viernes, febrero 02, 2007

IMPRESIONES DE UNA VISITA A LA CIUDAD DE TOKYO (2da. PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ

A pesar de los grandes inventos del hombre, el viajar a las antípodas siempre ha sido tedioso, claro está, muchísimo más antes que ahora. Basta con imaginarse las peripecias de un Marco Polo, o de otros muchos viajantes. Mentalmente uno tiene que adaptarse a las diferentes culturas, ya que por ejemplo, nosotros pasamos del área donde se dan las "gracias", -aunque no siempre -, a otro ámbito en el que se dice "merci"; hasta llegar al territorio del "arigató"; todo ello en muy poco tiempo, si lo comparamos con la época de Marco Polo.
En la recepción del hotel, lo primero que me dijeron amablemente era que tenía que pagar la reserva, lo cual no fue ningún problema. Una vez en la habitación de la séptima planta, puse el termostato en 20 grados centígrados, y encontramos jabón líquido, champú, cepillos de dientes con su pasta, batas de estar tipo kimono, sandalias, peines, unas almohadas muy cómodas, gorros plásticos de baño, aparatos desechables de afeitar, etcétera, aparte de las comodidades típicas como la TV por cable, un frigorífico de esos que tienen los ejecutivos, y un retrete no tan típico, programable, pero que al tener las instrucciones en japonés, no toqué.
Empero, lo que a uno le apetecía realmente era dormir y dormir, a pesar de llevar dos días sin ducharme, y sin cepillarme los dientes por las restricciones en los aeropuertos. En cambio, sí pude afeitarme de mala manera en la estrechez del avión. Y ocurrió algo que no estaba previsto, y es que no podía conciliar el sueño, y no sabía el motivo, hasta que descubrí que se debía al silencio del hotel. Uno no toma conciencia de los niveles de ruido que padecemos en Santo Domingo, hasta que se llega a un país como ese.
Pero el cansancio se impuso, y al final pude dormir como diez horas mal dormidas, porque debido a las trece horas de diferencia, cuando al cuerpo le toca dormir allá por la oscuridad, aquí está uno en actividad y es de día, y viceversa. Por la mañana, no tan temprano porque en el invierno el sol sale un poco tarde, empecé a escuchar unos sonidos secos y ásperos: "arc, arc, arc", provenientes de un tipo de cuervo japonés. Son aves bastante grandes de color negro brillante con destellos verdosos, y con el pico robusto, son las verdaderas reinas de Tokyo, porque aparecen por todos lados, siempre con su canto.
Una vez repuestos, salimos a la calle a las nueve de la mañana dispuestos a "conquistar" Tokyo, pero antes le pregunté al encargado de recepción del hotel, hacia dónde estaba la parada del metro o tren subterráneo, y él amablemente nos señaló la dirección más cercana.
En la acera nos dimos cuenta de que están divididas, es decir, la mitad más o menos para los ciclistas y la otra parte para los peatones; lo que ocurre es que en la práctica no se respetan los espacios y los ciclistas pasan por cualquier lado, en sus bicicletas clásicas. Suerte que no son muchos y andan a velocidades prudentes, salvo excepciones.
Sin embargo, después de caminar unos cinco minutos, no contábamos con que se trataba de una estación del metro con salidas hacia una estación ferroviaria y a una hora pico. Solamente el hecho de ver centenares de pasajeros corriendo y caminando apresurados en todas las direcciones, eso ya de por sí turba a cualquiera; si a eso le añadimos que los billetes se compran en máquinas que están en japonés, que el importe varía según la distancia, que sólo el nombre de la estación está en inglés, y que las salidas están identificadas por números y por indicaciones en japonés, eso complicaba aún más el paseo. Estamos hablando de una estación con más de cincuenta salidas, y hasta los mismísimos japoneses se pierden y se confunden. Cualquier error en la salida puede significar salir doscientos o trescientos metros más allá de dónde uno quiere ir, o quién sabe dónde.
