos que tienen los ejecutivos, y un retrete no tan típico, programable, pero que al tener las instrucciones en japonés, no toqué.
Empero, lo que a uno le apetecía realmente era dormir y dormir, a pesar de llevar dos días sin ducharme, y sin cepillarme los dientes por las restricciones en los aeropuertos. En cambio, sí pude afeitarme de mala manera en la estrechez del avión. Y ocurrió algo que no estaba previsto, y es que no podía conciliar el sueño, y no sabía el motivo, hasta que descubrí que se debía al silencio del hotel. Uno no toma conciencia de los niveles de ruido que padecemos en Santo Domingo, hasta que se llega a un país como ese.
Pero el cansancio se impuso, y al final pude dormir como diez horas mal dormidas, porque debido a las trece horas de diferencia, cuando al cuerpo le toca dormir allá por la oscuridad, aquí está uno en actividad y es de día, y viceversa. Por la mañana, no tan temprano porque en el invierno el sol sale un poco tarde, empecé a escuchar unos sonidos secos y ásperos: "arc, arc, arc", provenientes de un tipo de cuervo japonés. Son aves bastante grandes de color negro brillante con destellos verdosos, y con el pico robusto, son las verdaderas reinas de Tokyo, porque aparecen por todos lados, siempre con su canto.
Una vez repuestos, salimos a la calle a las nueve de la mañana dispuestos a "conquistar" Tokyo, pero antes le pregunté al encargado de recepción del hotel, hacia dónde estaba la parada del metro o tren subterráneo, y él amablemente nos señaló la dirección más cercana.
En la acera nos dimos cuenta de que están divididas, es decir, la mitad más o menos para los ciclistas y la otra parte para los peatones; lo que ocurre es que en la práctica no se respetan los espacios y los ciclistas pasan por cualquier lado, en sus bicicletas clásicas. Suerte que no son muchos y andan a velocidades prudentes, salvo excepciones.
Sin embargo, después de caminar unos cinco minutos, no contábamos con que se trataba de una estación del metro con salidas hacia una estación ferroviaria y a una hora pico. Solamente el hecho de ver centenares de pasajeros corriendo y caminando apresurados en todas las direcciones, eso ya de por sí turba a cualquiera; si a eso le añadimos que los billetes se compran en máquinas que están en japonés, que el importe varía según la distancia, que sólo el nombre de la estación está en inglés, y que las salidas están identificadas por números y por indicaciones en japonés, eso complicaba aún más el paseo. Estamos hablando de una estación con más de cincuenta salidas, y hasta los mismísimos japoneses se pierden y se confunden. Cualquier error en la salida puede significar salir doscientos o trescientos metros más allá de dónde uno quiere ir, o quién sabe dónde.
Por otro lado, los andenes están numerados también, y los nombres de las paradas finales de cada línea están en japonés. Francamente no estábamos preparados para ese maremágnum, a pesar de que yo había montado en otros metros de ciudades grandes como París, Londres, Ciudad de México, Sao Paulo, New York, Buenos Aires, Madrid, Roma, Caracas, Lisboa, etcétera. De nada me valieron las experiencias previas.
Y sucedió lo que tenía que suceder, que tomamos el tren en dirección equivocada. Suerte que con la confusión ya se había reducido el tráfico de pasajeros, y los empujadores profesionales enguantados, ya habían hecho su trabajo en los andenes para que las puertas puedan cerrar. Entonces, al darme cuenta del error tuvimos que salir y abonar el importe del trayecto de nuevo.
Después de esa aventura, nos desmotamos en la estación de Akihabara en la llamada Ciudad Eléctrica, como teníamos previsto; y estaba lloviznando, tal como se había pronosticado, porque se me había dañado la cámara y necesitaba urgentemente comprar una. Al mirar los edificios, noté que se trataba de oficinas y de comercios, porque en Tokyo es fácil distinguir los multifamiliares, ya que siempre tienen ropa tendida en los balcones y sus correspondientes parábolas pequeñas de TV; pero no encontraba lo que buscaba, porque los nombres de las calles están casi siempre en japonés.
En eso vi una oficinista que estaba trabajando sola en un negocio y le pregunte por la tienda Yodobashi Camera; y ella muy gentilmente, dejó abandonada la oficina y nos llevó hasta la esquina lloviznando, y nos indicó dónde estaba la tienda. Ese gesto es inconcebible por estas latitudes. Y así después de decirle "arigató" no sé cuantas veces, entramos a uno de los tantos paraísos del consumo de electrodomésticos de la capital nipona. Ocho plantas grandes llenas de todo lo bueno en aparatos y de última generación que uno pueda imaginarse.
