domingo, febrero 21, 2010

¿POR QUÉ EL CAPITALEÑO NO AMA SU CIUDAD?


EMPLEADAS DEL AYUNTAMIENTO EN EL PARQUE DUARTE DE SANTO DOMINGO (foto: FUENTE EXTERNA)

Por FAUSTINO PÉREZ

Los motivos por los cuales la ciudad de Santo Domingo parece que no tiene dolientes están muy claros; las que no están tan claras son las correcciones que se están tomando para remediar ese problema.
Las encuestas que se han realizado a nivel mundial han dado como resultado que este es uno de los pueblos más felices del mundo, a pesar de tantas precariedades. Si parafraseamos a los franceses, podría afirmarse que aquí se practica la política del “laissez-faire, laissez-passer” (dejar hacer, dejar pasar); o sea, que aparentemente el comportarse como le venga en ganas a uno sin apenas controles, provoca una satisfacción social. Naturalmente, que todo tiene su precio, y esos hábitos nos introducen de lleno en un complejo círculo vicioso, ya que precisamente ese “laissez-passer…” es una trampa para que ciertos personajes que quieren enriquecerse pesquen en río revuelto.
El primer escollo es la educación cívica que tanta falta nos hace. Aquí a los niños no se les enseña a pedir disculpas, o a utilizar un pañuelo, o bien, a saber cruzar una calle, o a tirar la basura en la papelera, o a hablar con un tono moderado, o a lavarse las manos, etc., salvo excepciones. Es más, ni siquiera se les enseña a alimentarse bien, entre otros motivos porque sus padres tampoco saben cómo hacerlo. Los infantes en su totalidad consumen más gaseosas que leche, y no digamos nada de los adultos con la cerveza y el ron…
Normalmente a los críos se les mima demasiado, con una sobreindulgencia extrema, o sea, con mucho consentimiento; en otras palabras, haciendo ellos lo que les da la gana. De vez en cuando los progenitores pierden la paciencia y descargan su estrés en sus hijos. Al llegar a adultos, ese libre albedrío provoca que los jóvenes y mayores no sean ciudadanos responsables, y no tengan la más mínima idea de cómo cruzar una calle como peatones, o en el rol contrario de conductores, a respetar un paso de cebra. Mucho menos piensan que las papeleras están para algo, o que la música a un volumen muy elevado puede molestar a los demás; lo que sí aprenden es que con el dinero se puede conseguir de todo en esta sociedad. Es lo que se ha denominado la “psicología del tigueraje”, pero la de las clases más pudientes. Si llegan a la universidad no aprenden gran cosa, a menos que estudien en el extranjero en universidades serias, porque aquí un alto porcentaje de las instituciones de nivel superior acogen a los discentes como clientes, no como alumnos. Esto en cuanto a la educación de los estamentos medio y alto se refiere.
Si son muy pobres los niños aprenden de lo que ven en las calles, ya que la gran mayoría tiene que trabajar a una temprana edad, como limpiabotas, vendiendo dulces, o en cualquier otra actividad que les deje un beneficio. Al igual que los más acomodados hacen lo que les da la gana en sus hábitats cuando están en ellos, ya que sus madres o trabajan fuera de la casa, o están muy ocupadas en conseguir el sustento, y muchas veces esos muchachos de escasos recursos ni siquiera conocen a su progenitor, y así el modelo se repite.
Por otro lado, la pobreza hace que miles de personas jóvenes y mayores salgan a las arterias de la ciudad a una temprana edad en busca de su sustento, haciendo lo que buenamente puedan para sobrevivir, y es lo que se llama la economía informal. ¿Pero qué sucede?, que estos tampoco son, ni mucho menos, ciudadanos conocedores de sus derechos y deberes; y como normalmente provienen de barrios marginados no ven nada malo ni extraño en la basura en las calles, o bien, en orinarse en cualquier rincón porque no tienen dónde, o a sonarse la nariz en la acera. Como el agua escasea en sus barrios, no suelen tener la más mínima noción de higiene. Estos son los llamados “padres de familia” que abarrotan los semáforos de las vías capitaleñas vendiendo de todo lo imaginable, desde cachorros hasta teléfonos móviles, pasando por frutas y ropa interior. De paso ocupan las aceras con sus productos y entorpecen la circulación de vehículos.
En las calles sobreviven a base de la “psicología del tigueraje” también, y apenas tienen tiempo de ir a la escuela elemental, pero su comportamiento no suele ser tan avasallante como los de las clases de arriba, - a menos que tengan una actividad muy lucrativa, normalmente ilegal - , y desarrollan una mezcla de astucia y habilidades con la finalidad de supervivencia; naturalmente con poco civismo, por supuesto.
Tanto los de las clases media y alta, así como también de la clase baja logran llegar a los cargos electivos, y a los entes que tienen que ver con los procedimientos y mecanismos de coacción, ¿y qué aplican?, pues lo que han aprendido, es decir, la típica psicología del tigueraje, ya a estas alturas convertida en un fenómeno cultural por lo arraigada que está. Y de ahí proviene la corrupción rampante que nos acogota. Los que proceden de las familias de recursos, porque creen que el dinero lo es todo, y debido a que quieren perpetuar sus privilegios; y los que vienen de abajo, motivados por el descubrimiento de que el tener un capital es bueno para disfrutar de los placeres de la vida, ya que pasaron muchas estrecheces en su niñez y juventud.
¿Qué significa todo esto en la práctica?, que la posible solución al problema debe de ser muy a largo plazo, dándole mucho seguimiento, y todavía no se han iniciado los correctivos...

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