viernes, febrero 29, 2008

EL MUSEO MÁS IMPORTANTE DE ATENAS Y SUS JOYAS ESCULTÓRICAS

MI PERIPLO DE PRINCIPIOS DE AÑO: ATENAS (SÉPTIMA PARTE)

Por FAUSTINO PÉREZ


Atenas apenas tiene tres líneas del metro, y una de ellas corre un tramo paralelo con los ferrocarriles suburbanos. La estación de Akropoli era la más cercana al hotel, y como la mayoría de las paradas, está decorada con restos o reminiscencias del arte griego, es amplia, y con escaleras mecánicas.
Nos cobraron 0.80 de euro por persona a las diez y media de la mañana, y había poca gente; luego me enteraría de que a una hora más temprana el precio es de 0.70. Después de comprar los tickets en la ventanilla es preciso introducirlo en otra máquina para “validarlo”, pero como este paso no tiene ninguna barrera, hay usuarios que siguen de largo y no validan nada. Nunca pude averiguar el porqué.
En el camino del metro pudimos apreciar los arbustos que adornan la calle del hotel: se trata de una especie de cítricos parecidos a las mandarinas, pero con los frutos más pequeños, del mismo color y muy agrios. Se veían muy bien esos árboles de mediana altura llenos de fruta de coloración naranja en la calle.
Dicha red del subterráneo es mucho más pequeña que la de Madrid que cuenta con doce líneas y cuatro ramales, o la de París que posee no menos de catorce rutas con numerosas bifurcaciones.
Nuestro objetivo era llegar al Museo Nacional de Arqueología de Atenas, el más importante del mundo de ese género, como era de esperarse. Siempre teniendo presente que lo más importante debe de hacerse primero. El trayecto era relativamente corto en dirección a la Aghios Antonios con sólo tres paradas de la misma línea, pasando por las estaciones de Syntagma, donde está la parada del bus que va al aeropuerto, Panepistimio, y Omonia que es una de las dos plazas más importantes de la ciudad conjuntamente con la Syntagma.
Salimos, y como yo sabía que la ruta más expedita era por la Ave. 28 de octubre, le pregunté a un vendedor de un quiosco, con cara de saberlo todo, quien nos informó correctamente. Pudimos apreciar varios trolleybuses por la avenida, o sea, autobuses que caminan con energía eléctrica, con los dos cables visibles encima de la ruta. Este tipo de transporte sólo existe en aproximadamente una veintena de países. Yo ya los conocía de España hace tiempo, aunque no quedan en ese país; y también los vi en Sao Paulo, Brasil.
De esa manera llegamos al museo, frente a un politécnico. En la entrada lo que más me chocó fue la falta de público, porque al venir de París, la ciudad de las grandes multitudes, y de las largas filas para entrar a los museos, ese lugar me parecía casi desértico. Otra característica de los sitios de interés cultural griegos, es que cierran temprano, ya que la mayoría cierra sus puertas a eso de las tres de la tarde. Nos cobraron siete euros per cápita, sin ningún tipo de fila. Pregunté que por dónde se empezaba e iniciamos el recorrido. Vimos los típicos grupos de estudiantes extranjeros sentados en el suelo recibiendo clases con sus profesores, y al entrar a unas salas contiguas aquello se asemejaba a un campo nudista de esculturas masculinas. Es una de las colecciones de ese tipo más extensas de piezas originales a nivel mundial. En el Museo Larco Herrera de Lima, Perú, tienen un galpón completo de vasijas eróticas de los Moches con parejas en diferentes posiciones del coito, pero éstas de Grecia son obras de gran tamaño, y son figuras individuales. Mi esposa esbozó una sonrisa maliciosa, en ese momento, y no era para menos.
Resultaba hasta simpático ver todas esas estatuas de más de dos o tres metros de altura, con unos penes diminutos de apenas unas dos o tres pulgadas (cinco a diez centímetros). Este contraste se nota más porque se trata de cuerpos escultóricos casi siempre atléticos. Se percibe que los escultores de esa época no querían resaltar el sexo, y parece que el desnudo femenino no era de su agrado. Pero ni tanto ni tampoco. Esa influencia y tradición escultóricas se nota en la Capilla Sixtina del Museo del Vaticano en Roma, cuando Michelangelo pintó a Adán desnudo frente a Dios.
Al sacar la cámara, lo primero que me dijeron en voz alta fue “no flash”, ya que al haber comparativamente pocos visitantes la vigilancia se extrema, porque tienen poco qué hacer. Yo tenía que decidir entre provocar a las mujeres de la vigilancia, porque mi cámara es automática y dispara automáticamente con el flash cuando detecta que el nivel de luz es bajo, o bien, no sacar fotos. Y opté por lo primero. Esa prohibición de tomar fotos molesta aún más, ya que uno ha tenido que viajar desde muy lejos para encontrarse con una medida absurda, aparte de los gastos.
Yo me hacía el despistado, y en cualquier descuido disparaba, y a pesar de que me decían el “no flash” ya la foto estaba tomada. Con el inconveniente de que no podía componer bien la imagen. Esos tabúes resultan hasta ridículos porque ¿qué le puede hacer una luz de flash a una escultura de piedra, de mármol, o de bronce? Esa medida no tiene ninguna justificación ni física ni mucho menos química. En algunos museos tienen esa política para tener un monopolio de la venta de imágenes, pero este no es el caso, porque en el Internet hay fotos de esas esculturas. Da la impresión de que los directores quieren obligar a los vigilantes a hacer algo, para que no estén ociosos. De todas maneras es una medida estúpida porque con cada foto que se toma en un museo, se lo promociona más, gratuitamente. En el Louvre de París y en Musée d’Orsay se toman decenas de miles de fotos a diario con flash o sin él, y no pasa nada. Claro, en los museos franceses hay tantos visitantes que si prohíben las fotos con flash, los vigilantes acabarían desquiciados. En el Museo de Historia Natural de New York pasaría lo mismo.
En la planta baja, que es la principal, tienen la estupenda colección escultórica en la cual sobresalen dos piezas de bronce: el Poseidón o Zeus de Artemision, y el Jinete o Jockey de Artemision. Esta última intenté fotografiarla por ser la escultura más importante del museo, pero la encargada de la sala no me dio la oportunidad ya que estuvo todo el tiempo pendiente de mí. El Poseidón tiene una pose de lanzador de jabalina, y el Jockey es un niño con un rostro muy expresivo galopando sobre un caballo.
Igualmente cuentan con varias salas de ánforas gigantes y de jarrones, y en la esquina de la planta tienen una muestra representativa de arte egipcio, que abarca desde momias y sarcófagos, hasta relieves, cerámicas, joyas y miniaturas, entre otras piezas.
Ya en la primera planta están las artes decorativas y las joyas. Aquí se destaca el ánfora geométrica de Dipylon, la hydra de Analatos y los jarrones de figuras negras de Vari. En el sótano tienen una tienda de regalos y souvenirs, donde conseguí unos folletos muy buenos, un jardín, y una cafetería.
La colección prehistórica está dividida con piezas en las salas del nivel superior así como en la planta baja. En este capítulo tienen un sitial de honor los tesoros de las tumbas reales de Micenas, las famosas figuritas de mármol del arte cicládico que tanto aparecen en los catálogos, y las bien conservadas pinturas de Thera.
Después de un “baño” de cultura de calidad, salimos a almorzar en las cercanías. Más tarde tomamos el metro en dirección contraria y salimos en la estación de Akropoli. Ya eran como las cuatro de la tarde, y queríamos saber si se podía subir al Parthenón, porque en Santo Domingo me habían dicho que no dejaban porque lo estaban restaurando, pero yo había visto turistas en lo más alto del gran peñón, desde el balcón de la habitación del hotel.
Vimos una calle de subida, y pensamos que por ahí era, aunque luego resultó ser un camino secundario y muy solitario. El trayecto se fue haciendo cada vez más angosto y ya ni los autos pequeños podían subir más. Estábamos pasando por verdaderos callejones empinados con bifurcaciones entre casitas blancas, que estaban ocupadas, pero los que las habitaban nunca los vimos. Parecía que nos encontrábamos en una isla de las tantas que tiene Grecia, con acantilados y con los hábitats en las pendientes que dan al mar.
Desde lo alto se podía divisar la ciudad con sus famosas colinas, sobresaliendo la de Lykavittos y la de Strefi por el lado donde estábamos. En lo que tomábamos fotos, un hombre rubio y alto nos pasó por el lado. Esa sería la única persona que vimos en la subida. Nunca supimos si nos venía siguiendo, como en las películas, porque aquello parecía un thriller. Así es como uno se mete en líos tontamente y después no sabe cómo salir de ellos.
Llegó un momento en que por más que subíamos, el Parthenón no se veía por el ángulo de la colina, y estaba oscureciendo, por eso decidimos regresar por la misma ruta, aunque con tantos callejones por poco nos extraviamos. Al final encontramos el camino correcto pero no vimos un alma en la bajada.
Descansamos un rato en un banco entre olivares del paseo peatonal. El olivo es una planta típica de los países bañados por el Mar Mediterráneo, como en el sur de España, de Italia, y en Grecia, entre otros. Estuvimos comentando los curiosos patrones geológicos que se forman en los Alpes suizos, que se asemejan a rostros enormes; y la actitud de aquel pasajero encorbatado de aspecto atlético que estaba en la misma fila que nosotros en la parte de atrás del avión, sentado en el asiento del pasillo, quien ni se inmutó cuando lo saludamos, y luego sacó un libro en yiddish. Cuando aterrizamos tomó una cartera grande que llevaba en el compartimento de arriba, y en la terminal lo vi acompañado de otro individuo bien trajeado también, que iba en el mismo vuelo de Air France que nosotros, pero en un asiento delantero. Ambos iban con paso militar cuando salieron por una de las puertas principales, sin maletas. Más tarde supe por la pantalla de los horarios de los vuelos, que en Atenas aterrizan tanto la línea aérea de Israel (El-Al Israel Airlines), así como también llegan otras de origen árabe (Egypt Air, Emirates, Qatar Airways, Syrianair)…
Así llegamos al hotel relativamente temprano, porque quería hacer un poco de zapping con la televisión. Pude ver muchos programas de opinión, muchas veces con el efecto de split-panel o pantalla dividida para poder presentar varias personas a la vez, y diferentes telenovelas dobladas al griego o no; y en las noticias cuando salía alguna presentadora, o cualquier artista de buen ver, aparentaban ser mujeres muy coquetas y presumidas, casi siempre rubias teñidas. Al menos esa fue la impresión que me llevé. Los canales de películas y los de adultos había que pagarlos aparte, pero no me aportaban nada nuevo.

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