domingo, abril 06, 2008

DESPEDIDA Y VUELTA A CASA

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: MADRID (DÉCIMA Y ÚLTIMA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


En la mayoría de los países del mundo los museos no abren los lunes, y los de Madrid no son una excepción, por ese motivo, era un día estupendo para las actividades sociales. Por la mañana salimos desde que desayunamos a comprar de nuevo al Corte Inglés, porque tenía curiosidad por estrenar mi nueva tarjeta de débito PLUS, ya que había tenido una mala experiencia con otra tarjeta.
Una vez me informaron en el Banco de Reservas de Santo Domingo en el 1999 que su tarjeta de débito era válida en cualquier cajero del mundo, que tuviese las siglas HONOR/CIRRUS; y cuando llegué a Buenos Aires intenté sacar dinero con ella, y me salió un recibo que ponía: “consulte a su banco”. Si no llego a tener dinero en efectivo hubiese pasado hambre.
En esa jornada teníamos tres compromisos. Al mediodía la cita era en la Escuela Diplomática para almorzar, de ahí regresar al hotel para el cambio de ropa, y luego a una merienda en Chamartín diagonalmente al Parque Berlín, y por la noche nos fueron a esperar a la salida del metro Manuel Becerra un querido amigo y su compañera, quienes tienen un apartamento de ciencia ficción, con lo más moderno en tecnología, desde sillones que dan varios tipos de masajes, hasta estufa de cerámica y duchas múltiples con jacuzzi incluido, pasando por pantallas gigantes para la tele y el ordenador. Ahí estuvimos hasta las 9 de la noche, porque en Madrid se cena a las 10 de la noche y se almuerza de 2 a 3 de la tarde.
Pasamos a recoger a un familiar de ellos en el coche, - como dicen en España ¬- , y nos invitaron a cenar a un restaurante llamado Cuco’s. Las malas lenguas dicen que pertenece al genio dominicano de la imitación Julio Sabala. No pude comprobar este dato; de todas maneras, y sin menoscabo de otros significados, el vocablo “cuco” es un dominicanismo, aunque no está registrado como tal por la Real Academia, que se refiere a un “personaje imaginario o fantasma, instrumentalizado para meter miedo en especial a los niños”. En España dicen “coco”. Ahí nos entretuvimos, pasó el tiempo y nos llevaron al hotel pasada la medianoche.
Ya era martes y tomamos el metro en la Gran Vía, hasta la parada de Colón, con cambio en la estación Tribunal, rumbo a la Biblioteca Nacional de España al lado de la Plaza de Colón, y enfrente del Museo de Cera. Pasamos por un túnel maloliente por debajo del Paseo de Recoletos, lleno de grafitis y de basura que dejan los “sin hogar” y/o drogadictos quienes pernoctan ahí. Este paseo es la “columna vertebral” de Madrid, y es la continuación del Paseo del Prado que va desde la fuente de Atocha y llega hasta la fuente de Cibeles en la calle de Alcalá, y luego se convierte en el Paseo de La Castellana, pasa la Plaza de Castilla al norte, donde están las famosas torres inclinadas Kía, y empalma con la autopista M30.
En la Biblioteca tenían tres exposiciones gratuitas en sus salas: una sobre el empleo de la tipografía en el arte, con obras de artistas muy famosos como Arp, Moholy–Nagy, Basquiat, Chillida, Léger, Ruscha, Klee, Duchamp, el Equipo Crónica, Warhol, Max Ernst, Malévich, Man Ray, Picasso, Juan Gris, Tàpies, Jasper Jones, Rauschenberg, Torres-García, Lichstenstein, y Miró, entre otros; otra muestra permanente acerca de la evolución del libro en la historia y de los diferentes soportes de la palabra escrita; y la tercera expo, sobre las Obras Maestras de la biblioteca, incluyendo los incunables de la institución. Ellos tenían una librería muy buena, pero ahora la redujeron de tamaño drásticamente.
A las dos teníamos una invitación de parte de un estupendo amigo y su maravillosa esposa, en el restaurante Janatomo de comida japonesa en la calle de la Reina No. 27, paralela a la Gran Vía, y cerca del hotel nuestro. Para nuestra sorpresa allí estaba en una mesa del rincón el cantante, Diego el Cigala, almorzando solo. A eso de las cinco fuimos de compras de nuevo, cenamos y de ahí al hotel porque estábamos trasnochados.
