viernes, marzo 07, 2008

EL PARTHENÓN: EXPERIENCIA MÍSTICA

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: ATENAS (OCTAVA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


Sin embargo, aún no habíamos subido al Parthenón a pesar del esfuerzo infructuoso de la tarde anterior, y esa era una visita “obligada”. Así que a las diez y media de la mañana, después del desayuno, nos encaminamos hacia ese objetivo. Precisamente el hotel yo lo había elegido en función de ese monumento paradigmático de proyección universal, por su cercanía. Vimos una caseta en el paseo peatonal y la joven encargada nos informó por dónde se subía y de la venta de los tickets. ¡Era por el lado contrario, de donde habíamos estado!
Seguimos las instrucciones y el camino era amplio y cuesta arriba, muy diferente de los callejones laberínticos del sendero secundario del día precedente. Subimos poco a poco y los boletos costaban 12 euros por cada uno, pero le permitían al interesado visitar otros sitios de interés histórico-arqueológico con la misma entrada.
Por fin entramos al recinto, siempre en pendiente ascendente, rodeados de turistas, principalmente italianos y japoneses. La cultura italiana está muy vinculada a la griega, e incluso, Alitalia tiene vuelos frecuentes a Grecia. Y en cuanto a los japoneses, como tienen un nivel de vida muy holgado, les gusta mucho hacer turismo en Europa, a pesar de la distancia. En Japón no tienen ese tipo de monumentos, ni museos tan grandes como los europeos.
Al llegar a uno de los extremos del Parthenón alcancé a ver las famosas Cariátides a la izquierda, en el llamado balcón sur del templete Erechtheion, el lugar más sagrado de la Acrópolis, y me apresuré a sacar la foto. Esas mujeres-columnas inspiraron el Salón de las Cariátides del Palacio Nacional de Santo Domingo, lo que sucede es que la gran mayoría de la gente que acude al palacio, no tiene la más mínima idea, ni tampoco le interesa qué son, ni mucho menos dónde se encuentran las Cariátides. Bueno, ahí estaban, y éstas son reproducciones. De las originales que son seis, cinco de ellas están en el Museo de la Acrópolis y la otra en el Museo Británico.
Con sus 25 siglos la Acrópolis es la Roca Sagrada que le da continuidad a la civilización griega, y el Parthenón es el símbolo de Atenas de la misma forma que la Tour Eiffel lo es de París, salvando las distancias. Es el monumento más imitado arquitectónicamente en el mundo, hasta el Palacio de Bellas Artes de Santo Domingo, está inspirado en él. Históricamente ha sido codiciado por otros pueblos, e incluso, los ingleses lo saquearon llevándose los frisos más importantes también, que pueden ser vistos en el Museo Británico de Londres, por igual.
Hoy en día se están realizando trabajos de consolidación y de remodelación del entorno arqueológico, y por eso los obreros y especialistas tienen varias grúas y rieles para poder trasladar las inmensas piezas.
Con lo que yo no contaba era con la experiencia mística que supone estar en ese lugar, ya que es un poderoso polo energético, y yo no lo sabía. Tanto me afectó que me quedé mudo, hasta que recapacité y me percaté de lo que estaba ocurriendo.
Las piedras centenarias y milenarias producen vibraciones que se acumulan con el tiempo, por ese motivo existe una gran diferencia entre entrar a la Catedral de Santo Domingo, con piedras vetustas, o bien, ingresar en el Alcázar de Colón reconstruido con piedras sin historia. Lo mismo se puede decir de Altos de Chavón, un lugar muy turístico pero sin ángel.
Precisamente ese es el problema de las Pirámides de Teotihuacán, a 40 kilómetros de la Ciudad de México, que fueron reconstruidas también, y aunque son espectaculares con una vista preciosa, no vibran.
Desde el peñón de la Acrópolis donde estábamos en Atenas, se tiene una visión bastante completa de la ciudad. Por un lado se aprecia la colina de Nymfon, y hacia el otro costado se ven la de Lykavittos y la de Strefi, más allá.
Debido a los horarios de los monumentos tuvimos que adaptar las horas de almuerzo, y queríamos probar el famoso queso feta. Una vez logrado nuestro objetivo tomamos el metro en Akropoli, haciendo el cambio de la línea 2 a la 1 en la estación de Omonia, para dirigirnos al puerto del Pireo, el más importante de Grecia.
Hace milenios ese lugar era una isla, y hoy incluye tres puertos en uno, con más de catorce millones de pasajeros al año. Por un lado está el puerto central, conocido antes como Kantharos, (esta palabra dio origen al vocablo: cántaro) donde desembarcan los pasajeros de los ferries de casi todas las islas griegas, de los cruceros y la carga marítima. Esos pilotos de ferries tienen tanta práctica que entran al puerto a una velocidad rápida, y dan la vuelta con una destreza impresionante. Vimos a un grupo de japoneses que se bajaron de uno de ellos. Los trasatlánticos más grandes que surcan el Medierráneo hacen escala aquí, y es posible ver varios a la vez. Luego está la Zea Marina, para los yates de todos los tamaños, incluyendo los más lujosos y modernos que se conocen de los ricachones árabes y europeos, y los hovercrafts y catamaranes gigantes, de esos que se ven en películas. En el muelle tienen tiendas, bares, restaurantes, tavernas, etc. El área menos extensa la ocupa el Mikrolimano, para yates más pequeños, lanchas, veleros, o sea, que es más acogedor.
Por suerte encontramos una tienda que ofrecía el servicio de Internet a precio normal y estuve navegando un buen rato, sobre todo enterándome de las noticias dominicanas y respondiendo el correo.
