miércoles, mayo 09, 2007

"DESPREOCÚPATE, QUE LO TUYO ESTÁ CAMINANDO"



“DESPREOCÚPATE, QUE LO TUYO ESTÁ CAMINANDO”

Por FAUSTINO PÉREZ

El tiempo dominicano parece que se vive “cabalgando” permanentemente sobre unos puntos suspensivos…
Uno de los autores que más ha estudiado el tiempo en sus diferentes vertientes es E. T. Hall, las cuales quedan esbozadas en su obra: “The Silent Language” (que podría traducirse como: El Lenguaje Silente). En este trabajo Hall explica que hay países y/o personas en los que predomina un “tiempo sincrónico”, es decir, que suelen hacer una cosa detrás de la otra; por ejemplo, alguien que se levante por la mañana, y ya tenga su rutina para irse a trabajar: se levanta, enciende el televisor, se asea, desayuna, se viste, se despide, pone en marcha el vehículo.... En contraposición tenemos al “tiempo policrónico”, en el cual se hace todo simultáneamente; como sería una ama de casa que cocina, lava la ropa, atiende el teléfono, mientras el niño llora, y tocan a la puerta… Estos conceptos son parcialmente válidos aquí donde predomina el tiempo-ocioso, es decir, que la gente busca, anhela y trata de “llenar“ el tiempo libre, arduamente conquistado, precisamente, no haciendo absolutamente nada. Lo que podría llamarse una absurdidad al cuadrado, porque se trata de algo irrecuperable.
Si empezamos por nuestros gobiernos, fácilmente comprobaremos que aquí en el país tenemos miles de obras públicas, que son abandonadas sin terminar, correspondientes a diferentes administraciones. Otras son acabadas de mala manera, con numerosos vicios de construcción, debido a la premura con fines electoreros y al latrocinio, y luego no se le exigen responsabilidades a nadie. Y en una tercera categoría se encuentran las que sí son concluidas, pero entonces no se les da mantenimiento y se deterioran; y así continúa el ciclo, porque luego tienen que gastar ingentes sumas para restaurarlas.
Todo ello se debe a que en la mayoría de los cargos, son nombrados “activistas” adulones, en vez de personas competentes, y esa es la causa principal de los grandes despilfarros que se producen a diario en el país. Yo me atrevo a proponer que a la nación le saldría muchísimo más barato, tener a esos inútiles a sueldo, pero sin hacer nada, para que no tengan qué administrar los recursos provenientes de los impuestos, porque siempre cometen unos desastres. Naturalmente, que a ellos no les va gustar así.
Existe además una variante, que son aquellos trabajos que son “pensados con los jarretes”, por ignorancia o por mala fe para que se dañen rápidamente, y así tener que reconstruirlas. Por ejemplo, resulta descabellado e ilógico que el Malecón de la ciudad se inunde cada vez que llueva teniendo el mar al lado; ese hecho debería de darle vergüenza a los ingenieros involucrados, por esa chapucería de drenaje. Más estúpido fue la “fuente cibernética”, que costó millones y que se montó en el mismo paseo marítimo, con el mar detrás; pero nuestros alcaldes están más interesados en sus bolsillos que en administrar los dineros del cabildo. A ellos les importa un comino que el salitre y las olas sean incompatibles con los equipos electrónicos sensibles. Esa suerte también la corren las demás fuentes de la ciudad, por eso Santo Domingo bien podría llamarse la “capital de las fuentes sin agua”. Los arquitectos se empeñan en diseñar fuentes y luego los responsables las dejan deteriorar, y se convierten en hospederas de alimañas de todo tipo.
Otro caso, - de los miles que hay - , son los llamados “semáforos inteligentes”. Se gastan un dineral en ellos y luego, tienen a gente bruta controlándolos, y ¿qué sucede?, se estropean rápidamente. En otros países los semáforos duran años y años, y aquí es preciso cambiarlos o reponerlos en poco tiempo. Si uno visita a Roma, París, Nueva York, Londres, Quebec, Bogotá, Caracas, Moscú, Tokio, Madrid o Buenos Aires, Río De Janeiro, Ciudad de México, o Ámsterdam, y así a cualquier ciudad organizada del mundo, y regresa una década después se encontrará con los mismos semáforos. Pero aquí en diez años los habrán sustituido no sé cuantas veces.
Nuestros síndicos se suceden uno tras otro, y todavía es posible apreciar en las calles Pina y Las Mercedes, del centro de la ciudad, entre otras, ¡las argollas que se usaban en el siglo XIX!, para atar las bestias de carga y transporte. En la misma zona aún perduran, los soportes de los parquímetros que se instalaron en los años de la década del 50 del siglo pasado, cuando Trujillo estaba en su apogeo, y después de eso es “mucho lo que ha llovido”. En el Malecón quedan impertérritos sobre las rocas, los restos de los bancos de hormigón que destruyó el huracán David en el 1979.
En nuestra mentalidad merenguera, porque avanzamos de lado, así como bailamos, todavía no se le ve una solución a la vista a los problemas de la recogida de la basura, o de los perros callejeros sin dueño que son un peligro sanitario permanente, o de los apagones, o bien, de la invasión pacífica haitiana…ya llevamos décadas esperando que se haga algo realmente efectivo.
Y luego demagógicamente se afirma que se va a erradicar la pobreza, o que se va a resolver el problema de la corrupción, o que ya la delincuencia está bajo control. En el mismo tenor se promete que al narcotráfico se le está ganando la batalla, y que el lavado de activos tiende a desaparecer. También se asevera que ya están controlados los viajes ilegales hacia puerto Rico. Y como dicen los gringos: “that’s all bullshit”.
No digamos nada de los refugiados del huracán David y de la tormenta Federico, del año 1979, quienes permanecen en sus refugios esperando una ayuda que nunca les llega. Yo les recomendaría a las víctimas del huracán Georges, que tengan paciencia, porque el año 1998 fue ayer, comparativamente hablando.
Yo he sido testigo cuando rescatan a un bañista que se estaba ahogando en la playa, de cómo lo dejan morir, porque los rescatistas, tienen que mandar a buscar la camilla a la tienda de campaña, en lugar de prestarle ayuda inmediatamente ahí mismo, y el mensajero lo hace con toda su calma. Cuando llegan, ya es demasiado tarde.
En otros espacios, como en las oficinas públicas, el poco trabajo que tienen que hacer lo dejan acumular hasta el último momento, y luego pretenden realizarlo apresuradamente en un frenesí laboral inexplicable e incontrolable. Perecería que imitan a los mismos huracanes, e incluso, hasta madrugan para terminarlo.
Ese mismo comportamiento lo reproducen los estudiantes, que se pasan de holgazanes, entonces, el día antes del examen pretenden asimilar y recuperar todo lo que no hicieron durante meses. Si alguien deja de comer una semana, al final de la misma no se puede ingerir las siete comidas juntas, y eso es precisamente lo que ellos tratan de hacer pero a otro nivel.
Los organizadores de cualquier concurso, tienen que calcular de antemano que es muy probable que se vean precisados a conceder uno o varios plazos de prórroga; de idéntica forma se hace para “sacar la placa” del vehículo.
Todos sabemos que los actos públicos o privados casi nunca empiezan a tiempo en el país; por eso se cuenta que en una ocasión fueron unos dominicanos a un congreso en Alemania, y siempre les pasaba lo mismo: ¡cuando llegaban, ya estaban terminando las ponencias!
Hay gente que le informa a uno que vendrá de visita por la “tardecita”, lo cual implica que puede llegar desde la una de la tarde hasta las nueve de la noche. Pero lo mejor del caso es que son capaces de no hacer acto de presencia, y ni siquiera se disculpan o llaman por teléfono avisando, porque ellos creen o intuyen que el afectado que los está esperando, puede adivinar la causa de su no comparecencia.
Cualquier carpintero o sastre, es un experto en prorrogar las fechas que nos dieron, para la entrega de los trabajos, y encima, tratan al cliente que paga, como si le estuvieran haciendo un gran favor.