Al día siguiente el turno era para el Museo Reina Sofía; tomamos el metro en la estación Sol hasta Atocha, que está a cuatro paradas. Este centro de arte se inauguró en el 1990, principalmente con los fondos del desaparecido Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC), que estaba en la zona universitaria cerca de la Universidad Complutense de Madrid, y era un hospital; y ahora le ampliaron su biblioteca y la librería. La entrada normal es de 6 euros.
En este museo tienen cabida los maestros españoles de arte contemporáneo, y en sus colecciones permanentes se cuentan estupendos trabajos de Dalí, Miró, Picasso, Tàpies, Barceló, Chillida, y otros muchos. Su mejor pieza es la obra cumbre de Picasso y del Siglo XX: el Guernica. Este cuadro de 1937 y de colores grises, es de grandes proporciones y estuvo muchos años en custodia en Nueva York en el Museum of Modern Art (MoMA), con la condición de entregarlo a España cuando volviese la democracia. Al reintegrarlo, lo pusieron en una dependencia del Museo del Prado, llamado el Casón del Buen Retiro, pero al final lo colgaron en el Museo Reina Sofía, porque el Prado no es de pintura del S. XX.
Aparte de estas colecciones, en el museo tenían montada una grandiosa muestra sobre el Flamenco, Vanguardia y Cultura Popular 1865-1936, llamada La Noche Española, con mucho material explicativo de apoyo; y estaban preparando una gran muestra sobre Picasso. En la librería encontré un libro que me interesó y lo compré por 23 euros.
De ahí pasamos a la estación de trenes de Atocha, porque estaba cerca, donde ya no quedaba ninguna huella de los atentados con explosivos del 11 de marzo de 2004. El único control que noté fueron las máquinas de rayos X para los equipajes. Cerca de ahí ocurrió también la llamada matanza del 1977.
Esta estación tiene un jardín tropical muy cuidado, regado con agua pulverizada desde unos surtidores que están a una altura por encima de la mayoría de las plantas. A los lados hay oficinas y enfrente una cafetería donde pedimos unos “platos combinados” a 11.50 euros cada uno.
Una vez finalizado el almuerzo, ya eran las cinco de la tarde porque tardan mucho en servir y decidimos ir a pasear por el Parque del Retiro. Tomamos fotos, paseamos por la orilla del gran estanque donde el público puede ir a remar, vimos unos cuantos patos silvestres volando por encima, y los clásicos deportistas corriendo, trotando, patinando y en bicicleta. Como ya estaba anocheciendo y hacía frío, tomamos el metro en la estación del Retiro hacia el centro hasta la parada de Sol.
En la calle peatonal de Preciados que sale de ahí mismo, - que fue la primera en ser peatonalizada - , se colocan músicos y cantantes latinoamericanos quienes forman verdaderos conjuntos, algunas veces con muchos integrantes provenientes de varios países, y hay canciones que se prestan para ser coreadas por el público; es como si fuera un karaoke callejero. Ellos viven de las propinas, si es que no tienen otro trabajo como los mariachis de la Plaza de Garibaldi de Ciudad de México. En el metro de Madrid aparecen músicos y cantantes por todos lados, y algunos de ellos muy buenos. Los hay hasta con formación clásica y otros tocan jazz. Después de ese día maratónico, lo más aconsejable era ir a cenar temprano para descansar.
Nos faltaba comprar unos zapatos que habíamos visto, y después del desayuno dimos una vuelta por la calle Hortaleza, y por la calle de la Montera. En esta última yo estaba esperando solo mientras miraba un escaparate, y noté que una joven rubia atractiva con el cabello rizado y con botas, hacía unos gestos de coqueteo con el pelo cerca de mí, yo no le hice caso aunque comprendí el mensaje, entonces me dice: “¿vamos?”, y yo inocentemente le contesto “¿a dónde?”, en ese momento me riposta con tono airado “a follar”; y en ese mismo instante le pregunto "¿y cuánto tú cobras?", a lo que me respondió rápidamente “25 euros”. Entonces le dije “yo vuelvo…”. Este es un fenómeno nuevo que yo no conocía en Madrid en esa calle y a las 11 de la mañana, porque antes estaban en otras vías, pero ahora como es peatonal también se han hecho dueñas de ese “territorio”. Hay prostis de todos los colores, de diferentes países y a todas las horas. Allá en Madrid las llaman “fulanas”.
Esto trae a colación los temas de conversación de mis amistades españolas. Invariablemente surgía la temática de la gran cantidad de extranjeros. Ellos se sienten “invadidos” por millones de forasteros. La verdad es que a veces, sobre todo en el metro, casi no se ven españoles. Solamente de marroquíes y de ecuatorianos hay mucho más de un millón, pero también han arribado avalanchas de Europa del este, en especial rumanos, y de los sin-papeles del África subsahariana quienes llegan a diario en frágiles embarcaciones llamadas pateras o cayucos. La otra preocupación de los españoles es la inflación motivada por el cambio de moneda, y según encuestas, más de la mitad de la población todavía calcula y piensa en pesetas en lugar de hacerlo en euros.
Así llevamos los paquetes al hotel y a la una salimos para tomar el autobús cerca del metro Sevilla, ya que estábamos invitados a comer. Allí estuvimos hasta las cinco y media y regresamos al hotel donde nos pasaron a recoger dos amigos para cenar con sus esposas en el restaurante Da Nicola de comida italiana
en la Plaza de los Mostenses No.11. Nos cobraron 150 euros por los seis (siete mil quinientos pesos dominicanos) más la propina aparte. Nos llevaron al hotel a la una de la madrugada.
Como a mí siempre me gusta en Madrid ir al cine Imax de pantalla gigante, salimos para allá en el metro a las once de la mañana. Lo tomamos en Sol hasta la estación Méndez Álvaro haciendo transbordo en la estación Pacífico. Al salir me despisté porque habían construido muchos bloques de apartamentos donde antes existían solares, pero llegamos, y pagamos los once euros per cápita para ver dos películas: una en pantalla de 600 metros cuadrados con gafas polarizadas sobre los tiburones, con el sistema Imax, y otra en la pantalla de 900 metros cuadrados acerca de la India, con el sistema Omnimax. También tienen otro sistema llamado Imax 3D. Al salir tomamos el metro y fuimos a almorzar a la estación de Atocha otra vez, como a las cuatro y media de la tarde.
De allí caminamos hasta el Museo del Prado no muy lejos, que tenía entrada gratuita a partir de las seis de la tarde, para conocer su nueva ampliación. Las mejores obras del S. XIX de pintores las tienen expuestas, tales como Sorolla, Zuloaga, Beruete, Rosales, Fortuny, Goya, Ribera, Manzano, Lorenzo Vallés, Ferrant, Casado del Alisal, Moreno Carbonero, Degrain, Gisbert, Emilio Sala, Vicente López, y Madrazo, entre otros artistas extraordinarios. También tienen esculturas. El problema que se le plantea al museo es que ahora la ampliación, con mejor iluminación, escaleras mecánicas, salas modernas, etc., opaca la parte antigua, y en comparación se ve mal. Llegamos a la estación del metro de Atocha y de ahí al hotel.
El sábado y parte del domingo se nos fueron en diligencias personales y en compras. Visitamos Espasa Calpe, la librería más grande del mundo de habla hispana con ocho plantas, - a la principal, y a sus dos sucursales cerca de la primera - . Al mediodía pasamos por la Ópera, el Palacio Real, la Plaza España y el Templo de Debod, que fue donado por los egipcios en agradecimiento por la colaboración española, en el rescate de los monumentos que iban a ser anegados por la Presa de Aswán; almorzamos en la Gran Vía y por la noche estuvimos invitados a cenar en el restaurante gallego Mareas Vivas por una pareja de grandes amigos. Llegamos al hotel tarde.
Ya había llegado el día de la despedida de Madrid y la consiguiente vuelta a casa. Salimos del hotel a las 11:30 a.m. y tomamos un taxi hasta el aeropuerto de Barajas que nos cobró 22 euros. Después de los trámites de facturación del equipaje y del control de inmigración pasamos a la zona franca, donde se notaba la alegría criolla, y empezamos a escuchar un acento que nos era familiar, salpicado con términos como “vaina”, “bachata”, “O.K.”, “longaniza”, y frases como “…y es fácil”, “’ta jevi”, “mi loco”, “dame lo mío”, entre otras muchas expresiones; y abordamos el avión de Air Europa que despegó a las 3:20 de la tarde.
El típico aplauso de los pasajeros dominicanos nos indicó que habíamos aterrizado en Santo domingo, ocho horas más tarde, y el taxista que nos tocó, - como ellos tienen el monopolio de oferta - nos cobró mil pesos.
Llegamos bien y todo estaba en orden después de 21 días. Hogar dulce hogar. Ya la Tour Eiffel, el Parthenón y la Puerta de Alcalá sólo quedaban como parte del recuerdo…

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