Luego el problema era llegar a la parada del metro, la última de la línea, porque habíamos dado tantas vueltas que estábamos un poco despistados. Pero preguntando llegamos, y como la terminal es muy amplia y llamativa fue fácil encontrarla. Como el tren va a nivel de la calle en las cercanías del Pireo al salir de la estación, pudimos ver literalmente centenares de grafitis en los laterales de la ruta, es decir, en las separaciones de las calles y en los espacios adyacentes; algunos de ellos realizados con pintura de aceite, en vez de espray.
Después de varias estaciones el metro entra debajo de la calle, e hicimos el cambio en Omonia otra vez pero en sentido contrario. En uno de los andenes de esa estación tenían luces de advertencia en el suelo, que se encendían intermitentemente en el borde, justo cuando el tren se aproximaba. Eso era algo novedoso para mí. Así llegamos al hotel temprano para descansar, pero tuvimos que pasar al lado de unas barricadas de la policía, que estaba pertrechada en el paseo peatonal que bordea la Acrópolis, porque había un piquete que se aproximaba. Como las pancartas estaban en griego no pude enterarme de cuáles eran sus reinvindicaciones. De todas formas, lo más aconsejable era alejarse lo más rápidamente posible de esa zona conflictiva.
De las cosas importantes que quería hacer sólo nos faltaba ir a la Biblioteca Nacional, al Museo Benaki, y al Museo Nacional de Arte Contemporáneo, empero, este último estaba en remodelación, por lo que estaba descartado.
Salimos por la mañana, después de haber saboreado el queso feta de nuevo en el hotel, entre otras cosas, y había que bajarse en la estación Panepistimio para ir a la Biblioteca Nacional, ya que quería llevar unos libros, pero como está frente a la Universidad y no tienen los nombres visibles, estaba confundido y me vi obligado a preguntar a un señor que iba subiendo la escalinata con un monje ortodoxo griego, y ahí mismo era. Al llegar a la recepción, el empleado me explicó a duras penas que tenía que entrar por otra puerta que estaba por detrás del edificio. Al llegar a dicha entrada toqué el timbre porque estaba cerrada y nos hicieron pasar para que esperáramos a la bibliotecaria. La fueron a buscar y al final resultó ser una funcionaria obesa, quien llegó sofocada por caminar como 10 metros. Se sentó en un escritorio rodeada de pilas de libros en la etapa de ser clasificados, me atendió rápidamente, me entregó los resguardos y salimos.
Ahora había que localizar el Museo Benaki, al cual se podía ir a pie por la Ave. Panepistimio, donde aprovechamos y entramos al Museo Numismático. Al venir de la Biblioteca luego se doblaba en la Plaza Syntagma donde está el Parlamento, a la izquierda por la Vass. Sofias. Como en esa avenida existen varios edificios parecidos pregunté a un señor que estaba comprando el periódico y me indicó.
Por suerte la entrada era gratuita y uno de los empleados de la entrada era español. Según las normas de la institución museística, no se puede pasar con cámaras, así que tuve que dejar la mía en la conserjería. Este Museo Benaki fue fundado por Antonis Benakis en el 1930, descendiente de una histórica familia de Alejandría, y según consta en el folleto que nos regalaron, empezó su colección en Egipto, y luego decidió donarla al estado griego. Por eso transformó su mansión privada de estilo neoclásico, en el primer museo privado de Grecia, y años después tuvo que ampliarla. Este museo abrió sus puertas al público en el año 2000, y también tiene otras dependencias en Atenas, como el Museo de Arte islámico y el Centro cultural de la Calle Pireus 138. De la misma forma ha creado varios archivos como el Fotográfico, el Histórico y el Archivo de Arquitectura Neohelénica. Tiene en proyecto la ampliación de la Pinacoteca Nikos Hadjikyriakos-Ghika, y el Museo del Juguete y de la Infancia.
El Benaki tiene cuatro niveles y en la planta baja están las piezas del arte neolítico, y de la edad del Cobre. Asimismo abarca el período clásico, y los períodos helenístico, romano, y del Imperio Bizantino, entre otros. El primer nivel incluye el arte secular de los años de dominio extranjero, con vestimentas, joyas, bordados, cerámicas, tallados, y pinturas. En este nivel también cuentan con una bella colección de iconos, y muestras del Arte Eclesiástico, joyas de oro y plata, bordados en oro y esculturas en madera pertenecientes a los siglos XVI-XIX.
En los otros dos niveles exhiben temas de interés intelectual e histórico. Ahí mismo, en la segunda planta está una elegante cafetería muy concurrida donde almorzamos.
A la salida caminamos hacia la Plaza Syntagma la cual aparece rodeada de grandes hoteles, y le dimos la vuelta para encontrar exactamente la parada del bus del aeropuerto. Bajamos al metro en la estación Syntagma hasta la parada siguiente Akropoli.
El siguiente objetivo era el Templo de Zeus, y para llegar a él desde la estación del metro tomamos el paseo Dionysos Aeropagitou hasta llegar al Arco de Adriano en la avenida Syngrou, ya que el templo está al otro lado de la vía.
En realidad el templo ya no existe, lo que quedan son los restos, no es como el Parthenón. Empezado aproximadamente en el 515 aC, y por fin completado en el 131 dC por el emperador romano Adriano, después de varios intentos fallidos, hoy lo que hay son 16 columnas monumentales, - en un perímetro con césped - , con una altura de 17 metros cada una, de las 104 que se supone que existían, y no estaba techado. Esto implica que este templo es, como se dice hoy en día, un monumento prácticamente virtual.
Una vez tomadas las fotos había que regresar a hotel a preparar las maletas para nuestro destino del día siguiente: Madrid vía París.

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