lunes, mayo 05, 2008
DIEZ AÑOS DESPUÉS DE LA VISITA A LIMA, PERÚ
UN ENCUENTRO DE COMUNICACIÓN SOCIAL, EN LIMA, PERÚ
Por FAUSTINO PÉREZ
Para llegar desde Santo Domingo, la Primada de América, a la muy noble y señorial Ciudad de Lima, se necesita un avión que vuele muy alto, y sobre todo unos tímpanos “blindados”.
Lo primero se debe a que para tomar la ruta aérea más corta, es preciso cruzar la Cordillera de los Andes dos veces, de lo cual se encargó el DC-10 de Iberia; y lo segundo, es porque el aparato tiene que descender casi diez mil metros en quince minutos, para poder volar por el corredor aéreo de la costa del Pacífico, y aterrizar entre nubes bajas en el aeropuerto Jorge Chávez, ubicado en el Callao.
Así se inició el pasado domingo 26 de octubre del 1997 nuestro periplo por las tierras de Manco Capac y de Atahualpa, el primero y el último respectivamente de los trece emperadores divinos de los Incas.
Por suerte los trámites aduanales fueron rápidos, porque después del desagradable madrugón, con el fin de presentarnos al Aeropuerto de las Américas a las cuatro de la madrugada, queríamos llegar a la capital del legendario Perú, cuanto antes. Allá en el aeropuerto del Callao nos esperaban imprevistamente dos amables edecanes de la Universidad de Lima, sede académica del IX Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS), que se iba a celebrar del 27 al 31 de octubre, y motivo de nuestro viaje directo de algo más de cuatro horas y cuarto.
Luego me enteré que los edecanes sumaban más de un centenar, y eran estudiantes voluntarios de la Alta Casa de Estudios. Dirigidos por ellos, subimos a los autobuses con todas nuestras pertenencias rumbo a los respectivos hoteles. Era necesario realizar tres paradas para dejar instalados a los más de cincuenta dominicanos, entre profesores, estudiantes y turistas.
Concomitantemente con este encuentro, se iban a celebrar otras reuniones, asambleas, seminarios, premiaciones y actividades artístico-culturales. Motivado por el evento preparatorio, Onofre de la Rosa, Director del Departamento de Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, se nos había adelantado un día. Rápidamente en el mismo autobús, los profesores Luesmil Castor, Oscar López Reyes y un servidor, decidimos ir a localizar a Onofre, quien se encontraba en el Hotel José Antonio, en un exclusivo sector de Lima.Yo me sumé al grupo para ir conociendo la ciudad, sin haber subido a la habitación siquiera.
La guía dominicana de la agencia de viajes me dijo que ella se encargaría de mi maleta.
En el José Antonio también estaban Max Dueñas y Federico Iglesias, dos apreciados amigos profesores de Puerto Rico, y otros directivos de FELAFACS. Allí conocimos a otras personalidades, incluyendo a Armand Mattelart, y también a decenas de jóvenes; pronto me percaté de que había recibido cinco tarjetas de presentación, de parte de las nuevas amistades. De la misma manera supe que las ponencias de las mesas redondas y de las conferencias magistrales ya estaban impresas, un nivel de eficiencia inconcebible por estos lares. Sin embargo, el tiempo no bastó para tratar todos los temas que tenían en agenda, y la comisión decidió reunirse otra vez para decidir cuál iba a ser la sede del próximo congreso en el año 2000; la cual resultó ser Sao Paulo, Brasil, y Santo Domingo, como sede alterna.
Cuando regresamos por la tarde, fui a reclamar mi maleta y nadie sabía nada; luego salí del hotel y noté que mi valija estaba todavía en la acera de la avenida, sin ningún tipo de vigilancia, donde la dejó el autobús que nos trajo del aeropuerto por la mañana, porque nadie la reclamó, y era la única que quedaba. Eso fue una irresponsabilidad de la guía, que por poco me complica mi estada. De todas formas tuve mucha suerte.