Por otro lado, los andenes están numerados también, y los nombres de las paradas finales de cada línea están en japonés. Francamente no estábamos preparados para ese maremágnum, a pesar de que yo había montado en otros metros de ciudades grandes como París, Londres, Ciudad de México, Sao Paulo, New York, Buenos Aires, Madrid, Roma, Caracas, Lisboa, etcétera. De nada me valieron las experiencias previas.
Y sucedió lo que tenía que suceder, que tomamos el tren en dirección equivocada. Suerte que con la confusión ya se había reducido el tráfico de pasajeros, y los empujadores profesionales enguantados, ya habían hecho su trabajo en los andenes para que las puertas puedan cerrar. Entonces, al darme cuenta del error tuvimos que salir y abonar el importe del trayecto de nuevo.
Después de esa aventura, nos desmotamos en la estación de Akihabara en la llamada Ciudad Eléctrica, como teníamos previsto; y estaba lloviznando, tal como se había pronosticado, porque se me había dañado la cámara y necesitaba urgentemente comprar una. Al mirar los edificios, noté que se trataba de oficinas y de comercios, porque en Tokyo es fácil distinguir los multifamiliares, ya que siempre tienen ropa tendida en los balcones y sus correspondientes parábolas pequeñas de TV; pero no encontraba lo que buscaba, porque los nombres de las calles están casi siempre en japonés.
En eso vi una oficinista que estaba trabajando sola en un negocio y le pregunte por la tienda Yodobashi Camera; y ella muy gentilmente, dejó abandonada la oficina y nos llevó hasta la esquina lloviznando, y nos indicó dónde estaba la tienda. Ese gesto es inconcebible por estas latitudes. Y así después de decirle "arigató" no sé cuantas veces, entramos a uno de los tantos paraísos del consumo de electrodomésticos de la capital nipona. Ocho plantas grandes llenas de todo lo bueno en aparatos y de última generación que uno pueda imaginarse.
Aparte de la planta de las computadoras, tenían otra para aparatos de música, y espacios para televisores, pantallas, celulares, cámaras, relojes, aparatos de hacer gimnasia y de masajes, libros técnicos, programas de computadora, lápices de memoria, mochilas, i-pods, entre otros muchos productos.
Intenté comprar varios efectos con la tarjeta de crédito, pero ellos tienen por norma llamar por teléfono al banco emisor, y como era mediodía allá, aquí era casi medianoche, y no respondían. Entonces, saqué de la cartera otra tarjeta de débito prepagada, y así pude comprar lo que quería, incluyendo la cámara. Al tener que cargarle la batería al bártulo fotográfico, me dijeron que volviera en una hora.
Ese tiempo lo aprovechamos para ir a almorzar en las cercanías, una comida típica japonesa, pero como no sabían inglés, tuvimos que emplear el método de señalar con el dedo el plato en un muestrario de fotos del menú, y nos entendieron perfectamente. En realidad yo no sabía lo que estaba comiendo, ya que allá se consumen pescados que aquí no se conocen, y además, ellos tienen ciertos vegetales que no se cultivan en este país, todo mezclado con algas y arroz pastoso. Aunque desconocía lo que estaba consumiendo, el plato estaba riquísimo. Nos cobraron como mil doscientos yenes por cabeza, por ese manjar afrodisíaco.
Luego regresamos a la tienda a recoger la máquina fotográfica, y para mi deleite encontré un ordenador aislado que estaba conectado el Internet, no sé si por cable o por wi-fi; el hecho es que empecé a leer periódicos en la pantalla, a enviar mensajes, y a enterarme de los centenares de e-mails que tenía acumulados en mis correos. A pesar de tener el teclado en japonés, se podía convertir en teclado occidental, aunque a veces se me escapaba algún que otro signo oriental.
