miércoles, marzo 11, 2009

MI VISITA AL “MÉXICO LINDO Y QUERIDO” (2)

Por FAUSTINO PÉREZ

Entre los países hermanos, México ocupa, sin lugar a dudas, un sitial muy especial para nosotros los dominicanos, al igual que otros del área del Caribe como Puerto Rico, Venezuela y Cuba. No duda cabe ninguna duda de que la influencia y el conocimiento de la cultura mexicanas no son cosa de ahora, por supuesto; incluso, aquí venían y siguen llegando, en persona o en grabaciones, los grandes ídolos de la música del país azteca. Yo recuerdo de cuando era niño, a Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante, Jorge Negrete, Tito Guízar, Amalia Mendoza la Tariácuri, Agustín Lara, Pedro Vargas con su “muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido”, Toña la Negra, y otros muchos; y ahora nos llegan Santana, Luismi y Enmanuel...
De la misma manera, me viene a la mente el recuerdo de mis amigos pidiéndoles autógrafos a los luchadores mexicanos enmascarados, quienes ejercieron una gran influencia en los luchadores locales en esos años.
Poca gente sabe que existe hasta un dominicanismo, que se originó en un personaje de una revista mexicana de cómics, que llegaba a la República Dominicana en la década de los años 30 del siglo pasado: paquito. En cine también la influencia ha sido enorme, desde Cantinflas hasta el gran impacto que causó en su día María Félix en el film Doña Bárbara.
En el ámbito cultural, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ocupa el primer lugar en los rankings de universidades de Latinoamérica; eso es algo digno de destacarse, si comparamos este hecho con lo que sucede en nuestra nación, ya que no existe ninguna Institucion de Altos Estudios dominicana clasificada, y sin ninguna esperanza a corto o mediano plazos.
Hay muchos escritores mexicanos conocidos por nosotros los dominicanos, pero en especial sobresalen: Octavio Paz, Juan Rulfo, y Carlos Fuentes, entre otros.
Es evidente que la imagen – obviamente distorsionada - que se tiene aquí hoy en día de México viene dada por las telenovelas, principalmente. Pero México es muchísimo más que esa representación simplificada y estereotipada de la realidad. México es modernidad y es también tradición, con una riqueza y variedad en cuanto a cultura popular se refiere, increíble.
Como ejemplo de lo primero, la Ciudad de México puede sentirse verdaderamente orgullosa - entre otros motivos, ya que son más de cinco mil años de cultura - de tener unas de las zonas céntricas más bellas del mundo, con sus originales jardineras en forma triangular, o más bien, cuasi-piramidales, como pueden observarse en el Paseo de la Reforma; sus asombrosas fuentes que no tienen nada que envidiarle a las de Roma; el Bosque de Chapultepec; el Museo de Antropología, el más importante de toda Latinoamérica, que alberga ese tesoro universal como es el Calendario Azteca, en el que se resume de forma magistral y simétrica todos los conocimientos de astronomía, de arte y de matemáticas que tenían, y así sucesivamente.
Si vamos al llamado Centro Histórico, nos encontramos con la Catedral y su Sagrario; la Plaza del Zócalo, una de las cinco más grandes del mundo; el elegante Palacio de Bellas Artes, y sus famosos murales; el Museo de José Luis Cuevas, ese genio de la figuración, entre otros muchos atractivos.
Otro detalle importante que se nota en la Ciudad, es el gran amor y agradecimiento que sienten por ella los diferentes conglomerados étnicos o inmigrantes que llegaron después de la conquista; y ese cariño lo han dejado plasmado y patentizado en diferentes monumentos y otras áreas de la urbe. Esa gratitud está muy ausente en la ciudad de Santo Domingo, por hacer una comparación.
No es de extrañar pues que al recibir la invitación de volver a la Ciudad de México en febrero, no me lo pensara dos veces, a pesar de que estaba un poco cansado de mi largo viaje a Egipto en enero.
A continuación de la llamada del profesor Belmont en el comedor el domingo 15, recibí otras cuatro en la habitación. La primera de la funcionaria de la Embajada dominicana, la atenta y fenomenal anfitriona Josefina Aracena, quien quedó en llamarme de nuevo; luego entró la llamada del Director Cultural de la Plaza Loreto, el Sr. Héctor Ibarra, muy interesado en ver el meterial que había llevado; y del gran amigo mexicano, el maestro pintor José Luis Bustamante, quien vivió muchos años en Santo Domingo. Josefina Aracena llamó de nuevo y dijo que pasaría a recogerme para llevarme a Plaza Loreto a llevar la exposición, y así lo hizo.
Cuando llegó, tuve que auxiliarme otra vez del bellboy para cargar la maleta de 38 kilos de nuevo hasta el taxi.
La Ciudad de México tiene otra particularidad, y es su inmenso tamaño, de más de 90 kilómetros de diámetro, sin contar las poblaciones aledañas que son muchas. Esto significa que hay que recorrer normalmente grandes distancias, y pasarse una hora, o más, en el desplazamiento, dependiendo de los tapones. Así llegamos a Plaza Loreto, al sur de la ciudad.
Esta Plaza es de grandes dimensiones con múltiples edificios, - no se trata de un “mall” como nosotros conocemos - , que incluyen galerías comerciales, paneles para exposiciones, restaurantes, áreas para juegos infantiles, floristería, catorce cines, zonas de aparcamiento, calles, aceras, zonas verdes, un museo, un escenario circular para actividades artísticas, etc., todo ello separado pero integrado.
Josefina y yo localizamos al ingeniero de sonido y encargado de la museografía, por medio del celular, y nos llevó al espacio donde se iban a montar las fotos.
En eso llegó el dinámico Sr. Ibarra, el alma de Plaza Loreto, quien nos presentó a su elegante esposa e hijo. Hacía varios días que me había enviado fotos a Santo Domingo de los espacios de la Plaza, y unos ejemplos muy profesionales, de cómo quedarían mis imágenes, hechos a computadora, después de montada la exposición, empleando fotos mías tomadas de mis páginas del Internet. Una vez que nos pusimos de acuerdo en los detalles técnicos, Josefina y yo nos dirigimos al Museo Soumaya de la misma Plaza, perteneciente a la fundación de Carlos Slim. Esta institución museística fue fundada en el 1994 y es de tamaño mediano, con entrada gratuita.
En primer lugar vimos dos grandes exposiciones temporales: “Días de Humo” y “Moda y Modernidad”. En la primera se hace un recuento de la evolución del hábito de fumar y de la formación de estereotipos de ambos sexos a través de la fotografía, el cine, la publicidad, etc. Además, se exhibe toda la parafernalia relacionada con el tema, como carteles, fotos, cajetillas, encendedores, ceniceros, publicidad, pinturas, vídeos, y así en ese tenor. Es una expo muy bien documentada.
En la segunda muestra se expone la evolución de la vestimenta desde la antigüedad, destacando el tema de la moda como envoltorio de la seducción, y como propiciadora de fantasías y aspiraciones de la sociedad; además, abarca el atuendo como negocio.
Empero, lo verdaderamente impresionante de este museo son sus colecciones permanentes, como la de esculturas de Rodin, la segunda más grande del mundo fuera de Francia; las extraordinarias piezas escultóricas de Salvador Dalí, las obras de Picasso, Siqueiros, Rivera, dos murales de Rufino Tamayo, una excelente representación de los impresionistas clásicos y otras más. Para mí, ese museo fue todo un descubrimiento inesperado, una auténtica revelación, hasta tal punto que tomamos varias fotos en su interior, después de solicitar el permiso correspondiente. Pienso que debería de ser más promocionado.
En la misma Plaza, Josefina y yo fuimos a almorzar al restaurante Sanborns, una de las cadenas más populares del territorio mexicano con 190 sucursales, - que incluye, además, cafeterías y tiendas departamentales en los mismos locales - , porque ya se nos hacía tarde, a pesar de que en México la comida del mediodía se realiza tardíamente entre las 2-3 p.m., aproximadamente, al igual que en España. Las camareras de este negocio están ataviadas con un traje diseñado especialmente para ellas, tomando diferentes elementos de vestimentas regionales auténticas.
Luego seguimos viendo exposiciones, y un espectáculo de ballet-teatro hasta las seis de la tarde. Josefina se enteró de la forma más rápida del llegar a mi hotel, y ni cortos ni perezosos abordamos el autobús hasta la estación del metro de Viveros, que nos llevó hasta el Zócalo, después de haber hecho transbordo en la estación de Hidalgo; nos despedimos, y caminé hasta el establecimiento hotelero que estaba cerca…

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