A las seis de la tarde nos esperaban de nuevo los transportes para darnos un tour de la ciudad, en especial de la Zona Colonial de la Lima Virreinal. La guía nos explicó que en Lima no existe drenaje pluvial, y aunque el cielo casi siempre está cubierto, porque las nubes que provienen del Océano pacífico chocan literalmente contra la cordillera de los Andes, y por eso es raro el ver las estrellas, llueve a cántaros cada dos décadas como promedio; lo que sí cae casi a diario es una ligera llovizna llamada la “garúa”. El agua para el aseo y otras necesidades la extraen de la capa freática del subsuelo.
Por la noche el Alcalde de Lima nos tenía una recepción en la Municipalidad de la Plaza de Armas. Esta última tiene en uno de sus costados a la Casa de Pizarro, sede del Presidente Fujimori, y a los otros lados se encuentran la Catedral, la Casa del Oidor, y el Arzobispado, aparte de la Alcaldía, donde nos encontrábamos. Durante el ágape nos obsequiaron un disco compacto de música peruana cantada, con temas alusivos a la ciudad, y una publicación acerca de la historia de la Plaza. Se percibe algo que aquí escasea mucho, y es el gran amor que sienten los limeños por su ciudad.
Al contemplar dicha Plaza de armas, desde uno de los balcones del segundo piso pudimos observar a decenas de jóvenes y grupos de ballet y de folklor, en una interminable demostración de habilidades; también notamos las dos preocupaciones más agobiantes para los habitantes de esta encantadora ciudad: la lucha contra el terrorismo del grupo armado Sendero Luminoso, en un territorio casi 27 veces más grande que el nuestro, materializado en las unidades móviles de desactivación de explosivos que patrullaban por allí; y los temblores de tierra, ya que todos los edificios tienen perfectamente señalizadas las zonas de seguridad en caso de terremotos. Y no es para menos, ya que un una semana tuvimos la ocasión de sentir al menos tres movimientos telúricos, uno de ellos de intensidad 4,7 en la escala de Richter, y con epicentro cerca de Lima.
Otro detalle curioso es que los peruanos emplean el “ahorita” de la misma manera que los mexicanos; equivalente al “ahora” dominicano, ya que para nosotros “ahorita” significa “un poco más tarde”, como se sabe. De la misma forma dicen “acá”, mientras nosotros decimos “aquí”. Ellos dicen “angosto” y “helado”, y aquí en Santo Domingo, “estrecho” y “frío”. A las motocicletas las llaman “motos” al igual que en España, en cambio en dominicano se dice “motor”. Los “guineos” son “plátanos”, y “una mano de plátanos”, son “cinco guineos” para los dominicanos. Las “lomas” son “cerros” como en Venezuela, y “un parqueo de carros” se convierte en “una playa de estacionamiento”.
A los restaurantes chinos que aparecen por doquier les llaman “chifas”, y el equivalente al “chofán” chino de aquí, se le conoce como “arroz chaufa”. En sus comidas emplean mucho el “rocoto”, que es una especie de “pimiento” grande o “ají rojo grande”; y el “cochayuyo”, es decir “alga de laguna”, que aquí no se conoce. Del famoso ceviche tienen más de medio centenar de variedades importantes, para el cual emplean su abundante pesca provocada por la corriente de Humbolt, que también atrae numerosas aves marinas residentes, es decir, no migratorias. El penúltimo día del congreso, Augusto Valdivia y yo, caminamos más de dos horas para llegar al Océano Pacífico que no conocíamos, y al final tuvimos que tomar un taxi porque la escala del plano que teníamos no se ajustaba a la realidad, y las distancias aparentes eran engañosas. Yo me sorprendí porque me encontré el oleaje muy lento, en comparación con el Mar Caribe o con el Océano Atlántico. Al mirar hacia el horizonte fuimos testigos de una bandada de cormoranes de más de ciento cincuenta ejemplares.
Algo también insólito para nosotros, es el hecho de que los limeños raras veces prueban el agua; y los líquidos que ingieren son la famosa Inka-Cola y otras bebidas gaseosas y minerales. Ni siquiera en los hoteles es fácil conseguir agua potable fría, tal como se estila en nuestro país.
