viernes, febrero 13, 2009

EL MILENARIO EGIPTO: MI VISITA A LA TIERRA DE LOS FARAONES (y 6)

Por FAUSTINO PÉREZ

El día siguiente estaba reservado para ir a visitar Alejandría, a 210 kilómetros de El Cairo, y nos pasaron a recoger a las 6:30 de la mañana. También iban con nosotros otros latinoamericanos, una familia de Colombia, según nos dijeron, y una pareja de Puerto Rico.
Yo nunca había sido testigo de una salida de sol tan espectacular como la que vimos al salir de la ciudad, - lo cual compensó el madrugón - , porque el polvo de arena suspendido en el aire provoca que los rayos solares se difuminen de una manera muy especial. Así íbamos por la autopista viendo campos sembrados y luego aparecían varios bloques de viviendas, y luego más campos sembrados…
Cuando ya por fin salimos de la gran urbe, el trazado de la autopista es bastante recto y llano, porque Alejandría se encuentra al norte del país, a orillas del Mar Mediterráneo, y no hay ningún accidente geográfico. Esta vía de comunicación tiene plantas pequeñas sembradas en el medio de los carriles, y la segunda sorpresa fue la estación de peaje tan extraña para lo que uno está acostumbrado.
En el trayecto me dormí como cien kilómetros vencido por el cansancio, y al despertar vi además de las mezquitas que aparecen por doquier, unas estructuras marrones - el color predominante del país – como de dos metros de altura, encima de las pocas casas que veíamos por la carretera, con unos palos metidos dentro que salían por el otro lado, y con múltiples agujeros relativamente pequeños. Yo extrañado le pregunté Zizo y me dijo que eran palomares, pero yo creo que él se refería a unas aves de la misma familia que las palomas, pero mucho más pequeñas, porque una paloma no cabe por esos agujeros.
También pude ver las casas que no están terminadas en su segunda planta, y de acuerdo con lo que me dijeron esa práctica pretende evadir impuestos hasta que el hijo mayor se case. En Santo Domingo también se hace esto, pero la construcción más bien se detiene por falta de recursos.
Antes de llegar a Alejandría pasamos al lado de una laguna y cerca de los campos de extracción de gas natural que según me contaron, Egipto vende, nada más y nada menos, que a Israel. ¡Cómo cambian los tiempos!Esta ciudad mediterránea tiene más colorido que El Cairo, ya que está al lado del mar con un paseo marítimo de aproximadamente 20 kilómetros, y es la segunda urbe del país. Fue fundada por Alejandro Magno y tiene hoy en día más de cuatro millones de habitantes, con el puerto más importante de Egipto. Alejandría es una ciudad legendaria y milenaria, y se hizo célebre por su famoso Faro de Alejandría, - una de las siete maravillas del mundo antiguo - , y por albergar la biblioteca más famosa de la antigüedad, al igual que por las catacumbas de Kom el Shoqafa.
Fue la capital por casi mil años hasta el año 641 de nuestra Era, en que se fundó Fustat, la que luego fue absorbida por el actual Cairo.
Al llegar a la ciudad alcancé a ver un arco de triunfo con una pared alta circular en su alrededor; yo intrigado pregunté lo que era, y resultó ser un estadio de fútbol, lo cual tiene su lógica porque los deportistas aspiran a triunfar.
De ahí pasamos al barrio antiguo de Alejandría entre callejuelas repletas de bazares, y bares con gente en las aceras fumando la famosa pipa de agua. Pronto llegamos a las catacumbas de Kom el Shoqafa, y nos cobraron 35 libras egipcias por la entrada. En realidad no parecen unas catacumbas al estilo de las de Domitila en Roma, - o las de París - , que tienen pasadizos y túneles, con depósitos laterales de miles de osamentas, y espacios para el culto y reuniones clandestinas en la tierra volcánica, en el caso de Roma; ya que la de este sitio parece más bien un pozo de buen diámetro con una escalinata en espiral y con tres sarcófagos, probablemente de una misma familia, encontrados hasta la fecha. En lo absoluto parece un lugar para esconderse de las persecuciones que les hacían a los cristianos.
De ahí pasamos a admirar la gran Columna de Pompeyo, también vimos una pequeña esfinge, comparativamente hablando, y el anfiteatro romano. Al filo del mediodía llegamos a la nueva Biblioteca de Alejandría, donde nos dieron un tour en español y sólo cobraron 10 libras egipcias para entrar. Vimos unas cuantas exposiciones de antigüedades, nos mostraron las salas de lectura donde se cobra una módica entrada, y para nuestra sorpresa las computadoras no eran de pantalla plana, aunque el internet era rapidísimo. Como nota curiosa un profesor colombiano del grupo, quiso demostrar lo que sabía acerca de la destrucción de la antigua biblioteca de Alejandría, y la guía tuvo que enmendarle la plana. Cuando salimos intenté tomar unas fotos desde el otro lado de la avenida al lado del mar, para sacar todo el complejo cultural completo, pero como no veía un cruce de peatones no quise jugarme la vida.
Al otro extremo del paseo marítimo de Alejandría se encuentran los jardines reales y el famoso Palacio Montaza donde la familia imperial veraneaba. Desde lo alto de los jardines se puede contemplar el Mar Mediterráneo.
Como era tarde fuimos a almorzar al restaurante Samakmar, y nos dieron a elegir entre pollo o pescado. Casi todos elegimos este último plato.
Hicimos todo el trayecto de vuelta conversando amenamente, y llegamos a El Cairo casi a las nueve de la noche.
El día siguiente era el turno del barrio copto, quizá el más antiguo de la ciudad, reminiscente del viejo Jerusalén. Así visitamos a partir de las diez de la mañana, la que se conoce como Iglesia Colgada, así llamada porque tiene partes del suelo con plexiglas transparente, para poder ver el antiguo templo, y cuenta además, con una interesante colección de iconos; luego, la Iglesia de San Jorge; la sinagoga judía llamada Ben Ezra, donde nos hicieron pasar las pertenencias por rayos-x; y por último, la Iglesia de Santa Bárbara.
Para terminar la mañana, el turno era para el gran mercado de Kan el Kalili, el lugar donde mejor se manifiesta el temperamento egipcio. A la entrada del mercado estaba apostada la policía con sus vehículos y camiones antidisturbios, porque había un mitin apoyando la causa palestina, en un sindicato que estaba enfrente de la plaza justo donde empieza el mercado. Yo conté por encima, más policías que manifestantes.
Algunos vendedores del mercado perseguían literalmente a uno, intentando escuchar el idioma del visitante para ellos soltar sus parrafadas, y cuando ya se cansaban de adular, sin ningún resultado positivo para ellos, proferían insultos y maldiciones en árabe, entre dientes. Por el tono y el gesto se notaba que estaban diciendo palabrotas. Yo lo que hacía era contestarles en el mismo tono, pero en español. Yo pude ver como uno de los vendedores, en tono airado le arrebató disgustado la mercancía de las manos a una turista, parece ser porque no se pusieron de acuerdo en el precio.
Lo interesante eran los sonidos que hacían los porteadores cuando venían cargados con las mercaderías más variadas, ya que al ser la calle estrecha y estar ocupada en casi toda su anchura por las mercancías, tienen poco espacio para maniobrar con sus pesadas cargas.
Después de mucho regatear compramos una lámpara por el procedimiento de escribir la cantidad que uno ofrece, en la calculadora del vendedor, y también adquirimos otras cosas más.
Nos llevaron a comer al restaurante Soirée, un almuerzo tipo buffet, y llegamos al hotel a las tres de la tarde. A esa hora cruzamos la peligrosa autopista en la esquina del hotel para ira a pie al Museo Egipcio, para pasear un rato por sus jardines.
Como ya estábamos en le recta final del viaje, y ya conocíamos el camino, volvimos al día siguiente a visitar el mismo museo con más calma; y al salir recordé que había un McDonald’s frente al hotel en un centro de convenciones, y allí almorzamos.
Luego se nos ocurrió pasear por la ribera del Nilo, y después de cruzar la autopista a duras penas, se nos aproximaron varios buscavidas como si fueran pirañas humanas, ofreciendo de todo lo habido y por haber, y al ver los bancos para sentarse frente al Nilo, que estaban con tanta mugre, y donde pretendíamos sentarnos una rato, decidimos que lo mejor era regresar al hotel a preparar las maletas.
En nuestro último día de permanencia en Egipto bajamos a las 4:15 de la madrugada para el check out, y me dieron la mala noticia que debía diez dólares por conexión al internet con mi computadora portátil. Yo le expliqué en el mostrador del Hotel Ramsés Hilton, que yo no había podido enviar ningún mensaje desde la habitación porque su internet tenía problemas, y cada vez que quería mandar el correo, se reiniciaba la página. En fin, esas son las cosas que pasan, y al final no aceptaron mi queja. El guía llegó a tiempo, nos llevó al aeropuerto, y hasta nos rellenó rápidamente los formularios de salida. Nos revisaron los equipajes con rayos-x tanto al entrar al área de la terminal, así como también al facturar las maletas. Abordamos el autobús que nos llevó hasta el avión y llegamos a París a las once de la mañana, con mucha nieve a los lados de la pista de aterrizaje, al igual que sobre la helada campiña francesa.
Al bajar del avión nos tocó otra vez la revisión de los pasaportes en el pasillo, como forma de controlar a los indocumentados, y tomamos el autobús interno que nos llevó de la puerta E a la C; allí nos revisaron el equipaje de nuevo con rayos-x, y encima, cacheaban a todos los pasajeros de sexo masculino.
Cuando llegamos por fin a la escalera mecánica para subir a nuestra puerta de salida, resultó que nuestro vuelo no aparecía en la pantalla de información, entonces, no sabíamos hacia donde ir, por lo que tuvimos que esperar. Cuando al final apareció la puerta de salida nos aproximamos a ella, pero entonces empezaron los anuncios de retrasos debido al temporal de nieve en Europa.
Ese mismo día el aeropuerto de Madrid-Barajas estuvo en una situación caótica, por la tormenta, suerte que en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, está mejor preparado.
Por fin a las cinco de la tarde despegamos en el Jumbo. Llegamos a Santo Domingo ya de noche alrededor de las nueve, y los taxistas se aprovecharon con su oligopolio de oferta. Me cobraron 1200 pesos, y así llegamos a la “tribu” sanos y salvos.

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