martes, febrero 05, 2008

LUTECIA MUESTRA SUS TESOROS

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: PARÍS (TERCERA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


Siguiendo el criterio de que lo más importante debe de hacerse primero, a eso de la diez de la mañana del segundo día nos dirigimos hacia el Museo del Louvre, el más famoso, el mejor promocionado, y uno de los dos más grandes del mundo, en su especialidad. Sin embargo, yo quería entrar por la entrada principal, o sea, por donde se encuentra la pirámide de cristal, obra del arquitecto Pei, y no por una de las varias entradas secundarias.
Para llegar al enorme palacio desde el hotel era imprescindible cruzar por el Jardín de las Tullerías, al cual entramos por una puerta lateral, - al final de la Rue des Pyramides - , que por suerte estaba abierta, de lo contrario hubiésemos tenido que dar un largo rodeo. Ese Jardín tiene pocas aceras y los árboles sin hojas alineados simétricamente bordeando los caminos de tierra batida. Vimos varios deportistas haciendo footing, corriendo, y en bicicleta; una pequeña área de ponies, y una zona de juegos infantiles que estaba vacía a esa hora. Esa área de recreo es muy diferente a las que se ven por aquí, porque está diseñada para propiciar el desarrollo físico e intelectual de los niños simultáneamente; es decir, que no se trata de la típica “montaña rusa” o del “sube y baja” corriente, sino, que los infantes son estimulados a pensar y a razonar por medio del entretenimiento y la diversión, a la vez que se desarrollan físicamente.
Pronto llegamos al Arco de Triunfo del Carrousel, y empezamos a tomar fotos con la estructura piramidal al fondo. Empero, había que darse prisas porque la fila para entrar se estaba alargando cada vez más, con gente que llegaba desde todas las direcciones, ya que cada día hábil se dan cita en ese lugar verdaderas multitudes.
La pirámide es de buen tamaño, pero no sé porqué yo me la imaginaba más grande, lo que sí es de grandes dimensiones es el vestíbulo debajo de ella, donde se adquiren las boletas en ventanillas y en máquinas asistidas por azafatas que ayudan e informan al visitante. Los interesados en el arte proceden del mundo entero, sin embargo, sobresalen los japoneses por sus rasgos físicos, por su cantidad y por los grupos guiados de nipones que se ven.
Una vez adquiridas las entradas de 13 euros c/u para poder tener acceso a todas las exposiciones, tanto a las temporales, así como también a las permanentes; entramos antes a la amplia librería y en la tienda del museo de dos niveles donde venden reproducciones de las obras, catálogos de las exposiciones, monografías, vídeos, souvenirs, etc.
Al fondo de un ancho pasillo pasando por varios departamentos incluyendo el de los “amigos del museo”, boutique para niños, oficina de correos, café-documentación, el “espacio para la adhesión”, y el cyberlouvre, se llega a la llamada pirámide invertida, que dicho sea de paso es más interesante y curiosa para el público que la que está afuera en la entrada, porque apunta a otra pirámide pequeña que está en el suelo, o sea, que se trata del vértice de una enfrentado al otro vértice, pero en definitiva no es más que un original tragaluz, al igual que la otra pirámide del exterior.
Más allá de la pirámide invertida están las galerías de resturantes, con negocios temáticos de comida marroquí, japonesa, francesa, española, italiana, tailandesa, mexicana, estadounidense, entre otras. Todos ellos abarrotados de público, hasta tal extremo, que cuentan con mesitas para comer de pie si se tiene prisa, o bien, hay que esperar que se desocupe alguna mesa, aparte de la cola larga que hay que hacer para que le sirvan a uno. Nosotros optamos a las cuatro de la tarde por el menú mexicano, porque en ese momento la fila era más corta en ese restaurante.
Las colecciones del Louvre son tan variadas y de tanta calidad, que cualquier investigador acucioso podría fácilmente pasarse la vida entera en ese solo museo estudiando las pìezas que alberga. Esta institución museística, conjuntamente con el Hermitage de San Petersburgo en Rusia, son las más grandes del mundo. Lo que sucede es que al poseer obras originales ambas, como era de esperarse en unos museos de esa categoría, es muy difícil, por no decir imposible, decir cuál de los dos es más importante o mejor; tampoco puede calcularse el valor material de las piezas de ninguno, en una hipotética subasta, porque esas obras son patrimonio del estado y no están a la venta, pero comoquiera sería muy elevado.