Lo que sí es una delicia en los establecimientos hoteleros es la televisión por cable, con más de sesenta canales disponibles. Así pudimos ver canales de la Argentina, Brasil México, EEUU, Inglaterra, España, Italia, Alemania, Francia, República Popular de China, etc., aparte de las programaciones locales. Por cierto, como era el mes de octubre, un día pude contemplar la famosa procesión del Cristo Moreno, conocido además como el Señor de los Milagros y oriundo de Pachacamilla, donde vivían los esclavos negros.
Tal como afirma John Padovani, el artista peruano ya casi “aplatanado” en Santo Domingo, y quien sufre periódicamente lo que se conoce en quechua como el “llaqta nanay” (dolor de tierra), los vínculos dominicanos con el Perú son muy poco conocidos, y como ejemplos podríamos citar a la patrona de La Romana: Santa Rosa de Lima; a Gaspar Hernández, el padre limeño que protegió a los dominicanos frente a los haitianos. Inclusive, el Mariscal Ramón Castilla quien abolió la esclavitud en Perú tiene una estatua donde empieza la Ave. Abraham Lincoln, en la capital dominicana, pero poca gente se percata de eso.
Empero allá en el Perú, los casi dos mil congresistas provenientes de 26 países sí sabíamos que el Encuentro se inauguraría el 27 de octubre, en un gran auditorio multiuso bajo tierra, con capacidad para albergar a todos los que estábamos inscritos. Nosotros incluso tuvimos el privilegio de estrenarlo y de apreciar su versatilidad, ya que lo mismo sirve para conferencias, que para deportes de interiores, o para espectáculos; además, cuenta con escaleras mecánicas flanqueadas con flores, con escaleras normales, ascensores, y con rampas de acceso rápido. En su techo colgaban numerosas banderolas pintadas por los artistas peruanos más destacados. Encima del auditorio, pero en el exterior, cuenta con jardines y una hermosa fuente. Según nos contaron ese auditorium costó más de un millón de dólares, digno de una universidad donde los alumnos pagan aproximadamente novecientos dólares per cápita cada cinco meses; si comparamos esa cifra con lo que pagan los estudiantes dominicanos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, entre cinco y ocho dólares por semestre, aproximadamente, notaremos la diferencia abismal.
El primer día del Encuentro al llegar a la puerta, el vigilante llamó a una edecana y tuvimos que ir a buscar nuestras credenciales acompañados por ella, porque sencillamente no se puede ingresar a la Universidad de Lima sin un carné que acredite a uno. Los “platos fuertes” de la mañana eran la conferencia magistral de Jesús Martín Barbero, el gran visionario de la comunicación, autor del famoso libro ya clásico en la bibliografía latinoamericana: De los Medios a las Mediaciones; y la de José Joaquín Brunner, quien no pudo asistir desde Chile, pero envió su ponencia. Durante toda la semana pude comprobar el marcado interés que tenían en las charlas los compañeros dominicanos Rafael Paradell y Juan Antonio Mejía. Otros, - por desgracia para ellos - , gozaron más con el pisco peruano que con el Congreso. Por las tardes se podía elegir entre las cinco o más mesas de trabajo paralelas, que se llevaban a cabo en otros salones. Hubo además reuniones en otras salas, de editores de revistas de comunicación, y también se premiaron tesis y cortometrajes.
Ya para el martes la estrella invitada era nada menos que Nestor García Canclini, cuyo tema era sobre las “rupturas” en el proceso de comunicación. Por la noche el maravilloso ballet Perú Negro nos deleitó con un inolvidable espectáculo. El tercer día el turno le tocó al argentino Eliseo Verón, con su análisis sobre la “mediatización”. Por la tarde tuvimos la oportunidad de escuchar un avance de la ponencia magistral de Armand Mattelart, fuera del programa que duró más de tres horas, y al final fue ovacionado de pie.
