domingo, febrero 10, 2008

LUTECIA SEDUCE E IMPACTA AL VISITANTE

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: PARÍS (CUARTA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


No podíamos marcharnos de París sin visitar el Musée d’Orsay, el antiguo palacio luego convertido en estación de trenes, para más tarde ser remodelado y transformado en un atractivo museo, donde se conservan las joyas sobre el lienzo del impresionismo francés y algunas de otros países, y aunque esas pinturas que allí se guardan no son las únicas en el mundo en ese estilo pictórico, sí son las más promocionadas, e incluso, mitificadas; y como este museo está relativamente cerca del hotel decidimos ir a pie, porque en metro resultaba más complicado por los cambios de trenes necesarios.
Para llegar a la conocida pinacoteca que tiene ya más de 20 años de haber sido inaugurada, era ineludible atravesar el Sena, no por el famoso puente Alejandro III, el más elegante de todos los que cruzan el río, que se halla más alejado, sino, por el primero que encontramos más cerca, el llamado paso Solférino. El Sena es un torrente fluvial que serpentea mucho, y traza un arco grande por el gran París con numerosos puentes.
En el trayecto tuvimos que caminar sobre un cruce peatonal con un diseño muy inteligente, porque la misma estructura permitía cruzar el boulevard por debajo hasta la acera del otro lado, o bien, salir a la acera más próxima, de este lado de la avenida.
En la entrada encontramos la típica fila, que por suerte fue de media hora, y nos cobraron 8 euros a cada uno, con la posibilidad de visitar las muestras temporales.
El impresionismo empezó a raíz de la apertura forzosa de los puertos japoneses por parte del Comodoro estadounidense Matthew C. Perry (1794-1858) y su flota, que condujo a la firma de la llamada Convención de Kanagawa en 1854. Japón no comerciaba con occidente hasta esa fecha, a mediados del siglo XIX.
Como secuela del inicio de la actividad comercial, empezaron a llegar a Europa grabados del tipo “Ukiyo-e”, (equivalentes a las xilografías), láminas, caligrafías y acuarelas japonesas que se caracterizaban por el empleo de una pincelada suelta y/o los colores tipo pastel. Pronto los pintores europeos se dieron cuenta de que esa técnica era muy práctica para representar la fugacidad de la luz, y precisamente la denominación de impresionismo surgió, - no sin ironía y sarcasmo - , del título de un cuadro de Claude Monet titulado: “Impression: soleil levant” (Impresión: sol naciente). Pictóricamente hablando el impresionismo se presta mucho para temas románticos, bucólicos, oníricos, sofisticados, etéreos, caprichosos, luminosos, íntimos, delicados, evanescentes, y vaporosos, entre otros. Por esos motivos, gusta tanto.
El impresionismo no sólo prosperó en Francia, ya que por ejemplo en Italia surgieron los Macchiaioli (manchistas), que son tan buenos como los franceses; pero como siempre ocurre, los galos se llevan la palma en cuanto a promoción se refiere. También, ha habido una escuela inglesa importante, y en otros países como los EE UU, Holanda, y así sucesivamente.
En este Museo d’Orsay se pueden apreciar las bailarinas de ballet en pastel de Degas; muchos de los cuadros del famosísimo pintor holandés Van Gogh, quien ha roto récords en subastas; los nenúfares de Claude Monet, y versiones de la Catedral de Rouen; “el Pífano” de Édouard Manet, y también la “Olympia”, y el paradigmático: “Desayuno en la Hierba”; los bodegones y los “Jugadores de Cartas” de Cezanne; “Le Bal au Moulin de la Galette” de Auguste Renoir, entre otros.
Aquí está la flor y nata del impresionismo francés, y algunos de otros países, como por ejemplo, Fantin-Latour, Matisse, Pissarro, el maestro del puntillismo Seurat, quien profundizó en esa derivación del impresionismo; Signac, Sisley, Toulouse-Lautrec, Whistler, Gauguin, Vuillard, Bazille, Delacroix, Ingres; y para alegría nuestra el pintor domínico-francés Chassériau, oriundo de lo que es hoy Samaná, en cuya ficha del museo consta: nacido en Santo Domingo en 1819 y fallecido en París en 1856.
También pudimos visitar una exposición temporal individual del pintor suizo Ferdinad Hodler, cuya muerte acaeció en el 1918.
Al haber tenido que adecuar una estación ferroviaria para convertirla en un museo de arte, esto supuso la realización de numerosas adaptaciones, y por ese motivo, todas las obras que se encuentran en las galerías a ambos lados de la nave central, están muy bien presentadas; no obstante, otras piezas importantes se encuentran en salas de la parte superior que resultan muy incómodas para el visitante, porque parece ser que eran oficinas u otras dependencias y los espacios no resultaron ser los apropiados. Yo pienso que hubiese sido más práctico, el haber utilizado la nave central, como está ahora, pero debieron de haberle hecho una ampliación al museo, en lugar de haber utilizado esos espacios. Yo estimo que, por ejemplo, las salas de la planta superior, (5ta), donde están Van Gogh, Cezanne, Monet, y otros; concretamente, las salas 33, 34, la 35, y varias más que son pequeñas, o que le rompen la continuidad o secuenciación a las pinturas, no son adecuadas. Esos cuadros tienen un gran valor para la historia del arte, aparte de su valía pecuniaria, ya que podrían fácilmente cotizarse en miles de millones de dólares o de euros, en una hipotética subasta, y esas paredes no les hacen honor a esos pintores, es decir, no están a su nivel. Solamente el autorretrato de Van Gogh, o la pintura de su habitación en Arles, si se pusieran en venta, valdrían no menos de doscientos millones de dólares cada uno. De todas formas, el museo resulta agradable, funcional y elegante, salvo la planta superior.