Regresamos a descansar al hotel antes de la hora pico de la tarde, y por la noche salimos a conocer el famoso Ginza Wako, guiándonos por los avisos publicitarios y por los edificios, porque las calles tienen los nombres en japonés, como ya dijimos. A tres manzanas del hotel está el "showroom" de la Sony, donde estuvimos viendo las novedades de esa marca. Ya la ciudad había tomado color con las luces, -dejando atrás los tonos grises que se aprecian durante el día -, provenientes de los letreros lumínicos, las pantallas gigantes y los anuncios publicitarios. Tokyo es una de las grandes mecas mundiales del consumismo, donde se vive una auténtica euforia.
En las bellas avenidas se apreciaba la meticulosidad, pulcritud y gran amor por la limpieza que tienen los japoneses. Tampoco se escuchan señales acústicas de los automóviles y muy pocas sirenas. Pasamos por muchas tiendas, algunas de reconocidas marcas a nivel internacional, como Ferragano, Dior, Gucci, Calvin Klein, Cartier, Tiffany, Chanel, Mikimoto, Louis Vuitton…todas de prestigio, hasta llegar al Wako, que es un reloj público con un carillón, ubicado en un edificio en el cruce de las calles Chuo-Dori y Harumi-Dori.
La verdad es que lo que ellos llaman "calles", no son tales, ya que se trata de bellas y dinámicas avenidas; e incluso, la Harumi tiene el asfalto coloreado de un tono verdoso, lo cual la hace más elegante; es más, son vías que tienen hasta un poco de brillo en el pavimento. En otros distritos pude ver avenidas coloreadas de rojo y las menos de un tono blanquecino. Con tantas luces y en esas rutas citadinas tan espectaculares, se pasean los vehículos de lujo, siempre muy brillantes, reflejando la iluminación; entremezclados con otros medios de transporte más modestos.
El Wako sería el equivalente al reloj de la Puerta del Sol de Madrid, pero con mucha menos prestancia y de tamaño más reducido que el Big Ben de Londres. Todo ello en un entorno de luces como en Times Square de New York, pero con un público selecto, en lugar de ese ambiente chabacano y vulgar de la ciudad estadounidense.
En Tokyo es muy raro ver a gente gorda o barrigona en las calles, o en la tele, salvo los luchadores de sumo que son una casta aparte. Las tokyotas yuppies son mujeres menudas, muy inteligentes, independientes, ambiciosas, egocéntricas como el país, y nerviosas, hasta tal punto, que dan la sensación de que están al "borde de un ataque de nervios", en el buen sentido de la frase, y con reflejos tan rápidos que parecen "eléctricas". Las más "in" prefieren sobre todo la ropa de marca, o que aparente serlo, y usan pocos adornos en las orejas en forma de pendientes. Algunas de ellas, principalmente las dependientas de los grandes almacenes de lujo, cuando se maquillan, parecen muñecas de porcelana. De la misma forma, es muy poco frecuente escuchar gente hablando en voz alta.
La moda típica invernal ahora son las faldas-pantalón con zapatos de tacones, con el abrigo largo encima; y las mayores que son tradicionalistas, usan el clásico kimono. Nosotros vimos unas señoras ataviadas con kimonos y abrigos de visón, en la Chuo –Dori. Los ejecutivos cuando van a trabajar suelen usar ropa oscura, y los fines de semana se ponen una vestimenta más casual.
Sin embargo, lo que más choca y sorprende en Tokyo, es el tratamiento que se les da a los pobres, porque en esa ciudad hay gente que "elige" ser indigente; es decir, para aclararme, que existen personas que deciden vivir sin trabajar, y esos son los pobres de la urbe. Claro está que hasta ellos están organizados, y constituyen un "atractivo" turístico, o si se prefiere algo curioso o novedoso. Incluso los mencionan en algunos folletos turísticos, y los guías de turismo hablan de ellos. Para una persona proveniente del subdesarrollo como yo, ese criterio es harto interesante, porque los pobres de nuestros países normalmente no tienen oportunidades, y si encima tienen la mentalidad de vagos, entonces son doblemente pobres, y con pocas esperanzas. Cuando yo estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad Complutense de Madrid, no se decían esas cosas de "pobres por elección personal".
