lunes, agosto 23, 2010

LA TRIBU DEL DIOS OÍDO ATACA DE NUEVO


Grafiti de la Zona Universitaria de Santo Domingo (foto: ENGELS MATEO)

Por FAUSTINO PÉREZ

Si de ruido se trata, nosotros somos una potencia mundial en el ranking de los países. Naturalmente que no somos los únicos ruidosos; basta con recordar las señales acústicas de los camiones de bomberos de New York, que dejan estupefacto y patidifuso al mejor, o bien, el ruido de fondo de los vehículos transitando por los Campos Elíseos de París sobre los adoquines de la bella avenida, o el maremágnum de voces que se produce cinco veces al día en el Cairo y otras ciudades de la mismas creencias, al transmitir simultáneamente, pero sin estar totalmente sincronizadas, las mismas oraciones desde los minaretes de miles de mezquitas.
Pero estos tres ejemplos son de ruidos más o menos previsibles, en cambio la mayoría de los sonidos molestos que se producen en nuestras ciudades y pueblos, son fácilmente evitables, si tan sólo se tuviera la intención.
No sé si la herencia africana pesa, aún así, el folklorista Fradique Lizardo encontró evidencias de más de cien etnias diferentes de esclavos provenientes de ese continente, lo cual dificulta mucho el estudio del fenómeno; de todas formas, da la impresión de que al dominicano no le gusta el silencio y la tranquilidad, por ejemplo: por qué un vendedor de helados tiene que anunciar sus productos utilizando un megáfono a medianoche, o un camionero recorre un kilómetro por el Malecón, ensordeciendo con sus estridencias a todo el que pueda escucharlo a cualquier hora, o un predicador se pasa diez horas en un parque con sus mismo discurso, y claro está, con la voz amplificada. Hay sectores en los que los perros callejeros ofrecen conciertos nocturnos de ladridos a capella todos los días, y el alcalde no asiste, pero mientras tanto los afectados son los moradores de los vecindarios; quienes también son perturbados por los ruidos de los motoristas de todas clases. Cuando a alguien se le ocurre organizar una fiesta en el patio de su casa, o en la calle, o el parque, o en cualquier sitio, los afectados tienen que soportar los decibelios hasta el amanecer, porque el ciudadano que no está en la fiesta y que paga impuestos está indefenso. Y lo bueno es que nadie mueve un dedo para evitar semejantes perturbaciones; una vez se me ocurrió llamar al teléfono de la brigada anti-ruidos para denunciar un problema con una planta eléctrica molestosa, y me contestaron, después de muchos intentos, que fuera yo a hablar con el dueño de la planta…
No digamos nada de los llamados colmadones que no respetan a nadie y le quitan el sueño y el sosiego a decenas de vecinos a su alrededor con sus ruidos y las trifulcas que arman los parroquianos; o aquel que transita con sus vehículo convertido en una minidiscoteca ambulante para llamar la atención, a pesar del gasto que conlleva semejante equipo musical, y escucha la música que le da la gana, a la hora que le da la gana, en el barrio que le da la gana, a la velocidad del vehículo que le da la gana, y al volumen que le da la gana; y si está enamorado, pasa todas las veces que le da la gana, simplemente porque a él le da la gana.
La verdad es que uno se maravilla cómo esos simpatizantes y/o empleados de los políticos, se pasan horas delante del ruido infernal de los altavoces de los camiones, que van en las caravanas proselitistas, o ¿es que acaso tienen los tímpanos blindados o una anestesia auditiva, o a lo mejor ya están medio sordos? Al dominicano le place tanto el ruido, que se gasta miles de pesos en instalarle una alarma a su vehículo, y cuando se activa dicha alarma, no le hace el más mínimo caso, pero mientras tanto molesta a los demás. Los mismos fuegos artificiales gustan más por el ruido que producen que por los efectos lumínicos.
Hay vendedores callejeros, negocios con locales, y casas de familia, inclusive, que utilizan la música y los ruidos como una forma de delimitar o acotar su “territorio”, o sea, es una manera de decir “yo estoy aquí y esto me pertenece”, equivalente a lo que lo haría un perro en un poste de luz, pero hecho de otra forma. Esto se puede verificar en cualquier lugar.
La intersección de la Ave. Duarte con la Calle París es famosa por el ruido, que alcanza sus cotas máximas en la época navideña, basta con darse una vuelta por el entorno, para comprobarlo. Ahí se dan cita los vendedorses de música pirateada, los anunciantes de toda clase de productos, los que vocean para comunicarse, los propios vehículos, y así por el estilo.
Empero, no se crean que los ruídos sólo se originan en la ciudades, ya que hay pueblos que nos superan en decibelios, con sus motoristas ruidosos a todas horas, choferes de transporte voceando y con sus bocinas y sirenas sin respetar a nadie, clubes con una música incesante a todo volumen, animales ruidosos de todo tipo, y la misma gente comunicándose, entre otros.
Es probable que la malsana costumbre moderna dominicana de hablar en voz alta, tenga su origen en la práctica de los campesinos de salvar grandes distancias para comunicarse, empleando el recurso de la voz. Cuando esa gente joven del campo emigra a las ciudades traen sus hábitos consigo, conjuntamente con una sordera incipiente. Si a esto se le suma la alta concentración de humedad relativa del aire en el trópico, lo cual provoca que se propague más el sonido y que el espacio se convierta en una especie de caja de resonancia gigante, tenemos los ingredientes ideales, que mezclados con el bajo grado de escolaridad y el elevado nivel de ignorancia, dan como resultado un círculo vicioso de nunca acabar.
Los emigrados enseñan a su hijos a comunicarse en voz alta, aunque vivan en la ciudad, sumado a los decibelios propios de las grandes concentraciones, y el mal uso de las Nuevas Tecnologías, a las cuales pueden tener acceso con mayor facilidad que en el campo, como los celulares, los ipods, los equipos de música, los televisores, etcétera, empeoran la sordera y aumentan el estrés y la presión sanguínea de los ruidosos. Empero la falta de educación y de información es tal, que no se percatan del daño que se hacen, a sí mismos y a los demás. Es preciso recalcar que ningún país es perfecto, sin embargo, los malos hábitos son los que perjudican a la población.
Por eso muchas veces uno ve personas hablando y parece que están peleándose, por el alto volumen de su conversación y por las gesticulaciones típicas. No es raro que al estar sentado en la sala de mi casa, yo escuche los diálogos de las personas que van en los autos que pasan por la calle. Aún recuerdo la plática que yo escuché, sin desearlo, de un dominicano hablando por teléfono móvil en el otro extremo del andén en una estación del tren elevado de Queens, N. Y.; o el bullicio que traían unas domésticas dominicanas a medianoche en el Aeropuerto de Barajas, en Madrid. Ustedes recordarán el problema que hubo con las trabajadoras dominicanas, que se reunían en un parque de Aravaca en las cercanías de Madrid, en su día libre, y era tal el escándalo que armaban con sus conversaciones en voz alta y con su bachata, que los vecinos de ese barrio residencial se quejaron a la policía. Esto significa que hasta somos exportadores de ruidos también.
Hay personas pudientes que se aíslan en sus casas, o en sus dormitorios, vehículos, oficinas, etcétera, pero al final el ruido siempre los atrapa, y en algún momento tienen que enfrentarlo.
Está claro que en este país predomina el sentido del oído donde se le rinde pleitesía, y por eso somos la Tribu del Dios Oído, aunque gracias a todos los nuevos inventos tecnológicos que cuentan con una pantalla, hay gente que ha tenido que irse acostumbrando a un sentido de la vista predominante.
De todas formas, el sentido auditivo dominante también tiene sus ventajas sobre todo para la creación musical, por eso somos una sociedad tan amante de los ritmos, y con tanta música en proporción la tamaño, como sucede en Haití, en Jamaica, o en Cuba. El Brasil, por sus dimensiones, merece catalogarse como un inmenso laboratorio de ruidos, sonidos, y ritmos, donde permanentemente están experimentando, y de ahí su gran riqueza y variedad musicales.
¡Bueno, alguna ventaja tenía que tener!

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