El gran Museo del Louvre cuenta con cuatro niveles, con miles de obras; no obstante, hay tres piezas que acaparan poderosamente la atención del público: la Monalisa o Gioconda, la Victoria Alada de Samotracia, y la Venus de Milo o Afrodita. Es tanta la aglomeración de visitantes ante estas obras que resulta difícil tomar las fotos sin que salga alguien.
Otros amantes del arte se dedican a admirar las piezas que aparecen en la novela y en la película del Código da Vinci, y tampoco se descarta aquellos que deambulan perdidos. Así cada cual va a lo suyo, como mejor puede. Yo pregunté por la Diana Cazadora, que es también una obra importante, y el guardián me informó que estaba en préstamo en Italia.
En la planta del entresuelo, predominan las esculturas preclásicas, francesas, italianas y las artes del islam. En la planta baja siguen las esculturas italianas, las de origen griego, con la Venus de Milo a la cabeza; las egipcias de la época farónica, de la Mesopotamia e Irán, y más piezas escultóricas francesas. Ahí también se exhibe el famoso Código de Hammurabi de la antigua Babilonia.
En el primer nivel se encuentran dos de los tres “platos fuertes” del museo: la Gioconda en una sala especial, y la Victoria de Samotracia colocada en lo alto de la escalinata. En mi primera visita al Louvre, hace más de un par de decadas, yo recuerdo que estaba solo ante esta famosísima escultura griega, y ahora se encontraban centenares de personas simultáneamente, intentando apreciarla. Además, en ese nivel cuentan con unas salas con unos espacios enormes para las pinturas de gran formato, y tienen salones amplios para la pintura italiana, y para la francesa. Lo mismo puede afirmarse de las obras pictóricas del Renacimiento y de la Edad Media, de las pinturas española y de la inglesa. También hay salones especiales para bronces, objetos preciosos, piezas de barro cocido y cerámica griega, entre otras.
En la segunda planta cuentan con una extensa muestra de pintura francesa que abarca varios siglos, sobresaliendo Los Baños Turcos de Ingres; y además, en las otras salas cuelgan cuadros alemanes, de Flandes y de los Países Bajos. Entre estos últimos se destaca la Encajera de Vermeer. Y así sucesivamente.
Después del almuerzo por el cual pagué 26 euros, se me ocurrió, - a pesar del cansancio provocado por el museo -, de pasear por los Campos Elíseos iluminados especialmente con motivo de la Navidad. Ese es un recorrido “obligado” en el París navideño, lo que significaba casi tres kilómetros más, dando una vuelta por el Sena para tomarnos las clásicas fotos en uno de los puentes del río.
Cuando se pasea por los Campos Elíseos a partir de la Plaza de la Concordia, se hace conjuntamente con centenares de personas de todo el mundo; aquello parece una auténtica ONU. Son verdaderas multitudes con toda clase de atuendos que caminan por las amplias aceras, desde saris de la India, hasta pieles rusas, pasando por llamativas camisas africanas. Al principio, dicha acera se nota un poco deteriorada en los bordes, pero luego mientras más se avanza más esplendorosa se torna, y sólo desentonan los centenares de colillas de cigarrillos en los adornos metálicos tipo reja concéntrica que tiene la arboleda en su base. Si uno entra a cualquiera de las galerías comerciales o a las tiendas, se quedará sencillamente anonadado con el lujo y el buen gusto en la decoración de los escaparates.
Con tanto derroche de adornos y luces el trayecto se hace corto, pero aún así estábamos muy agotados de toda la actividad del día. Al llegar al Arco de Triunfo, cruzamos por debajo de la plaza y se estaba formando una fila enorme esperando para subir al Arco, pero sólo me limité a sacar unas cuantas fotos, y luego instintivamente me subí a un taxi para que nos llevara al hotel, porque ya no contábamos con fuerzas suficientes para tomar el metro, y eran las ocho de la noche. Por suerte el taxímetro sólo llegó a los 10 euros.
