viernes, octubre 17, 2008

EL MATATÁN DE LOS VEHÍCULOS

LOS “YIPETUSES” CABALGAN DE NUEVO

Por FAUSTINO PÉREZ


La palabra jeep, de origen muy discutido por las dificultades que conlleva el verificar el dato, es una marca registrada de la Chrysler, para referirse a un vehículo todo-terreno liviano con tracción en las cuatro ruedas, que hizo su debut durante la Segunda Guerra Mundial. Después del vehículo original, e inspirados en él, se han diseñado numerosos modelos, de diferentes marcas y en distintos países.
El dominicanismo “yipeta” se refiere a un medio de transporte moderno, derivado del jeep aquel, normalmente de mayores dimensiones, y por supuesto, con muchas mejoras, incluyendo los avances técnicos y las comodidades. Cuando el vehículo es pequeño, lo llaman “yipetica”, o “yipeta chiquita”, entonces, el término “yipeta” se deja para el de tamaño normal, y los de gran cuerpo son “yipetones”, “yipetazas”, o “yipetas grandes”. Naturalmente que el precio del todoterreno es inversamente proporcional al tamaño, a la marca, y a la calidad, a lo cual se le añade su potencia y sus accesorios; alcanzando algunos modelos de prestigio como la Mercedes Benz, la BMW, la Lexus, Infiniti, Porsche, Cadillac, Range Rover, y otras más, lo que cuesta un apartamento decente. O sea, que estamos hablando de millones de pesos dominicanos, por tener un yipetón; que dicho sea de paso, cuesta bastante más aquí que en su país de origen, por los impuestos que se le suman, los transportes marítimos, el margen de ganancias, la cotización del dólar, etc. El yipetón de yipetones es sin lugar a dudas el Hummer, por su diseño fuera de lo corriente, por sus ventajas técnicas, por las comodidades que ofrece, por sus grandes dimensiones, y evidentemente, por su alto precio; el cual es también otra variante de un vehículo militar, al igual que el todoterreno derivado del jeep. Hay otro que rivaliza con el Hummer: el Ford 650, pero es mucho menos conocido aquí.
Como siempre sucede en estos casos, quizá nunca se sepa de quien fue la idea de llamarle “yipeta” a ese tipo de transporte en la década de los años 90; y por derivación surgió el “yipetú”, con su plural “yipetuses”, a el/los dueño(s) y/o conductor(es) de ese vehículo. Mucho más enigmático resulta saber el porqué se vinculó ese todoterreno, que se supone tiene fuerza y brío, con el género femenino, y se le bautizó como “yipeta”. ¿Fueron sus formas redondeadas y sus lujos?, ¿quién sabe? ¿Será la yipeta simbólicamente un travesti de jeep?
Probablemente fueron los políticos y/o los dominican yorks los primeros en hacer ostentación de poder desde las yipetas, provocando de pasada la codicia de los ladrones y la envidia de los vecinos, aunque todo esto es muy discutible; el hecho es que se han convertido en todo un símbolo de estatus entre nosotros, y por supuesto, de éxito social. Hay quienes alegan que en los días de lluvias torrenciales como las que se producen con cierta frecuencia en este país tropical, el andar en una yipeta es importante por lo práctico que resulta, ya que tenemos numerosos problemas con los drenajes pluviales de las calles. Por otro lado, es igualmente útil por el estado calamitoso de algunas de nuestras vías y carreteras.
La verdad es que desde una yipeta, o mejor aún, desde un yipetón, el mundo no se ve igual; ya que al contemplar a los demás en picado, es decir, de arriba hacia abajo por la altura del vehículo, eso crea una sensación de superioridad, o lo que es lo mismo, de poder. El que conduce, por ejemplo, una Hummer, se llega a creer que es un ente superior, que trasciende las fronteras del bien y del mal, que está por encima de los demás mortales, y que por consiguiente no puede caer preso, y encima, que ninguna mujer se le puede negar. La prepotencia le sale por los poros, en su ambición de “tener para ser”; es más, cualquiera diría que le vendieron las calles y las avenidas conjuntamente con la yipeta, porque se cree dueño y señor de ellas.
No en vano se suele asociar el uso de las yipetas con determinados partidos políticos y el poder. Y hoy por hoy, hemos llegado hasta tal extremo, que casi todos los vehículos de la caravana que acompañan la yipeta del señor Presidente de la República, son también yipetas, salvo los transportes especializados como las ambulancias, o los vehículos de la policía y de la prensa. ¿Hasta cuándo durará esa moda?, no se sabe, ya que depende de numerosos factores, incluyendo el gusto del Primer Mandatario de turno.
Aunque no tengo a mano las estadísticas, pero la “yipetomanía” ha llegado a tal extremo en el país, que en ciertos sectores de la ciudad, y en algunas horas, no es raro que se vean muchas más yipetas que autos normales; y esto no ocurre en ningún país desarrollado. Lo mismo sucede en determinadas actividades, sobre todo, las de carácter político, o en los lugares de diversión. Parecería que las crisis no afectan en absoluto ese afán desmedido por poseer una yipeta.
¿Adivinen cuál es el tema de conversación preferido de los yipetuses cuando se juntan?, pues nada más y nada menos que sus yipetas. No se cansan. Como siempre sucede siempre hay alguien que desacredita la marca con sus vulgaridades, por ejemplo, llenando la puerta trasera de una yipeta de lujo con altavoces para escuchar sus bachatas; y de paso le “dice” a todo el mundo que obtiene el dinero fácilmente, por medios no ortodoxos.
Lo malo de todo esto es que los funcionarios públicos también se antojan de que les asignen yipetas, y mientras más caras mejor, que les den bonos para la gasolina, y que les contraten un chofer; todo ello a costa del sufrido contribuyente. A nadie le debería de extrañar el envanecimiento, la arrogancia y la soberbia de esos “servidores” del Gobierno, porque la “yipetomanía” y su psicología se contagian.
Las esposas y queridas de los funcionarios muchas veces se pavonean más en las yipetas que sus hombres, cuando van conduciendo. Algunas pasan despacio por donde quieren ser vistas, es decir, que están más interesadas en presumir y exhibir la yipeta que en trasladarse.
Existen propietarios de yipetas que cuando se van a reunir con alguien, o con sus relacionados y amistades, los citan en las ¡yipetas! “aparcadas en tal sitio”, o sea, que también las utilizan como oficinas en su afán de ser vistos por los demás en su vehículo.
El lema aberrante de nuestra sociedad parece ser: “todo sea por una yipeta”. Yo escuché de labios de un profesor amigo una frase que me dejó pensativo: “Estoy jodido, pero estoy bien montado”; esto implica que para él el tener que pagar una yipeta a plazos era un sacrificio enorme, pero que estaba dispuesto a costear el monto y a soportar estrecheces, todo porque lo vieran en una yipeta. Es muy probable que yo no comulgue con sus ideas, ni comprenda su entusiasmo, por la sencilla razón de que no poseo ningún vehículo, y me traslado en taxi, o a pie si es cerca.
Otra persona conocida tuvo que pedir un préstamo al banco para poder instalarle a su yipeta un sistema a base de gas butano, para sustituir la gasolina, ya que este combustible resulta más caro. El mismo señor, tuvo una enfermedad costosísima, y se quedó sin ahorros, por lo que se vio obligado a vender muchas de sus pertenencias y de su familia, para poder pagarse su tratamiento, pero, ¿adivinen qué?, no se le ocurrió ni por asomo el traspasar su yipeta y prescindir de ella.
Y es como dice Pierre Martineau, citado por Vance Packard, (1), en su ya clásico libro publicitario Los Persuasores Ocultos: “el automóvil dice quienes somos y lo que pensamos que queremos ser…es un símbolo portátil de nuestra personalidad y de nuestra posición…”. El problema surge cuando se pretende hacer creer a los demás lo que no es cierto, es decir, cuando se intenta vivir de las apariencias, sin tener los recursos suficientes. Cuando no toman conciencia de que este es un país subdesarrollado, y esos consumidores también lo son, aunque tengan dinero.
Esto demuestra que se trata de un grave problema social no resuelto, de alguien “que quiere pero que no puede”, y que tiene muchos traumas, por no decir complejos, ya que demasiada gente se endeuda hasta la coronilla, con el único fin de aparentar y de satisfacer su vanidad. Quizá logre algunas ventajas iniciales de impacto, pero, ¡a qué precio!
En la sociedad dominicana la yipeta sirve por igual para transgredir las normas, porque facilita el subirse en la las aceras para aparcar; y por otro lado, es muy práctica para cruzar los numerosos charcos de nuestras calles y avenidas, cuando llueve.
Está documentado que fue la General Motors en los EEUU, la primera en realizar cambios anuales en las carrocerías de sus vehículos en el 1927, con el propósito declarado de “crear una insatisfacción organizada”, (2), en los consumidores; lo cual traumatiza aún más a los propietarios de yipetas, que quieren tener permanentemente el modelo más llamativo, novedoso, e impactante.
Cuando en el 1899 Thorstein Veblen publicó su libro de culto: Teoría de la Clase Ociosa, (3), estableció que las relaciones humanas se basaban en la imitación y en la envidia, llevándole la contraria a los economistas de la época, y de esa manera surgió el criterio del “consumo conspicuo” de su autoría; el cual se realiza esencialmente para impactar e impresionar a los demás. Por su lado, J. S. Dusenberry, (4), puede considerarse como un sucesor de Veblen porque fue aún más lejos que su mentor, con su “efecto demostración”, para explicar lo que sucede cuando el consumidor entra en contacto con bienes superiores, o sea, de mayor calidad, y mejor aspecto que los que ya posee.
Más de un conductor de yipeta ha tenido un accidente mortal, por querer “llevarse el mundo por delante”. En su envanecimiento, los hombres reaccionan con mucha agresividad y violencia cuando alguien les choca, les raya, o les hace un rebase temerario, cuando van en sus yipetas. Se lo toman más a pecho que si les propinaran una bofetada. Y como afirma Ernest Dichter, (5), en su obra paradigmática Las Motivaciones del Consumidor: “Para el hombre la parte exterior del auto es conquista y agresión; para la mujer la parte interior es como un hogar donde se puede resguardar su familia y sentirse segura”. Lo cierto es que las yipetas se venden, y luego cuando tienen que bajarse de ellas, llevan las llaves en la mano para que todo el mundo se entere, en vez de guardarlas en el bolsillo, o en la cartera las mujeres. Muchos de los conductores de yipetas, cuando caminan lo hacen lentamente con una “cojera” muy especial, como una manera de expresar que ellos andan en un vehículo, y que les fastidia andar a pie.
Ninguno de estos teóricos se imaginó que un medio de transporte como un vehículo todoterreno, adquirido principalmente por consumidores dominicanos que no tienen una finca rústica, o una casa campestre con acceso dificultoso, ni tampoco suelen viajar por caminos vecinales, ni cruzan riachuelos y cañadas, lograrían dividir al país en dos: los que tienen yipeta y los que no. Ya lo intuyó mi sobrinito de cinco años, cuando fui a verlo y me preguntó inocentemente: “¿Dónde está tu yipeta, tío?”


BIBLIOGRAFÍA:

(1) Vance Packard. The Hidden Persuaders. Pelican. Great Britain. 1957. Pag. 50.
(2) Revista: Smithonian. Washington. January 1993. Pag. 72.
(3) Thorstein Veblen. The Theory of the Leisure Class. Macmillan. U. S. A. 1899.
(4) J. S. Dusenberry. Income, Savings and the Theory of Consumer Demand. Cambridge, Mass. Harvard Economic Study. 1949.
(5) Ernest Dichter. Las Motivaciones del Consumidor. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 1964. Pag. 279.

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