Aparte de la planta de las computadoras, tenían otra para aparatos de música, y espacios para televisores, pantallas, celulares, cámaras, relojes, aparatos de hacer gimnasia y de masajes, libros técnicos, programas de computadora, lápices de memoria, mochilas, i-pods, entre otros muchos productos.
Intenté comprar varios efectos con la tarjeta de crédito, pero ellos tienen por norma llamar por teléfono al banco emisor, y como era mediodía allá, aquí era casi medianoche, y no respondían. Entonces, saqué de la cartera otra tarjeta de débito prepagada, y así pude comprar lo que quería, incluyendo la cámara. Al tener que cargarle la batería al bártulo fotográfico, me dijeron que volviera en una hora.
Ese tiempo lo aprovechamos para ir a almorzar en las cercanías, una comida típica japonesa, pero como no sabían inglés, tuvimos que emplear el método de señalar con el dedo el plato en un muestrario de fotos del menú, y nos entendieron perfectamente. En realidad yo no sabía lo que estaba comiendo, ya que allá se consumen pescados que aquí no se conocen, y además, ellos tienen ciertos vegetales que no se cultivan en este país, todo mezclado con algas y arroz pastoso. Aunque desconocía lo que estaba consumiendo, el plato estaba riquísimo. Nos cobraron como mil doscientos yenes por cabeza, por ese manjar afrodisíaco.
Luego regresamos a la tienda a recoger la máquina fotográfica, y para mi deleite encontré un ordenador aislado que estaba conectado el Internet, no sé si por cable o por wi-fi; el hecho es que empecé a leer periódicos en la pantalla, a enviar mensajes, y a enterarme de los centenares de e-mails que tenía acumulados en mis correos. A pesar de tener el teclado en japonés, se podía convertir en teclado occidental, aunque a veces se me escapaba algún que otro signo oriental.
Regresamos a descansar al hotel antes de la hora pico de la tarde, y por la noche salimos a conocer el famoso Ginza Wako, guiándonos por los avisos publicitarios y por los edificios, porque las calles tienen los nombres en japonés, como ya dijimos. A tres manzanas del hotel está el "showroom" de la Sony, donde estuvimos viendo las novedades de esa marca. Ya la ciudad había tomado color con las luces, -dejando atrás los tonos grises que se aprecian durante el día -, provenientes de los letreros lumínicos, las pantallas gigantes y los anuncios publicitarios. Tokyo es una de las grandes mecas mundiales del consumismo, donde se vive una auténtica euforia.
En las bellas avenidas se apreciaba la meticulosidad, pulcritud y gran amor por la limpieza que tienen los japoneses. Tampoco se escuchan señales acústicas de los automóviles y muy pocas sirenas. Pasamos por muchas tiendas, algunas de reconocidas marcas a nivel internacional, como Ferragano, Dior, Gucci, Calvin Klein, Cartier, Tiffany, Chanel, Mikimoto, Louis Vuitton…todas de prestigio, hasta llegar al Wako, que es un reloj público con un carillón, ubicado en un edificio en el cruce de las calles Chuo-Dori y Harumi-Dori.
La verdad es que lo que ellos llaman "calles", no son tales, ya que se trata de bellas y dinámicas avenidas; e incluso, la Harumi tiene el asfalto coloreado de un tono verdoso, lo cual la hace más elegante; es más, son vías que tienen hasta un poco de brillo en el pavimento. En otros distritos pude ver avenidas coloreadas de rojo y las menos de un tono blanquecino. Con tantas luces y en esas rutas citadinas tan espectaculares, se pasean los vehículos de lujo, siempre muy brillantes, reflejando la iluminación; entremezclados con otros medios de transporte más modestos.
El Wako sería el equivalente al reloj de la Puerta del Sol de Madrid, pero con mucha menos prestancia y de tamaño más reducido que el Big Ben de Londres. Todo ello en un entorno de luces como en Times Square de New York, pero con un público selecto, en lugar de ese ambiente chabacano y vulgar de la ciudad estadounidense.
En Tokyo es muy raro ver a gente gorda o barrigona en las calles, o en la tele, salvo los luchadores de sumo que son una casta aparte. Las tokyotas yuppies son mujeres menudas, muy inteligentes, independientes, ambiciosas, egocéntricas como el país, y nerviosas, hasta tal punto, que dan la sensación de que están al "borde de un ataque de nervios", en el buen sentido de la frase, y con reflejos tan rápidos que parecen "eléctricas". Las más "in" prefieren sobre todo la ropa de marca, o que aparente serlo, y usan pocos adornos en las orejas en forma de pendientes. Algunas de ellas, principalmente las dependientas de los grandes almacenes de lujo, cuando se maquillan, parecen muñecas de porcelana. De la misma forma, es muy poco frecuente escuchar gente hablando en voz alta.
La moda típica invernal ahora son las faldas-pantalón con zapatos de tacones, con el abrigo largo encima; y las mayores que son tradicionalistas, usan el clásico kimono. Nosotros vimos unas señoras ataviadas con kimonos y abrigos de visón, en la Chuo –Dori. Los ejecutivos cuando van a trabajar suelen usar ropa oscura, y los fines de semana se ponen una vestimenta más casual.
Sin embargo, lo que más choca y sorprende en Tokyo, es el tratamiento que se les da a los pobres, porque en esa ciudad hay gente que "elige" ser indigente; es decir, para aclararme, que existen personas que deciden vivir sin trabajar, y esos son los pobres de la urbe. Claro está que hasta ellos están organizados, y constituyen un "atractivo" turístico, o si se prefiere algo curioso o novedoso. Incluso los mencionan en algunos folletos turísticos, y los guías de turismo hablan de ellos. Para una persona proveniente del subdesarrollo como yo, ese criterio es harto interesante, porque los pobres de nuestros países normalmente no tienen oportunidades, y si encima tienen la mentalidad de vagos, entonces son doblemente pobres, y con pocas esperanzas. Cuando yo estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad Complutense de Madrid, no se decían esas cosas de "pobres por elección personal".
Al día siguiente el turno era para el city-tour, para tomarle el "feeling" a la gran ciudad, porque ya tenía cámara disponible. A la una y treinta y cinco nos pasaron a recoger y nos llevaron en primer lugar a la Galería de Perlas Tasaki, donde nos hicieron una demostración de cómo se cultivan las perlas artificiales con el procedimiento desarrollado por Mikimoto. Básicamente la madreperla reacciona ante el cuerpo extraño que se le introduce, y esa reacción es la que produce las capas que forman la perla. Luego después de tres años de espera se obtiene el resultado. De la perla obtenida se valora la forma, el tamaño, el color, y el brillo, entre otras variables.
El autobús nos pasó frente al Palacio Imperial, rodeado de su foso, y también al lado de la Tokyo Tower, la cual fue diseñada siguiendo la estructura de la Tour Eiffel de París, pero más liviana porque pesa casi la mitad, y es un poco más alta.
De ahí le tocaba el turno al crucero de media hora por el Río Sumida, en uno de los tantos ferries que lo surcan, a partir del embarcadero de Hinode. Ese río está lleno de patos, gansos, gaviotas, y otras aves acuáticas, y sus aguas están desprovistas de contaminación. Ante esa realidad el Río Ozama de Santo Domingo me dio pena y vergüenza, por haber sido convertido en una inmensa cloaca llena de toda clase de desperdicios y de aguas contaminadas, ante la mirada indiferente de las autoridades.
Pasamos por debajo de trece puentes de río, es decir, un poco más altos que el ferry, todos distintos y cada uno con su nombre e historia. En algunos lugares de las orillas se podían contemplar los conocidos hábitats de los pobres de Tokyo, forrados con una lona azul. Todo muy ordenado, y limpio.
Desembarcamos en Asakusa, y nos dirigimos al famoso Templo Budista Kannon. La entrada del templo tiene negocios a ambos lados, donde venden todo tipo de artículos, souvenirs, dulces, comidas, etcétera, y está adornada con una decoración típica japonesa. Yo vi un vendedor que tenía revistas subiditas de tono, con imágenes que eran impropias para un recinto como ese.
Una vez se llega al templo, se practican varios rituales por los millones de visitantes que acuden a él, siendo el primero de ellos con el incienso. La gente creyente desvía el humo con movimientos de las manos hacia la parte del cuerpo que quiere sanar. A continuación está el ritual con el agua de una fuente decorada. También se lanzan monedas a una especie de pozo al cual no se le ve el fondo; y hay practicantes que hace peticiones en forma de papelillos doblados que atan a un cordel ad hoc, además, otros cuelgan una tablilas con frases muy bien dibujadas.
Al intentar llegar hasta el recinto más sagrado, me aproximé a una ventanilla a pagar la entrada y despojarme del calzado; pero me dijeron que no podía entrar, porque no era budista. Bueno, parece ser que me equivoqué en esta reencarnación...