miércoles, octubre 19, 2011

LÁZARO EN EL MERENGUE DOMINICANO: Merengue, levántate y anda


Ballet Folklórico del Ministerio de Turismo (FOTO: Faustino Pérez)


Por Francisco Herrera Catalino



Si el merengue tradicional auténtico se mira en la actualidad en el espejo de la sociedad dominicana verá que su espíritu respira y presenta el rostro de la muerte. Una herida al merengue es una estocada directa al corazón de la dominicanidad. En efecto, el merengue es un elemento sustancial de la dominicanidad: si hay crisis de identidad, ningún elemento que forma parte de la estructura del sistema dominicano escapará de los efectos nocivos de la quiebra del espíritu quisqueyano.

El merengue es una de las víctimas de la guerra mediática, en la que se dispara por la espalda a la conciencia de la nación, con misiles del más alto poder, para destruir su identidad.

El merengue es la expresión musical, el género y el ritmo que identifica a los dominicanos, y no así el preferido de los jóvenes de menos de 25 años, población que representa el 50.52%, y supuesta a ocupar los espacios de la sociedad, tanto en la producción como en el consumo de bienes materiales y culturales.

Como género musical, se requiere de procedimientos que motiven la integración y mantenga la matrícula de los amantes del merengue, así como la reinstalación como fuerza musical espiritual de lo nuestro, en la mitad de los aproximadamente cinco millones de dominicanos con menos de 25 años, de los que una gran parte observa el merengue con indiferencia.

En los momentos históricos que el pueblo dominicano se ha llenado de gloría ha estado presente el merengue o una de sus variedades. La ausencia y debilidad del merengue señala alguna forma de enfermedad de lo nacional. El merengue, como expresión artística y cultural, constituye una construcción del pueblo dominicano a través de sus genuinos representantes. Es una expresión rítmica de la convergencia cultural entre el aborigen, el español y el africano, que define un sincretismo con la combinación de los instrumentos para la percusión en base al cuero, los vientos y los de cuerdas.

Otra situación no ocurrirá, porque, como expresa el poeta Basilio Belliard en el prologo del libro: El merengue, música e identidad: «El merengue es la danza nacional por antonomasia del ritmo corporal y el compás de la sangre: caracteriza la idiosincrasia, el carácter y el temperamento cumbanchero del dominicano».

Sin lugar a dudas, el merengue es la expresión musical de la dominicanidad, es un incuestionable instrumento de proyección de la República Dominicana, llegando a conquistar importantes espacios a escala nacional e internacional y evidente penetración en el gusto de la gente. No obstante, se encuentra en una evidente crisis de representación, cansancio en la creación y baja calidad en el contenido y en la forma de interpretación. ¿Qué ocurrió? Su debilidad no se debe a la gran calidad de las expresiones musicales con las que compite, sino más bien a que sin un estudio de los gustos y preferencias de los jóvenes dominicanos y del mundo, las propuestas musicales han excedido los cambios, impidiendo que los consumidores de menor edad la asienten y la hagan suya, sin menoscabo de su identidad, su función de sostén cultural y el mantenimiento de su esencia rítmica y danzaría.

Si se dice ¡merengue, levántate y anda!, se expresa al mismo tiempo, ¡pueblo dominicano, levántate y anda!


FRANCISCO HERRERA CATALINO (Santo Domingo). Educador. Licenciado en Educación (Universidad Autónoma de Santo Domingo – UASD, 1987) con dos especialidades: una en Sistemas de Información Estadística (Centro Interamericano de Enseñanza Estadística, CIENES, Santiago de Chile, 1981), y otra en Educación de Adultos (UASD, 1983), y una maestría en Educación Superior (UASD, 2004). Entre sus publicaciones se encuentran: Estadísticas aplicadas a la educación y sistema de procesamiento de datos y Distribución de becas escolares del nivel pre-universitario en la República Dominicana (1982).



RESPUESTA A FRANCISCO HERRERA CATALINO POR DARIO TEJEDA

El merengue dominicano y el malestar en la cultura


Por Darío Tejeda


El articulista entra en una onda nostálgica; su preocupación por "la quiebra del espíritu quisqueyano" entra en el discurso de la "crisis de identidad", que es no entender el presente, ni sus causas, y por eso, se busca apegarse al pasado (de ahí su conexión con el romanticismo). El autor dice que el merengue es "el ritmo que identifica a los dominicanos" pero que hoy no es la música preferida de los jóvenes dominicanos, que son según él, el 50% de nuestra población; eso es contradictorio: si la mitad del pueblo dominicano no la prefiere, hay que custionar hasta qué punto es cierto que sea "el ritmo que identifica a los dominicanos"; su afirmación debería ser que "identifica a la mitad de los dominicanos".
No es tan cierto lo que dice sobre los jóvenes (exagera), pero tampoco es falso que un alto porcentaje de los jóvenes han desplazado sus gustos hacia otros géneros, pero otro alto porcentaje sigue gustando del merengue: pero no solo del merengue de salón, sino del antes llamado "de enramada" (que ahora es de car wash y de "ranchos típicos", o sea, el llamado típico, que por cierto tampoco es el mismo de antes, pues también ha tenido cambios (ese estilo gusta mucho en el Cibao y en la diáspora), y de nuevas modalidades urbanas (caso del llamado "merengue de calle", que no es tal, pues ese es un nombre despectivo: la calle no pare ninguna música).
Creo en la defensa del merengue como música identitaria, pero no creo que sea la única (pues no se trata de una dictadura musical, ni el pueblo dominicano es tan pobre culturalmente que solo tenga una sola música preferida), como parece derivarse del autor; pero creo también que la identidad no es lo que fuimos, sino lo que somos, y el vínculo que haya entre lo presente con lo pasado, o sea, la idea de continuidad histórica de una cultura; esa continuidad no tiene por qué ser sinónimo de mismidad, de repetición, pues solo expresaría incapacidad de renovación e innovación (de actualización, de adaptación a un tiempo que es cambiante).
Hay quienes igualan autenticidad a tradición (el autor parece inclinarse por ello), cosas parecidas pero no iguales; la autenticidad del "espíritu quisqueyano" no puede medirse por el apego a una tradición vista como estática, como sería una forma de merengue que hoy es motivo de nostalgia; una identidad inclusiva (¿o incluyente?), tiene que incoporar las variaciones en el tiempo de una tradición (así que esta no es estática sino mutante), y la multiplicidad de manifestaciones de aquél espíritu; quienes ven con ajeriza que la bachata supuestamente desplace al merengue (premisa falsa), aún no conciben que la primera forma parte del "espíritu quisqueyano", no del espíritu de la elite ilustrada -de la cual ambos somos parte-, sino de la inmensa mayoría del pueblo, dentro y fuera de la isla. Similarmente, quienes se escandalizan con el "merengue de calle" (que es escandaloso de verdad), a menudo es porque no ven las causas de su nacimiento, y muchos ni están dispuestos a actuar sobre esas causas, porque es más fácil atacar los efectos (como quien mata un mosquito pero no elimina las aguas sucias): ese merengue es la expresión musical de una población juvenil urbana -por eso también es llamado merengue urbano- que el capitalismo dominicano ha arrojado a los márgenes -a la marginalidad-, con todas las consecuencias de la exclusión social: el barrio marginado de hoy hay que estudiarlo en sus causas para actuar sobre estas y no pretender eliminar solamente sus efectos, que seguirán existiendo mientras aquellas persistan.
La razón de que los "merengueros de calle" hagan música de baja calificación estética, literaria y musical (desafinada, destemplada, etc.), debe llevarnos a preguntarnos: ¿cuáles oportunidades de estudiar música, canto, literatura, han tenido esos muchachos? ¿Esos barrios cuentan con las academias que les permitan formar y cultivar sus talentos? ¿Hay una política cultural para trabajar la cultura de la marginalidad? (No estoy seguro de la validez de este último concepto).
En fin, el tema de definir "el espíritu quisqueyano" en la música (y en la literatura y otras materias), es riquísimo, da para mucho; el merengue es sólo un síntoma de lo que en 1929 Freud llamó El malestar en la cultura, cuya primera frase reza: "No podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus
apreciaciones..." ¿Dónde está la causa del problema -del paciente-, en el hijo que lo manifiesta o en el Padre que lo produce? ¿En los hijos desamparados o en el sistema que los parió? Ojalá no se nos ocurra echar la Culpa al hijo sin ver al Padre.

Basilio, gracias por compartir la reflexión. Invito a los demás receptores a emitir sus opiniones.

No hay comentarios.: