jueves, mayo 14, 2009

EL TAG O GRAFITI DE FIRMA EN UN CONTEXTO SOCIAL

Por FAUSTINO PÉREZ


Cada ser humano intenta ser recordado de alguna manera, dentro de sus posibilidades, claro está. Hay quienes pretenden ser los mejores en algún deporte, otros, en cambio desean ser playboys, y ligar lo más que puedan. Los hay que quieren beber más cerveza que nadie, o ser los mejores como bailarines; alguien seguramente aspirará a convertirse en el campeón de yo-yo más fenomenal, o bien, recorrer el mundo en una embarcación en solitario, o aprenderse de memoria miles de nombres. Son inverosímiles las cosas de las cuales es capaz de ser protagonista el hombre y su contraparte, la mujer, como lo atestiguan los récords de Guiness.
Siempre queda algún porcentaje que se queda rezagado y se "retira" del afán de trascender, o sea, que se “apea” del tren de la vida. Eso se puede comprobar fácilmente en Japón, una sociedad primermundista, donde la mayoría de los pobres que existen en ese país, lo son por elección personal, es decir, que eligen ese “estilo de vida” por convencimiento propio; son gentes que no quieren ser partícipes de la sociedad de consumo y no desean ser esclavos de la tarjeta de crédito, ni del celular, ni mucho menos del vehículo todo-terreno. Ellos pasan frío y ciertas incomodidades, pero no sufren de estrés.
Precísamente los hippies que surgieron en California en los años 60, pretendían, igualmente, escaparse del agobio de la búsqueda incesante del éxito social, con la competencia que trae aparejado, y de la acumulación ilimitada de poder y de bienes. Naturalmente, que en las naciones atrasadas, los pobres no eligen serlo, sino que las circunstancias los obligan.
Entre las actividades de la cultura contemporánea más originales está la de ser grafitero de corazón, o sea, la de sentirse parte de ese "movimiento" mundial de jóvenes que "disfrutan"· de esa manera. Llegan hasta tal punto, que gastan dinero de su bolsillo para realizar sus pintadas, y sin ninguna esperanza de recuperarlo.
Y no es que el grafiti sea de ahora, ya que es una práctica milenaria, sino, que antes los demás apenas se enteraban. Si alguien garabateaba algo en las paredes de las Termas de Caracalla, eso sólo podía repercutir únicamente entre aquellos que frecuentaban esos baños públicos romanos hace siglos; en cambio, hoy en día cualquier joven puede estar al tanto fácilmente, de lo que hacen los demás de su generación, en cualquier parte del mundo; y eso influye mucho porque es imitado.
Como se sabe, el grafiti se diferencia del letrero o cartel, porque el letrero es utilitario, y el grafiti no. Se asume que el grafiti como pintada en lugar público o manifestación callejera, o por lo menos en exteriores, es algo que surge más o menos espontáneamente.
De los veintitantos tipos diferentes de grafitis que existen, dependiendo de la intención del ejecutante y del contenido del mensaje, hay uno que se conoce como “firma” o “tag” (“etiqueta” en inglés). Y como del nombre del autor se trata, el tag se ha convertido en una especie de marca personal. Para el neófito, una firma en grafiti puede ser una pintada incomprensible, y por lo tanto tiene que aprenderse si se desea reconocerla; sin embargo, entre ellos sí se conocen y se reconocen por la respectiva firma.
El hecho es que el tag convertido en marca, adquiere todas las connotaciones de su autor, de tal suerte que ha llegado a ser sinónimo de audacia e intrepidez, y por ese motivo, mientras más peligroso y difícil sea el plasmar el mensaje en un soporte, como podría ser un muro o pared, o el que sea, más “méritos” tiene para el que lo ejecuta, inclusive, puede hasta vanagloriarse de haberlo hecho. Aquí en Santo Domingo podía verse una firma en lo alto de un puente colgante, por poner un ejemplo.
El grafiti, o lo que llaman grafiti hoy en día, se ha convertido en un lenguaje universal, y si uno va a Sao Paulo, en Brasil; o al distrito de Queens en New York; o bien, a París en Francia; o a la orilla del río Sumida de Tokío; se tropezará con los mismos diseños, la misma tipografía, y un estilo similar. La técnica que predomina es la del spray, también conocido como esprei, esprey, aerosol o pulverizador; aunque yo he visto en el metro de Atenas, Grecia, grafitis realizados con pintura de aceite.
El grafiti moderno va asociado íntimamente con otras subculturas, modas y estilos; y ningún lugar del mundo mejor que la Ciudad de México para comprobar esto. Basta con ir a un costado de la catedral en el Centro Histórico, para ver los jóvenes haciendo piruetas con su breakdance; o bien, asistir a la masiva concentración de miles de chavos pertenecientes a todas las "tribus" urbanas y sectas, que se dan cita los sábados por la tarde en el variopinto barrio de Buena Vista. Ahí tienen tiendas para vender sus productos, sobre todo, los artesanales; ofrecen y asisten a conciertos de música, principalmente de rock duro; socializan, intercambian experiencias, adquieren sus mercancías e indumentarias, etc. Y lo que es más importante, se sienten en familia, rodeados de una abundancia de grafitis por todos lados.
Por otro lado, muchos de ellos venden sus productos artesanales en el Parque de la Alameda, al lado del Palacio de Bellas Artes, en el centro de la ciudad.
Este idioma mundial que es el grafiti, se asocia muchas veces con la rebeldía juvenil, o con un ambiente contestatario, underground, subversivo de los valores sociales imperantes, y en última instancia con alguna propuesta corrosiva. En muchas ciudades se considera a los grafiteros como una verdadera “plaga” social, por lo que les cuesta a las ciudades limpiar todo eso.
Sin embargo, se vislumbran mejores tiempos para los grafiteros, porque algunos de ellos, - aquellos que son considerados como los mejores por el establishment - , están siendo asimilados por los museos y galerías de arte, es decir, nada más y nada menos, que por por el consumismo.

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