miércoles, marzo 18, 2009

MI VISITA AL “MÉXICO LINDO Y QUERIDO” (3)

Por FAUSTINO PÉREZ

http://informanet1.blogspot.com/2009/03/dia-de-la-independencia-de-la-republica.html

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Al día siguiente, le tocó el turno a otra funcionaria de la Embajada dominicana como anfitriona, esta vez a la eficiente y sensible Alma Denisse Saint-Hilaire, quien pasó a recogerme por el hotel en un taxi a las 9 de la mañana, para conducirme a la sede de la representación dominicana en la capital azteca: la exclusiva colonia de los Altos de Chapultepec, la cual goza al igual que otras colonias, como Polanco, Roma, y Condesa, de un alto standing de vida.
Da gusto entrar a esa embajada por el entorno que tiene, por sus espacios y por sus jardines. Una vez allí, conocí también a la Ministra Consejera, una funcionaria con experiencia en los asuntos diplomáticos, me refiero a Ninotchka Torres.
Igualmente, tuve el privilegio de departir con el querido amigo, catedrático universitario, y diplomático de carrera, el Dr. Pablo Maríñez, embajador dominicano, quien ha sido trasladado ahora a Santiago de Chile. Para México irá como embajador, el apreciado profesor e historiador Dr. Fernando Pérez Memén, quien se desempeña como Director del periódico La Información de la ciudad de Santiago de los Caballeros.
En la embajada tuve la oportunidad de revisar mi correo, y a las tres de la tarde la señora Alma Denisse me dejó en la estación del metro de Auditorio, porque yo tenía que ir a Plaza Loreto para ver cómo iba el montaje de mis obras.
El metro de Ciudad de México merece un comentario extenso porque tiene sus peculiaridades. En primer lugar, utiliza tres tipos de ruedas: las metálicas normales como los trenes y metros que ruedan sobre rieles; otras de caucho, que parecen de autobuses, y es lo que se conoce técnicamente como “tracción neumática”, usada por la inestabilidad de los suelos de la ciudad; y aparte de esas, cuenta con unas más finas que están colocadas horizontalmente para darle una mayor estabilidad e impulso al tren. Son once líneas para transportar millones de pasajeros al día con 451 kilómetros de recorrido y 175 estaciones, tanto bajo tierra así como también a nivel de la calle, o bien, elevadas. Cuesta dos pesos mexicanos, el billete.
En las horas pico (aproximadamente de 8-10 a.m.; de 1-3 p.m. y de 7-10 p.m.) se separan a los hombres de las mujeres; ellas van en los vagones delanteros y ellos van en los de atrás. Y es tanto lo que empujan los que quieren salir porque no quieren pasarse de estación, y contrario a ellos, los que desean entrar para no llegar tarde al trabajo, que se forman verdaderas “refriegas” en las puertas a base de empujones, sobre todo entre los hombres. A pesar de que son trenes con muchos vagones, no dan abasto a las horas de mayor demanda. Si en Tokio existen “empujadores” enguantados profesionales, para que las puertas puedan cerrar, aquí en Ciudad de México trabajan “separadores” de género.
En cambio, cuando baja la marea humana, entonces, hacen su aparición los vendedores, y los que piden favores. Es como una sucesión de ofertas y de peticiones, o mejor dicho, una procesión de todo lo imaginable, ya que se desplazan de vagón a vagón, predominando aquellos que ofrecen música pirateada, llevando aparatos reproductores portátiles.
En los andenes no hay dónde sentarse, e inclusive, aparece gente joven que descansa o espera el tren sentada en el suelo. Yo le añadiría al metro de Ciudad de México, más señales y más planos de las rutas; por ejemplo, cuando uno va a bajar a un andén, no aparece el listado de estaciones a las cuales se llega desde esa plataforma; de todas formas es cómodo, seguro, y el recorrido se hace rápidamente.
La idea mía era avanzar con el metro por su rapidez y luego tomar un taxi para ir a la Plaza, porque me estaban esperando para el montaje de las obras y se me hacía muy tarde; así que me quedé en la estación de Auditorio, hice dos transbordos, uno en Tacuba y el otro en Hidalgo hasta la estación de Viveros, la más cercana a la Plaza, donde tomé el taxi. Llegué a la Plaza Loreto casi a las cuatro, y aún no había almorzado. Pero antes, les dije a los encargados dónde me encontraba.
Estuvimos organizando y montando las obras hasta el anochecer. Luego salí de Loreto y estuve buscando la parada del autobús, conocido como "el pesero", porque yo no sabía que en Ciudad de México los buses de transporte público se detienen en las esquinas, ya que no hay paradas señalizadas; al fin pregunté y pude subir a uno de ellos hasta Viveros, siguiendo la ruta que me había enseñado Josefina Aracena el día anterior; y de ahí al metro con cambio de tren en Hidalgo, a tres paradas del Zócalo.
El martes 17 de febrero era el gran día de la inauguración oficial de la exposición individual mía en Plaza Loreto; y por la mañana recibí una llamada del estimado amigo mexicano, el maestro de la pintura José Luis Bustamante, quien pasaría a recogerme por el hotel a las 10 a.m., luego me llevó a una cafetería en las cercanías, y a continuación tomamos un taxi para ir a su acogedor y bien decorado apartamento, en la colonia de Polanco, donde saludé a su esposa Doña Minerva y a una de sus hijas.
Lo que no podía faltar era visitar su exposición individual que aún estaba montada en la prestigiosa Galería Oscar Román, en la misma colonia, no muy lejos de su casa, donde pude comprobar una vez más el dominio que tiene Bustamante de las pinceladas abstractas y el “dialogo” que entabla entre las masas, líneas, formas y colores, al plasmar su “grafía” personal.
Como no era aún hora de almorzar, entramos a otra cafetería para seguir platicando, y de ahí me acompañó a un restaurante típico, antes de la hora pico del mediodía. Tomé el metro en la estación Polanco con transbordo en Tacuba para llegar al Zócalo, porque tenía que vestirme para la exposición…

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