Al día siguiente el turno era para el city-tour, para tomarle el "feeling" a la gran ciudad, porque ya tenía cámara disponible. A la una y treinta y cinco nos pasaron a recoger y nos llevaron en primer lugar a la Galería de Perlas Tasaki, donde nos hicieron una demostración de cómo se cultivan las perlas artificiales con el procedimiento desarrollado por Mikimoto. Básicamente la madreperla reacciona ante el cuerpo extraño que se le introduce, y esa reacción es la que produce las capas que forman la perla. Luego después de tres años de espera se obtiene el resultado. De la perla obtenida se valora la forma, el tamaño, el color, y el brillo, entre otras variables.
El autobús nos pasó frente al Palacio Imperial, rodeado de su foso, y también al lado de la Tokyo Tower, la cual fue diseñada siguiendo la estructura de la Tour Eiffel de París, pero más liviana porque pesa casi la mitad, y es un poco más alta.
De ahí le tocaba el turno al crucero de media hora por el Río Sumida, en uno de los tantos ferries que lo surcan, a partir del embarcadero de Hinode. Ese río está lleno de patos, gansos, gaviotas, y otras aves acuáticas, y sus aguas están desprovistas de contaminación. Ante esa realidad el Río Ozama de Santo Domingo me dio pena y vergüenza, por haber sido convertido en una inmensa cloaca llena de toda clase de desperdicios y de aguas contaminadas, ante la mirada indiferente de las autoridades.
Pasamos por debajo de trece puentes de río, es decir, un poco más altos que el ferry, todos distintos y cada uno con su nombre e historia. En algunos lugares de las orillas se podían contemplar los conocidos hábitats de los pobres de Tokyo, forrados con una lona azul. Todo muy ordenado, y limpio.
Desembarcamos en Asakusa, y nos dirigimos al famoso Templo Budista Kannon. La entrada del templo tiene negocios a ambos lados, donde venden todo tipo de artículos, souvenirs, dulces, comidas, etcétera, y está adornada con una decoración típica japonesa. Yo vi un vendedor que tenía revistas subiditas de tono, con imágenes que eran impropias para un recinto como ese.
Una vez se llega al templo, se practican varios rituales por los millones de visitantes que acuden a él, siendo el primero de ellos con el incienso. La gente creyente desvía el humo con movimientos de las manos hacia la parte del cuerpo que quiere sanar. A continuación está el ritual con el agua de una fuente decorada. También se lanzan monedas a una especie de pozo al cual no se le ve el fondo; y hay practicantes que hace peticiones en forma de papelillos doblados que atan a un cordel ad hoc, además, otros cuelgan una tablilas con frases muy bien dibujadas.
Al intentar llegar hasta el recinto más sagrado, me aproximé a una ventanilla a pagar la entrada y despojarme del calzado; pero me dijeron que no podía entrar, porque no era budista. Bueno, parece ser que me equivoqué en esta reencarnación...

3 comentarios:

El profesor dijo...

Faustino
Muy buena crónica de un viaje que evidentemente fue para contar, porque sólo pensar en 37 horas para llegar al lugar de destino ya es una odisea o quizas una osadía.
Te felicito por el relato. He tenido la oportunidad de viajar a las antípodas y mi conclusión es que lo que nos falta es organización y quizás pensar racionalmente, pues generalmente fallamos en cosas que son elementales.

El profesor dijo...

Me olvidé extenderte mi saludo caluroso.

Felix Gómez

Ocip dijo...

Profesor Faustino bastante interesante su viaje a Japón, y la explicación acerca de la diferencia de culturas.

por si no ser recuerda soy Oriolis cantalicio, y le leere comn frecuencia

espero lea mi blog

es manuscritosoricanta.blogspot.com