Salimos del museo por la tarde, y nos dirigimos primeramente a buscar la parada del “bateau” o ferry con visión panorámica que le da la vuelta a la ciudad por el río, pero la parada más próxima estaba cerca de la Tour Eiffel, a unos pocos kilómetros de donde estábamos. Así decidimos ir a visitar las grandes tiendas en el Boulevard Haussmann, que están casi detrás de la Ópera, pasando por la Rue Scribe de donde sale el Roissybus para el aeropuerto Charles de Gaulle. Pasamos en primer lugar por la más grande, es decir, las Galerías Lafayette, la cual estaba muy adornada y repleta de compradores eufóricos con motivo de las Navidades; y fuimos testigos de algo que me llamó poderosamente la atención, lo cual demuestra la deshumanización de la sociedad de consumo: un señor mayor de aspecto pobre, entró a la tienda y parece que resbaló, se cortó y se cayó al suelo. Las dependientas que estaban a un metro de él detrás de unos adornos, ni se inmutaron y siguieron en lo suyo; lo único que hicieron fue avisar discretamente a unos paramédicos, quienes vinieron rápidamente, y entre los tres que llegaron limpiaron la sangre del piso, y se llevaron al accidentado en una silla de ruedas. Casi nadie se dio cuenta del hecho, porque debido a la música, el espíritu navideño, las luces, las decoraciones, los olores, el afán consumista, y otros estímulos, los compradores entran en un trance semi-hipnótico. De ahí pasamos a otros departamentos que están en otro edificio diagonalmente al primero. Luego le tocó el turno a las Galerías Printemps, que se encuentran enfrente.
Al salir ya estaba anocheciendo y pude divisar la parada del autobús del city tour, de la empresa Les Cars Rouges. Nos cobraron 22 euros por persona y subimos al segundo nivel, que está abierto, o sea, con más frío pero con mejores vistas. Este transporte es muy llamativo por su color rojo y recorre los Campos Elíseos completos en ambos sentidos, un paseo inolvidable con la iluminación característica de la Navidad. Después cruza el Sena y pasa por la esquina del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Cerca de ahí en una plaza de ese distrito tan clasista, vimos una protesta pacífica de aproximadamente una docena de personas acostadas en la acera a pesar del frío, metidas en sacos de dormir, alrededor de los cuales la policía había colocado barreras metálicas. No me dio tiempo de fotografiarlas, y a continuación el autobús siguió hasta el Trocadero frente a la Tour Eiffel, y luego pasamos por detrás del Hôtel des Invalides, que no es más que un complejo de edificios, con museos y monumentos, e incluye además un hospital para veteranos de guerra y un asilo, todos ellos relacionados con la historia de Francia. También es un panteón para muchos de los héroes militares franceses, empezando por la tumba de Napoleón, cuyos restos reposan en un sarcófago debajo de la cúpula principal. A continuación y siguiendo la ruta, cruza el Sena de nuevo, le pasa por un costado al Museo del Louvre, entra a la Île de la Cité, y le da la vuelta a la catedral de Notre-Dame.
Se cree que en esta isla de la Cité se produjo el asentamiento galo de los Parisii, alrededor de los años 250-200 adC. Este era un lugar estratégico al estar la isla rodeada por el Sena. Cuando las tropas de Julio César sitiaron el lugar, esto dio origen a Lutetia, al rebautizarla los invasores romanos en el 52 adC. Por otro lado, durante el siglo I la reconstruyeron en la orilla izquierda del Sena. Ya en el siglo IV se la bautiza con el nombre de París, en alusión al pueblo galo Parisii; y el rey de los francos, Clodoveo, la hace su capital en el 508, tras derrotar a los romanos.
Después de la catedral, el autobús pasa por el Musée d’Orsay, cruza de nuevo el Sena, atraviesa la Plaza de la Concordia, llega hasta la iglesia de la Madeleine, le da la vuelta a la Ópera y baja por la Place Vendôme hacia los Campos Elíseos…
Como nosotros habíamos abordado el bus en la Ópera, nos bajamos ahí mismo, y al pasar por una de las tiendas en la Rue de la Paix, antes de llegar a la Place Vendôme, se me ocurrió entrar a preguntar por el precio de unas corbatas y me contestaron que costaban 125 euros cada una, o sea, seis mil doscientos cincuenta pesos dominicanos. Bueno, ese precio también lo tienen en algunas tiendas o boutiques de Santo Domingo, pero no es habitual aquí.
Al estar destemplados por el paseo en el city-tour, pasamos por el hotel y luego bajamos para ir a cenar a un restaurante japonés.

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