viernes, abril 03, 2009

MI VISITA AL “MÉXICO LINDO Y QUERIDO” (y 5)

Por FAUSTINO PÉREZ


Cuando el trayecto se inicia en el Zócalo, el turibús entra por la calle Tacuba y sale a un lado de Bellas Artes y la Torre Latinoamericana, a continuación da la vuelta y pasa por delante del Museo Franz Mayer, y por la monumental escultura de El Caballito del escultor Sebastián en el Paseo de la Reforma, luego gira de nuevo por el enorme Monumento a la Revolución y sale otra vez a la Reforma, con sus famosas jardineras; pasa por la Glorieta de Colón, el Monumento a Cuauhtemoc, el Ángel de la Reforma, la rotonda de la Diana Cazadora; por la Torre Mayor, el edificio más alto de Latinoamérica; y la enorme estatua de Tláloc en la esquina del Museo de Antropología.
Así una vez en el Bosque de Chapultepec entra a la colonia Polanco, da otra vuelta por la Fuente de Petróleos y vuelve al Bosque, pasa por el Lago Mayor, por el Parque Temático con reproducciones de los monumentos más importantes del país, por la Fuente de Tláloc, las fuentes con las reproducciones de las cabezas olmecas, el Museo de Historia Natural, el Museo Tecnológico, el Museo del Niño; y la Feria de Chapultepec, que no es más que un parque de atracciones.
A continuación se pasa al lado de un recinto militar, así hasta llegar al majestuoso Auditorio Nacional, sigue por la Reforma y luego dobla a la derecha hacia la colonia Condesa pero antes pasa por el Zoológico y el Museo de Arte Moderno y su Jardín Escultórico, hasta llegar a la Plaza Madrid, con su reproducción más pequeña de la fuente de La Cibeles, de la calle de Alcalá de Madrid. En este punto empezó a lloviznar y me vi obligado a bajar al primer nivel del autobús, pero no por mucho tiempo, porque abajo se ve muy poco para mi gusto, y no se pueden tomar fotos con facilidad.
Luego continúa el itinerario hasta la Plaza Río de Janeiro con su réplica del famoso “David” de Miguel Ángel (cuyo original se encuentra en la Galleria dell'Accademia de Florencia). Sale de nuevo a la Reforma a la altura del Ángel, hasta llegar al Hemiciclo a Juárez en el Parque de la Alameda, pasa por delante de una de las sucursales de la conocida Librería Gandhi, con Bellas Artes en frente y la Torre Latinoamericana en la esquina, entra por la calle Madero, y le da la vuelta al Zócalo pasando por delante de la Catedral y su Sagrario, hasta el fin del recorrido que dura menos de tres horas.
Al bajar del turibús me entretuve viendo las tiendas y las joyerías de los alrededores por aproximadamente una hora, y subí temprano al hotel a descansar y a ver televisión del país, que es un tema que me interesa.
Por la noche recibí una llamada invitándome a almorzar al día siguiente en el apartamento de la familia Bustamante. Ya por la mañana salí a eso de las 9:30 a.m. con dirección a la estación del metro de Polanco, entrando por el Zócalo, y con transbordo en Tacuba, pero en esta parada había tanta gente porque eran casi las diez de la mañana, que tuve que dejar pasar cuatro trenes repletos de pasajeros.
Preguntando en Polanco llegué al número buscado de la avenida, y el conserje del edificio me abrió el portal, hizo la llamada de verificación y al yo entrar al ascensor introdujo la llave que me permitiría subir únicamente a la planta deseada. Estuve una media hora en la casa, y de ahí mi amigo José Luis y yo salimos a pie hasta el Museo de Antropología, que yo ya conocía, y que se localiza no muy lejos. Después de fotografiar las piezas que más me interesaban abordamos un taxi para regresar al almuerzo, pero antes pasamos por la cafetería El Globo.
La comida fue muy agradable al estilo dominicano, con unos platos exquisitos y una conversación muy amena, y por la tarde cruzamos media ciudad en taxi hasta los Viveros de Coyoacán, que se encuentran en la misma colonia de la casa-museo de Frida Khalo, y del Museo de las Culturas Populares.
Regresamos a la casa muertos de la risa con las ocurrencias del taxista, quien decía - entre otras cosas - que él vivía en “chingadalandia”, no en México. A eso de las 6:30 me despedí justo antes del inicio de la hora pico de la noche, y regresé en metro, haciendo la ruta en sentido contrario.
El viernes a las diez de la mañana salí rumbo al Museo de José Luis Cuevas, no muy lejos del Zócalo. Esta enorme plaza es el centro neurálgico del país entero, y todos los problemas sociales y manifestaciones públicas, conjuntamente con los espectáculos y ocurrencias más dispares tienen como escenario el Zócalo, desde un concierto de rock, hasta un show de acrobacias en moto.
Desde la esquina de la calle de la Academia que pasa justo enfrente de la Catedral, se pueden apreciar las cinco carotas expresionistas de bronce, del tamaño de un hombre promedio, que tienen a la entrada del Museo. Me cobraron 20 pesos y pude pasar al área interior dominada por una escultura gigante, tomé la típica foto y entré a la llamada Sala Erótica, la cual está adornada con una cama, aparte de los dibujos de Cuevas, por supuesto. Luego visité los demás espacios con los trabajos de ese talentoso artista y genio de la figuración mexicano.
Incluso, en el museo cuentan con un amplio salón para creadores invitados, y en esa oportunidad me tocó ver la estupenda muestra individual de José García Ocejo.
Al salir pude comprar algunas cosas que quería y varios regalos, y decidí llegar hasta el Parque de la Alameda por la calle Tacuba para seguir comprando.
En esa calle ese encuentra el Palacio de Minería, una de las obras maestras del estilo neoclásico de América, donde se celebraba la Feria del Libro; empero, como llevaba varios paquetes no me dejaron entrar, y seguí directo hacia la Alameda, porque nadie me dijo que los paquetes se podían guardar justo enfrente del Palacio. Camino de la Alameda presencié algo curioso que confirma la relación existente entre los deportes que se practican en un país y la manera como la gente se defiende en la calle:
Venía un ciclista por la calle Tacuba pegado al borde derecho, y un peatón intentó cruzar la calle por donde no debía, y el de la bicicleta por poco golpea al caminante, y siguó su ruta pedaleando. De repente, el peatón sacó una pelota no sé de dónde y se la lanzó al ciclista quien se detuvo al recibir el impacto en la espalda, y al iniciar la marcha de nuevo, el peatón le dio una patada al de la bicicleta, quien por poco es atropellado por un vehículo que pasaba; entonces, el ciclista amagó con pelear con el peatón, pero éste era más corpulento y joven, y al ciclista no le quedó más remedio que continuar su camino.
Este incidente evidencia que México es uno de los pocos países del mundo donde se practica con igual pasión el fútbol y el béisbol. De haber ocurrido en Europa, se hubiesen defendido a patadas, o si la ocurrencia fuese aquí en Santo Domingo, la defensa normal serían los puños.
Una vez en la Alameda, le tomé fotos a la famosa Policía Charra, quienes amablemente posaron para la cámara. Luego estuve observando las "tribus" urbanas que fabrican y venden artesanías, que estaban sentados alrededor de la fuente principal. México es una gran "potencia" mundial en cultura popular y en cuanto a grupos marginados se refiere; y también abundan las sectas, creyentes, y seguidores de todo lo imaginable, desde la Virgen de Guadalupe hasta adoradores de la muerte. Igualmente, existen miles de jóvenes con ideologías e indumentarias eclécticas; por ejemplo, es posible ver a un joven que parece un punk europeo de los años 70 con el pelo de tres colores, pero también lleva puestas al cuello unas cadenas como Mr. T; o bien, otra chava quien imita a los hippies de la década de los 60, pero se pinta los ojos con unas ojeras negras pronunciadas y lleva un piercing en la lengua.
Todo ello es independiente y se suma a las numerosas etnias indígenas quienes se dan cita, igualmente, en el Centro Histórico, y van vestidos con sus atuendos típicos. Sin lugar a dudas México es un paraíso para los fotógrafos.
En la Alameda estuve hasta la una y caminé por la calle Madero donde almorcé en el restaurante VIP's antes de la hora pico. Al terminar regresé a la Alameda porque estaba buscando un artesano específico que al final no encontré.
Ya por la tarde volví al hotel a preparar las maletas, ya que era mi último día libre en la capital de México. Por la mañana había recibido una llamada de Josefina Aracena quien me invitaba amablemente a cenar ese mismo día, me pasó a recoger por el hotel y fuimos a un restaurante de comida china al estilo buffet no muy lejos.
Vuelta al hotel, y ya me había dicho la señora Alma Denisse que me pasaría a recoger un taxi a las 10 de la mañana del día siguiente. Una vez en el vehículo recibí una llamada de la embajada deseándome buen viaje. A las doce y media avisaron del cambio de puerta de salida en el Benito Juárez, y empezaron a revisar las tarjetas de embarque, antes de abordar, para ganar tiempo, lo cual tenía intrigados a un inglés y a un yankee que estaban al lado mío en la sala de espera; luego a las una y media llamaron para que abordáramos el vuelo con escala en Panamá, y en el pasillo de entrada al avión había una par de militares pidiendo la documentación. Uno de ellos me preguntó por el motivo de mi visita y luego me preguntó que cuántos dólares llevaba, al yo contestarle una cantidad aproximada, me dijo que se los mostrara, entonces saqué la cartera, los miró por encima y me dio paso a la puerta de entrada al avión.
En el jet iba solo en la ventanilla al principio, en la fila de tres asientos, entonces, vino un joven a sentarse en el asiento del pasillo con unos libros de química y con un manual ejercicios de práctica. Así llegamos a Tocumen, fui a Información a a pedir unos planos de la ciudad, abordamos, y antes de dos horas llegábamos a Santo Domingo, pasé rápidamente por la aduana y no me revisaron porque era invitado de la embajada dominicana; tomé un taxi que me cobró 1100 pesos dominicanos y llegué a mi casa antes de las 11 de la noche. Hogar dulce hogar.

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