Por la noche, al llegar al hotel encontramos otros profesores dominicanos que habían llegado de “refuerzo”: Rafael Nuñez Grassals y otro prfesor, con lo cual ya éramos casi sesenta. Pronto andarían “como pedro por su casa”.
El jueves fue otro gran día de Mattelart, porque al final fue aclamado de nuevo por los presentes. Su viaje desde París a Lima, había valido la pena. Ya él no habla ni escribe acerca de al ideología del Pato Donald, pero sus planteamientos acerca de la globalización tienen igual fuerza y entusiasmo.
El último día le correspondió al catalán Miquel de Moragas, quien con su precisión característica habló sobre las ciencias de la comunicación, en la “sociedad de la información”. El día del regreso a Santo Domingo, coincidimos en el avión porque él venía en tránsito hacia Madrid, y se mostró muy amable. Me comentó favorablemente un libro mío que le había obsequiado, y que precisamente venía leyendo durante el vuelo coincidencialmente.
El sábado era la única jornada libre que teníamos y cada cual la aprovechó para visitar o para comprar lo que le faltaba. Yo por mi parte empecé por el Museo Arqueológico, donde compré algunos regalos en la tienda, reminiscentes de las líneas de Nasca en el desierto peruano. Pude conversar largamente con peruanos de la calle, y demostraron ser tan “cuerderos” como los dominicanos, o sea, que se divierten con el zaherimiento también, igual que nosotros. De ahí pasé al Museo Larco-Herrera, uno de los más promocionados en el país, con sus mejores tesoros de gran valor conservados en una gran bóveda-sala, abierta durante las horas de visita del Museo. Además, tienen un galpón completo de vasijas precolombinas eróticas de los Moches, con parejas en posiciones coitales. Este es uno de los secretos mejor guardados del Perú, que muy pocos libros mencionan.
Seguí mis visitas maratónicas por el Museo del Oro de Lima con más de ochenta mil piezas de incalculable valor, entre telares antiguos, una colección mundial de armas blancas, y las piezas de oro. A su lado, el Museo del oro de Bogotá, Colombia, resulta muy inferior.
De ahí el taxi me llevó al Museo de la Nación, donde tenían un extraordinario montaje con el llamado Señor del Sipán, proveniente de la tumba moche más completa encontrada intacta. Las momias conservaban sus atuendos reales y sus adornos de oro. Este museo tiene algo muy curioso, como son las fotos y artefactos de los enterramientos de etnia desconocida, encontrados en plena selva peruana, que son similares a otros hallados en la Isla de Pascua, perteneciente a Chile, a 3600 kilómetros de distancia de la costa chilena.
Para terminar el día me acerqué al mercado de artesanía de Miraflores. Ese es quizá el más importante de la ciudad, donde los artesanos fueron concentrados para sacarlos de las calles y avenidas. Lamenté no haber tenido tiempo de visitar la legendaria Machu Picchu y a la ciudad de Cusco.
Después de un día tan agitado sólo me restaba volver al hotel a preparar las maletas y a descansar. El Hotel Britania, en la Ave. San Borja Sur, desde cuyas ventanas se podían ver las bandadas de pericos grandes, y el Colonial Inn, nos sirvieron a los congresistas dominicanos de albergues durante ocho días.
El domingo 2 de noviembre el autobús nos recogió temprano, y después de gastar los últimos soles, y los pesos dominicanos que nos admitieron, en el aeropuerto, en regalos extras; me vi precisado a pasar dos veces la maleta por los rayos X, porque contenía unos paquetes “sospechosos”, que resultaron ser libros y revistas. Así superamos siete controles más y abordamos el vuelo de IB-8660. Una vez dentro del avión resultó que habían dos tarjetas de embarque con el mismo número de asiento mío, y estaba ocupado; pero me encontraron un puesto vacío, y adelanté el reloj una hora antes de abrocharme el cinturón, para ponerme mentalmente con el horario de aquí.
¡Por fin llegamos a la Tierra Prometida de los apagones! Hogar dulce hogar.
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