Parece mentira que mucha gente ande por la calle sin reloj, aparte de aquellos que llevan puesto uno que no funciona. En este apartado incluyo a profesionales y a ciertas personalidades conocidas. Todos parecen guiarse por un misterioso cronómetro biológico; entonces, no es de extrañar que tantas personas lleguen tarde a las citas. Uno se maravilla de cómo pueden coincidir en el tiempo y el espacio con sus amistades; y si dependen de los transportes públicos, ahí es que la cosa se complica.
Son incontables las mentiras piadosas, las falsas explicaciones y las excusas pusilánimes, que damos para no hacer ni resolver nada: “despreocúpate”, “ya lo tuyo está caminando”, “yo lo voy a buscar”, “no hay problemas”, “yo vengo de una vez”, “¡tú si te apuras!”, “déjalo así…”, “nos comunicamos”, “yo te llamo o voy por allá”, “el cheque ya está listo para la firma”, “eso viene…”, “yo te lo resuelvo”, “cógelo suave”, “no tuve tiempo”, “no me doy cuenta”, “cógelo con su avena”, y así por el estilo. Lo más probable es que no tengan ni la más mínima noción de lo que va a suceder.
Existe una práctica social que ni siquiera en los países ricos se hace, y consiste en salir a dar vueltas en sus automóviles, sin saber a qué sitio van, sin tener nada qué hacer, y ni a dónde ir tampoco. Esto es bastante frecuente aquí, y suele hacerse para aliviar el tedio, sin pensar en que el combustible está muy caro.
No nos olvidemos de aquellos que aceptan toda clase de bienes de consumo a crédito, o bien, todo el dinero que les presten y todas las tarjetas de crédito que les ofrezcan, desconociendo cómo van a pagar sus cuentas en el futuro. De paso hipotecan sus vidas. Hay gente que sin tener necesidad alguna, se meten en tantos líos financieros que debido a los descuentos, llegan a cobrar un peso simbólico en el trabajo, porque deben demasiado.
Otros hacen lo contrario, es decir, que posponen su visita al médico, hasta que han sobrepasado el límite de la tolerancia física, y entonces, cualquier tratamiento resulta ineficaz. Se les hace tarde.
Muchas personas no tienen conciencia del valor del tiempo, porque es lo único que no puede ser recuperado, ya que la salud y el dinero sí son recuperables, aunque no siempre. Una vez hubo un choque aparatoso en la esquina de mi casa, entre un autobús un camión, el suceso aconteció a eso de las seis de la tarde, y todavía a las tres de la madrugada había gente comentando y contemplando los vehículos.
Si uno sale temprano a la calle, podrá contemplar a individuos parados en una esquina cualquiera a las siete de la mañana, a lo mejor fumándose un cigarrillo plácidamente, o sin hacer absolutamente nada.
En el lenguaje cotidiano se reflejan los criterios acerca del tiempo. Se sabe que los mexicanos emplean el diminutivo “ahorita”, para indicar lo opuesto a lo que se pretende comunicar entre nosotros; o sea, que equivale al “ahora mismo” nuestro; sin embargo, el “ahorita” dominicano, que significa “más tarde”, viene a ser tan indefinido y etéreo, que puede ser eterno. Aunque esto yo lo sabía, a fuerza de la costumbre me olvidé de las variaciones del idioma, y cuando estuve en Ciudad de México llamé a la recepción del hotel para pedir un maletero “ahora”, y me contestaron que “ahorita”, y yo insistía que era “ahora” que lo necesitaba, que no era “ahorita”, pensando en dominicano. ¡Hasta que me di cuenta que estábamos diciendo lo mismo!
Una vez cuando el servicio de correos nuestro estaba en sus buenas y en sus anchas, en tiempos del presidente Balaguer, yo envié una carta urgente y certificada desde España, comunicándole a mi familia que venía al país de vacaciones; pero resultó que yo llegué a los diez días y todavía mis familiares no habían recibido dicha misiva. En otra oportunidad, ya para la década de los años 80, mandé un documento como carta certificada para la misma ciudad de Santo Domingo, y a los tres meses me la devolvieron “porque en ese sector el cartero estaba enfermo”.
No sé si me he expresado bien con estas pinceladas de nuestra cultura. De todas formas “despreocúpense, que lo de ustedes está caminado”, “yo vuelvo ahorita”.











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