El Centro Pompidou, inaugurado en el 1977 y conocido cariñosamente como el Beaubourg, era nuestro objetivo al día siguiente, para ver una parte de su colección de 59 000 obras de arte contemporáneo. Después de haber caminado diez minutos desde el hotel le preguntamos a un cartero, y así llegamos al museo entre varias callejuelas, que son las que más despistan al visitante extranjero. Pero antes encontramos un servicio de Internet cerca, a 4.50 euros la hora; la noche anterior me habían cobrado 5 euros por 15 minutos, en el hotel.
La fila era larga, tanto la de afuera así como también la de adentro. Una vez en el interior, me daba la impresión de estar en un galpón gigante con los ductos y tuberías pintados de azul y de rojo; desde fuera parece un almacén grandote de dos colores, con una escalera mecánica en diagonal, con descansos horizontales intercalados, que de lejos se asemeja a un gusano enorme subiendo por la fachada. Si lo que se pretendía era lograr un impacto visual y cultural, se logró el objetivo. Nos cobraron 12 euros per capita. Al subirnos en la escalera mecánica, poco a poco fuimos viendo el paisaje parisino en la medida en la cual íbamos subiendo. Desde la sexta planta, predominan en el horizonte citadino la iglesia del Sacre Coeur en la colina a la derecha, y la Tour Eiffel a la izquierda.
De esa manera llegamos a la extraordinaria retrospectiva de Alberto Giacometti. Este escultor suizo (1901-1966) se caracteriza por sus obras alargadas, lo que en arte se conoce como manierismo, o dicho de otra manera más técnica, se trata de una leptosomatización de la figura. Las piezas de Giacometti expresan espiritualidad y el tamaño fluctúa mucho, ya que hay esculturas de apenas dos centímetros (aprox. una pulgada) hasta más de dos metros (aprox. siete pies). Además de las obras de este artista, tenían un par de salas dedicadas a su vida, con publicaciones, y otros soportes, incluyendo revistas, periódicos, críticas, catálogos, fotos, dibujos, y así por el estilo.
El ticket de entrada sirve también para tener control de la cantidad de público que entra a cada una de las exposiciones, de la sexta – porque había otras - y de las demás plantas. De ahí se baja a la cuarta, donde tienen obras realizadas entre el 1960 hasta nuestros días, y se tiene que subir por una escalinata normal a la quinta, donde está una parte de la colección permanente, desde el 1905 hasta 1960. Daba gusto ver en la misma sala maestros de la escultura, de la pintura y de la fotografía; un “diálogo” de medios diferentes conjuntamente en el mismo espacio, repito, algo todavía impensable por estas tierras, donde aún hay “profesores” de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) que enseñan que la fotografía no es arte.
Son decenas de creadores los representados en la quinta planta como: Picasso, Moholy Nagy, Matisse, Braque, Miró, Gris, Dubuffet, Chagall, De Chirico, Rothko, Vasarely, Giacometti, Man Ray, Malevitch, Brancusi, y otros más, todos ellos de primera fila.
Ya en la cuarta poseen obras de: Tàpies, Tinguely, Vostell, Beuys, Twombly, Tanaka, Basquiat, De Kooning, y así por el estilo. Ahí estuvimos viendo el famoso corto de Luis Buñuel: Un Perro Andaluz de 17 minutos de duración.
La tercera está dedicada a los audiovisuales y al vídeo-arte, donde estuvimos un buen rato; y en la segunda poseen todo lo relacionado con la musicología y sala de lectura. El Centro Pompidou cuenta además con su cinemateca, cafeterías, una tienda con artículos curiosos diseñados, una amplia librería con una gran oferta temática y de títulos; y otra sala de exposiciones temporales, en la cual tenían una espléndida exposición de arquitectura, y otros departamentos.
En la parte posterior de la entrada principal del museo, está la biblioteca, incluyendo un centro de documentación e investigación visual llamado Biblioteca Kandinsky del Centro Pompidou, donde, para mi agradable sorpresa encontré un libro mío: Espejismos de Koloruum.
De paso hacia el hotel entramos a un restaurante chino a cenar, y de ahí al hotel a descansar.

No hay comentarios.: