viernes, enero 05, 2007

LA CULTURA DEL “DAME UN CHANCE”

Por FAUSTINO PÉREZ

Si existe una frase alrededor de la cual giran y se embrollan los problemas más acuciantes de este conglomerado humano, sería: “dame un chance”, cuando se trata de uno mismo, o “dale un chance”, en lo casos en que se interceda por otro. Las repercusiones de esa expresión son increíblemente perniciosas.
El vocablo “chance” tiene su origen en el idioma francés, y entre nosotros, aparte de significar “oportunidad”, o bien, “la posibilidad de conseguir algo”, según consta en el diccionario, también puede tener otras connotaciones, como sería: “¿cuál es tu precio?” Hay gente que confunde el “chance”, con el “laissez-faire”, que significa “dejar hacer”, en francés, pero éste último término no es más que una consecuencia del chance.
El término simplificado “laissez-faire” fue empleado por primera vez en Francia por los llamados fisiócratas, en el S. XVIII. Ellos defendían el criterio de que el origen de la riqueza era atribuible exclusivamente a la naturaleza; y la frase completa era: “laissez faire, laissez aller, laissez passer”, que traducida significa: “dejar hacer, dejar ir, dejar pasar”, la cual surgió como el antídoto frente a la injerencia estatal en el comercio; de ahí pasó a ser un sinónimo de mercado libre en el siguiente siglo.
La “cultura del chance” permea toda la sociedad dominicana, y atrasa todo el desarrollo económico y social. Es más, se ha convertido en el “condimento” indispensable de la corrupción, y en un estilo de vida ante las precariedades. Es el truco ideal para la supervivencia. Es un espejo donde nos miramos todos, incluyéndome yo mismo, por supuesto.
Hay que aclarar, no obstante, que en principio la cadena del “dame un chance”, se inició desde arriba hacia abajo en la sociedad, ya que hay personas que se creen que son intocables, y de hecho algunos lo son, pero ese mal ejemplo es visto por los de las clases media y baja, y naturalmente, ellos también quieren tener los mismos privilegios, léase, los mismos chances.
Yo sé de extranjeros residentes y acostumbrados a vivir en la República Dominicana, lo que se conoce como “aplatanados”, que ya se han habituado a la cultura del chance, hasta tal punto, que logran optimizan la “pesca en río revuelto”, o lo que es igual, al caos producido por el desorden.
Cuando el agente de policía atrapa a alguien cometiendo una infracción, el detenido le dice: “dame un chance”. Cuando la esposa encuentra al marido perpretando una infidelidad, éste le dice llorando: “dame un chance, mi amor”. Cuando la alumna no domina la asignatura y se presenta al examen sin saber nada, le dice al profesor al final: “deme un chance, yo creía que sabía, pero se me olvidó todo por culpa de los nervios”. Cuando se vence al plazo para pagar los impuestos, siempre se asume que va a haber un “chance”, es decir, una prórroga…
Sin embargo, es preciso señalar que el problema se origina en la crianza sobreindulgente que damos a nuestros hijos, y aunque esa condescendencia excesiva no es exclusiva de la República Dominicana, sí estamos entre los más afectados. Esa ñoñería crea un círculo vicioso de amplias consecuencias negativas. Aquí los niños son criados prácticamente a su libre albedrío, haciendo lo que les da la gana, y a lo mejor un día los padres descargan el estrés con ellos y les propinan una tremenda paliza, pero no hay una educación sistemática.
Los niños están tan libres que algunas veces van con los progenitores a la playa, y estos se entretienen en el goce y disfrute de la vida, y se olvidan de sus vástagos, porque hay que darles un chance a los críos de que se diviertan, hasta que alguien les dice que uno de ellos se ahogó.
Esta crianza da como resultado unos “ciudadanos” adultos, que no son tales, porque, por ejemplo, no saben ni siquiera cruzar una calle, ya que nunca nadie les ha dado un mínimo de educación vial, y por eso la cruzan por cualquier lugar; o unos conductores que en su vida han respetado el “paso de cebra” de los peatones en las esquinas, es más, tampoco saben para qué sirven; la misma actitud despectiva la tienen con los semáforos; o bien, gente que jamás en su existencia ha pagado un recibo de la energía eléctrica, o del consumo del agua. Pero el colmo son aquellos que van por la calle tirando basura por doquier, teniendo una papelera al lado, inclusive, al igual que lo haría un animal que defeca en cualquier sitio. Ellos también votan en las elecciones y hay que darles un chance.
Por cierto, en los países civilizados los dueños sacan de paseo sus perros y recogen la materia fecal de estos y la depositan donde debe de ser; aquí yo he sido testigo de cómo se permite por sus dueños, que los perros hagan sus necesidades precísamente en la puerta de la casa de uno. ¿Por qué los cocheros se pasean por las calles y avenidas y sus animales que les proporcionan el sustento, ensucian toda la ciudad, y nadie les llama la atención, pudiendo colocarles un recipiente en el trasero para que evacuen, con el fin de evitar que depositen sus excrementos en el pavimento? Lo mismo sucede con aquellos que venden helados en la calle, que emplean una tijeritas para cortar un extremo de helado y tiran todo a la calle, pudiendo recoger todos esos desperdicios sin mucha molestia para ellos. Naturalmente que al ser “padres de familia” hay que darles un chance.
Otro acto de insensatez lo cometen los vendedores de las avenidas Mella y Duarte, y de las calles París, José Martí, y zonas aledañas, quienes encima que ocupan un espacio público sin pagar impuestos, también dejan todos los desperdicios en las aceras y calles, sin que ninguna autoridad les llame a capítulo, ni mucho menos que los eduque u obligue a recogerlos. No digamos nada de los haitianos ilegales que también hacen lo mismo. Pero hay que darles un chance, porque ellos también tienen que comer. La labor de destapar el drenaje pluvial, no es competencia de ellos, a pesar de ser los causantes.
Aquí vienen haitianas embarazadas en tour a parir gratuitamente en nuestros hospitales, que son mantenidos por los impuestos que pagamos los dominicanos, pero por razones humanitarias mal entendidas y por darles un chance a las “pobres haitianas”, se permite eso. Además de emplearse nuestros escasos recursos en esa práctica, nos crea un problema jurídico muy serio. ¡Hasta dónde puede llegar la estupidez humana!
Paradójicamente, nuestras autoridades se pasan la vida viajando al extranjero, con los dineros de los contribuyentes, y nunca aprenden y copian nada bueno de lo que ven afuera en otros países.
¿Por qué en Japón cuando las personas tienen gripe se ponen una mascarilla?, y aquí es raro el adulto que ande con un pañuelo siquiera, en un bolsillo; y para colmo se suenan las narices depositando la mucosidad en el suelo con lo cual se propaga la enfermedad, porque al secarse el moco, la brisa lo expande y al respirarlo las demás personas se contagian. Esta práctica yo la he visto en la misma calle, en las aulas, en el cine, en la casa y en cualquier sitio, y luego le dan la mano al primer amigo que encuentran. Esta costumbre malsana provoca que tengan que acudir más enfermos a los hospitales, con lo cual el Estado tiene que gastar más en salud, y todo por la ignorancia y por la cultura del chance y la tolerancia.
Es increíble el alto porcentaje de universitarios, y digo universitarios, no por tener un nivel académico sino porque asisten a las clases en una “universidad”, que no poseen la más mínima idea de lo que es un microbio o una bacteria, un parásito, un hongo, o un virus, y mucho menos tienen noción del daño que causan. A ellos también les dieron un chance en su crianza.
Es frecuente ver estudiantes uniformados provenientes de las escuelas públicas, paseando por la calle a las diez de la mañana, o acudiendo a centros de dudosa reputación, en lugar de estar en clase. La misma actitud displicente muestran muchos “profesores”, a todos los niveles, incluyendo los de universidad, que son incapaces de redactar una carta o un texto sin cometer numerosas faltas ortográficas; pero claro, hay que darles un chance porque ellos votan en sus respectivas elecciones gremiales y en las nacionales.
Aquí hay cada vez más, profesores que no corrigen los exámenes en las universidades, y les ponen notas excelentes a los estudiantes que se presentaron, a los que no asistieron a la prueba, a los que retiraron la asignatura, y a los que fallecieron durante el período. Esto es fácil de comprobar, porque en un aula, el total de los estudiantes, no puede ser sobresaliente, matemáticamente hablando. A todo esto los dos ministerios que tienen que ver directamente con la educación, no se dan por enterados; y por supuesto, a los estudiantes les gusta ese tipo de chance, porque les sube el índice académico sin ningún esfuerzo. Lo de aprender es secundario, y es algo que sólo les interesa a unas minorías de universitarios, porque en general, es irrelevante para ellos.
En una noche de este segundo semestre del 2006 que pasó, coincidieron cinco fiestas en la Universidad Autónoma. Naturalmente, que a “bachatazo” limpio es francamente difícil estudiar, pero hay que darles un chance a los muchachos de que descarguen el estrés acumulado por culpa de los dichosos ”estudios”. Y a todo esto, muchos padres que se sacrifican por sus hijos creen que sus vástagos están estudiando.
Antes las clases se iniciaban el lunes siguiente después de Semana Santa, en las escuelas y colegios públicos y privados, ahora empiezan, como muy pronto, el miércoles siguiente, porque como ustedes sospechan hay que darles un chance porque están muy exhaustos de los días de asueto.
A nivel familiar, estoy cansado de ver a madres que permiten que sus hijos jueguen con monedas y con papel moneda y permiten que los niños se los lleven a la boca; y ellas no se dan por aludidas. Pero como a los niños hay que mimarlos, y todavía son muy pequeñitos los pobrecitos, hay que darles un chance para que se contagien o para que se traguen la moneda. Igualmente ocurre con los fuegos artificiales, que después que los infantes pierden una mano o se queman la cara, entonces los quieren educar.
Peor aún, ellas dejan que sus hijos jueguen en el suelo de los parques, donde previamente estuvieron acostados los perros sarnosos. Luego tienen que llevarlos al Instituto Dermatológico, sin explicarse qué les ocurrió.
Pero todo lo anterior no es nada comparado con el mal hábito de tocar la comida con las manos, lo cual es tan frecuente en nuestro país que se ha convertido en algo cultural, o sea, en un hábito arraigado. Hay gente que vende fritura en una esquina, que sirve a los demás tocando la comida con los dedos, luego cobra a los clientes, y a continuación, le sirve al siguiente con las manos sucias. Uno se pregunta, entonces, ¿para qué está Salud Pública?, bueno, para darles un chance a los activistas del partido de turno.
Aquí se consumen más bebidas gaseosas que leche, y la gente no se da cuenta del daño que hacen, ya que algunas de ellas son muy adictivas y a los niños los convierten en adictos sin darse cuenta, porque hay que darles un chance de que disfruten de su bebida preferida. Encima de lo anterior, esas gaseosas estropean los dientes, pueden producir diabetes a largo plazo, ponen a los niños hiperactivos, hacen daño a los riñones, y así sucesivamente. Y no digamos nada de las bebidas alcohólicas que han sido las causantes de tantas desgracias y han malogrado tantos talentos, pero hay que darle un chance a la gente de que se divierta.
Nosotros tenemos el mal hábito de comer por el sabor; esto significa que si nos dan la porquería más grande del mundo, si sabe bien, nos gusta y la seguimos consumiendo, y luego sufrimos las consecuencias. De esa forma se consume y se paga por “carne” que no es más que cartílagos, tripas de animales y piltrafas molidos, con mucha sazón. Pero siempre queremos un chance de degustar los “alimentos”.
Quienes sí saborean sus ganancias si no son atrapados, son los contrabandistas. Sin embargo, en caso de ser descubiertos intentando introducir mercancías sin pagar impuestos, descaradamente, por unos montos de millones de pesos, sus nombres no se publican para darles un chance de pagar las tasas aduaneras.
La gran mayoría de los “banqueros” que han estafado a los ahorrantes durante décadas, están en libertad disfrutando de los ahorros de los demás, porque la “justicia” les dio un chance. Y lo mismo les pasa a los narcotraficantes, a quienes se les da un chance por intercambio sobornando a los jueces. Los políticos que al llegar a los cargos públicos gastan sus respectivos presupuestos en los que les da la gana, sobre todo para su lucro personal, casi nunca les sucede nada; a la gente del partido de turno hay que darles un chance, porque los esforzados activistas llevaban años haciendo proselitismo. Existe, por supuesto, un organismo inoperante creado con el fin de sancionar la corrupción, y ¿qué hacen?, díganme ustedes, porque yo francamente no lo sé, aparte de archivar los expedientes para dar chances.
