lunes, enero 11, 2010

EL MITO Y LA MAGIA DEL CARIBE EN LA OBRA DE TONY ARISTY

Obra de Tony Aristy (Cortesía de Artelista.com)

Tony Aristy en su taller (foto: FUENTE EXTERNA)


Por FAUSTINO PÉREZ

Tony Aristy el “alquimista” de la pintura, transmuta un utensilio casero - aparentemente banal y trivial - en algo poético y mágico pleno de mitologías. Es como si en la escoba se haya llevado un fragmento del trópico a su nueva morada en Rhode Island, o lo que es más, como si el alma de su terruño caribeño hubiese sido trasplantada por él a otras latitudes. ¡Todo un “contrabando” artístico-poético!
Como utensilio puramente artesanal, la escoba pertenece, sin lugar a dudas, al folklore material o ergológico, que abarca lo que se hace con las manos, según la clasificación de la gran folklorista venezolana Isabel Aretz, (Ver su obra: Manual del Folklore, pag. 85), en contraposición al folklore social que trata de las maneras de relacionarse que existen en la sociedad, y al folklore espiritual-mental, que se refiere a los vínculos y prácticas vinculados con los seres superiores y del más allá, y con las manifestaciones de índole espiritual.
Desde el punto de vista mitológico la escoba pertenece por derecho propio a los mitos cosmogónicos, que son aquellos que cuentan las leyendas del mundo material; diferentes de los mitos teogónicos, que relatan la historia de los dioses, narrando cómo estos vinieron a la existencia; o bien, de los mitos antropogónicos que explican las versiones del mundo humano.
Simultáneamente, el artista convierte a las escobas en todo un símbolo, porque representan otra cosa, ya que son utilizadas según las creencias populares para alejar, lo mismo, a los malos espíritus que a las personas indeseadas. En este contexto, el tema de las escobas dominicanas de Tony Aristy gusta y es apreciado en lares disímiles, algo aparentemente extraño teniendo en cuenta que se trata en su caso de una cultura anglosajona; sin embargo, cuando Aristy lleva sus trabajos a escenarios latinoamericanos, ahí sí es posible encontrar escobas como las dominicanas, y comoquiera son bien ponderadas.
Aún recuerdo cuando en sus años mozos, Tony Aristy empezó a dar sus primeros pasos en las técnicas pictóricas guiado por su mentor Pedro Céspedes, de la escuela fotorrealista dominicana; empero ya en su adultez, Tony Aristy el creador profesional, ha seguido volcando cada vez más todo su amor y toda su pasión sobre la tela cuando plasma con su pincel cada filamento de su tema preferido.
El fotorrealismo es un movimiento esencialmente pictórico que surgió en los EE UU en la década de los años 60 del siglo pasado. La idea consistía en pintar de tal forma que la imagen se pareciese lo más posible a una fotografía, con todas las distorsiones y aberraciones producidas por las diferentes lentes, si se produjera el caso. Ya se sabe que el gran angular fotográfico capta el espacio más curvo que el verdadero, y tiende a deformar y ensanchar la imagen, además, las líneas rectas aparecen combadas; por su lado, el teleobjetivo, saca una foto “aplastada”, con sus planos comprimidos, por decirlo así, pero con la ventaja de que las líneas rectas aparecen derechas. Todo lo anterior amén de otras propiedades como los reflejos en la óptica, causados por los contraluces.
En el mismo fotorrealismo hay quienes realizan los bocetos a base a proyecciones sobre el lienzo, en cambio, otros pintan del natural con el objeto-sujeto presente, como es el caso de Tony Aristy, aparte, de que él les retorna a los estadounidenses la técnica que idearon ellos, pero resemantizada, con elementos y utensilios caribeños, específicamente dominicanos.
En los Estados Unidos los más conspicuos representantes de la escuela fotorrealista son Chuck Close y Richard Estes. El primero realiza retratos enormes de caras normalmente inexpresivas, y el segundo pinta habitualmente escenas callejeras, con luces reflejadas en superficies metálicas y/o en cristales. Existen otros cultores del fotorrealismo quienes suelen especializarse en un tema favorito, como podrían ser: los camiones, las luces de neón, los caballos, fachadas de restaurantes, y así en ese tenor.
Tan importante como la temática en sí misma, es el dominio que tiene Aristy de las sombras que proyectan las escobas; es como si el cultor provocara un diálogo interminable, entre su referente que es algo tangible en la realidad, y lo inmaterial y cambiante como es la proyección de la luz sobre el objeto, en este caso, la escoba. Prácticamente plantea un dilema filosófico entre el aquí-ahora y el allá-después, ya que en esta “contradicción” icónica el aquí sería la escoba misma, y el allá vendría a ser la sombra de ella. De paso le añade un toque mágico, misterioso y místico a su producción. No obstante, cuando Tony Aristy inmortaliza un fragmento de la escoba, entonces, puede convertir la pieza en algo casi abstracto, con todas esas sinusoides creadas por las especificidades del tema.
Aparte de sus escobas, el creador cultiva otros tópicos de su nativa República Dominicana, siempre tratados de manera intimista, y cuasi-romántica, potenciados en el misterio, el misticismo y la espiritualidad; de tal suerte, que el espectador tiene que deducir la presencia del ser humano indirectamente a través de los avíos y bártulos, creados por hombre. Y como todo lo misterioso posee su rito, sus objetos devienen en sujetos de los rituales caseros y de otras actividades, según el utensilio de qué se trate.
Cuando están recostadas en la pared, o bien, colocadas en el suelo, esas escobas parecen entidades con vida propia; da la impresión de que al mirarlas uno las va a importunar y a molestar. Aunque me temo que eso es precisamente lo que quiere su creador, que uno las incomode con la mirada y que las quiera para sí, ¡qué
provocación!, o mejor dicho, ¡qué provocador!

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