En Navidad ocurre algo muy “curioso”, por no llamarle de otra manera, y es que en los barrios pobres la gente hace colectas y se organiza voluntariamente, para adornar con luces de colorines sus casas y espacios públicos; pero no se les ocurre ni a ellos ni a sus “líderes” barriales, hacer eso mismo para erradicar la basura que tanto les afecta la salud y el medio ambiente, pero hay que darles un chance de que pongan al barrio “bonito”. Además, en un país con tantas precariedades energéticas producidas por la misma cultura del chance, es absurdo aumentar el consumo de energía eléctrica, para incrementar la importación de petróleo.
Eso mismo pasó con el gas licuado de petróleo, que al estar subsidiado para beneficio de las amas de casa, empezó a ser utilizado como combustible, tanto para vehículos del transporte transporte público, así como también del privado. Esa práctica ha degenerado hasta tal extremo, que no es raro ver vehículos de lujo aprovisionándose de gas. Ahora el gobierno no se atreve a quitar el subsidio, o controlar la venta del combustible, para darles un chance a los conductores.
Los que conducen un vehículo consumiendo una bebida alcohólica, o hablan por el celular temerariamente, o bien, despiertan a medio vecindario con su música estridente a las tres de la madrugada, o no usan el cinturón de seguridad, también piden un chance, a la policía… y a la muerte. Y si andan armados, con mayor motivo.
Y del chance que se les da a los propietarios de vehículos destartalados, quienes tienen que sobrevivir y mantener sus familias, con esas auténticas chatarras con ruedas, las cuales, no obstante, “pasan” por una “revisión” anual, la cual pone en evidencia el grado de corrupción descarado que existe.
Quienes sí hacen lo que les da la gana son los motoristas, porque les dan muchos chances, ya que si se encaprichan, se dedican a hacer piruetas circences en las autopistas, o bien, avasallan a los peatones en las aceras, o les da por no respetar los semáforos en rojo delante de los policías que regulan el tránsito…Siempre tienen unas prisas patológicas, aunque sea para llegar en una ambulancia al hospital más cercano, o a la morgue de Patología Forense.
El metro merece un capítulo aparte en la cultura del chance, porque se nos quiere “vender“ la idea de que es una inversión en ese medio de transporte subterráneo y no un gasto, pero a todas luces se trata de un gasto porque es prácticamente imposible que deje beneficios; y además es un gasto absurdo, y descabellado, al endeudar al país aún más, y apretar más el cinturón a la población con mayores cargas impositivas, y encima, si es que se termina algún día, va a ser deficitario. Financiar el metro de esa manera significa hipotecar aún más el futuro del país. Esto implica, que sería otra carga más para el Estado que está tratando de eliminar subsidios a toda costa. Naturalmente, hay que darles un chance a los íntimos para que se hagan más ricos, porque cobran comisiones de los préstamos externos y también de los gastos en las obras. Por otro lado, es preciso darles un chance a los de Villa Mella de que lleven sus chicharrones a las oficinas de la Feria.
Otros que se dan un tremendo chance a sí mismos son nuestros legisladores, ya que apenas trabajan, se han aprobado sueldos extravagantes de lujo, tienen exoneraciones de vehículos, y les mantenemos sus fundaciones de fachada, sus secretarias y choferes pagados, con sus despachos suntuarios…todo eso porque ellos necesitan de un chance porque tienen que gastar demasiado dinero, tiempo y esfuerzo en sus respectivas campañas. Ah, y encima hay que concederles una “ayuda” para que aprueben las leyes, y pensionarles sus familiares y amistades.
Esta es sólo una visión superficial de la cultura del chance, que tanto nos afecta, pero yo les voy a dar un chance a ustedes de que se imaginen el resto. Es muy fácil, porque para donde quiera que uno mira se encuentra con lo mismo.
Sólo me queda el consuelo de saber que ustedes también me van a dar otro chance a mí, con seguridad, si llegaron hasta aquí en la lectura de este artículo.

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