viernes, mayo 16, 2008

¡YA LLEGÓ LA HORA!

ELECCIONES PRESIDENCIALES DOMINICANAS 2008

Por FAUSTINO PÉREZ

Después de haber sido sometidos a una propaganda política brutal durante meses, que costó miles de millones de pesos, había llegado la hora de elegir al presidente de los dominicanos para el período 2008-2012. Era el tan esperado viernes 16 de mayo del 2008. La algarabía era tanta, con muertos incluidos, y los decibelios tan altos durante la campaña, que la gente se sentía aliviada por la repentina calma, a partir de la medianoche del día 14, y no sabía el motivo.
Ya se sabe que para los dominicanos las elecciones son como un partido de béisbol, con afiches, banderines, banderas, y fotos de los candidatos en los autos y en los balcones; y por si fuera poco, con gorras, y camisetas con las efigies retocadas de sus ídolos políticos. Toda esa propaganda tan variopinta sale a relucir sobre todo en las “caravanas” partidistas, y en los “bandereos”, al son de las consignas rítmicas disfrazadas de música, a un volumen tal, que fácilmente pueden provocar lesiones permanentes en los tímpanos de los simpatizantes. Pero ellos en su euforia y su ignorancia no se dan cuenta, entusiasmados por la esperanza fatalista de querer mejorar su nivel de vida. Es evidente que esa alegría desbordante se amplifica con las respectivas dosis de alcohol y de reparto de dinero.
Aquí la gente pregunta al otro descaradamente sin ninguna clase de rubor, quién es el candidato presidencial favorito de uno, algo que provocaría reacciones de desagrado en otros países más avanzados. Todo lo anterior es independiente de las interminables encuestas que hay que soportar, de los partidos, de los llamados comités de base, de las juntas de vecinos, del arzobispado, de las encuestadoras profesionales, incluyendo aquellas que proporcionan el resultado que más le interesa al cliente…
Es discutible si la llamada “democracia”, tropicalizada y sin controles, nos ha beneficiado, y si la corrupción es inevitable. En los países sajones, y en otros más avanzados también, esa práctica política se controla y se frena por la ética religiosa y por la educación cívica; pero por estos lares con tantas inversiones de valores, millones de pobres votan por candidatos que a todas luces son unos corruptos; y mientras más ostentación hacen de los bienes mal habidos, más admiración provocan en los depauperados. Esto implica que en lugar de ir a parar a la cárcel, donde deberían de estar los corruptos, ellos reciben de manera masoquista el favor del electorado.
Antes, durante la tiranía, se criticaba el hecho de que se torturara y se asesinaban a los presos políticos; ahora en cambio, en la “democracia” se sigue torturando y se eliminan físicamente los adversarios al establishment, en “intercambios de disparos” con la policía. Antes se lucraban económicamente la familia y los allegados al tirano, ahora se ha “democratizado” el latrocinio, y cualquier dirigente de un partido exhibe propiedades, imposibles de adquirir con sus sueldos; y en las “declaraciones juradas de bienes” se miente con descaro, o se ignora el procedimiento, y no pasa nada.
Consciente de que todo seguirá igual, me levanté un poco más temprano que de costumbre, para cumplir con el “deber cívico de votar”, aparentemente, pero con la intención verdadera de comprobar cómo marchan las cosas, para que “nadie me cuente”.
Temprano a las seis y veinte de la mañana salí a votar, con la esperanza de estar de vuelta en 45 minutos, porque teóricamente el proceso empezaría a las seis a.m. Las calles estaban desiertas, de lo cual me alegré porque ahora me toca votar en una mesa electoral un poco alejada de mi casa, donde acude mucha gente, y donde hay varias mesas electorales. Antes yo votaba en la misma calle mía, con pocos electores, y no sé el motivo, pero me trasladaron inadvertidamente de mesa al ir a recoger mi nueva cédula.
Para mi sorpresa al llegar, ya habían como cincuenta personas en la fila única de la acera exterior, y el proceso no empezaba aún. Los delegados, suplentes, policías electorales, empleados de la Junta Central Electoral, “facilitadores” y demás organizadores se mostraban nerviosos, con mucha adrenalina fluyendo, pero con poca organización. Los del principal partido de la oposición, (PRD) tenían su identificación escrita a mano, colgando del cuello, y los del partido oficialista reeleccionista, (PLD), exhibían la suya, pero impresa. Luego fueron llamando de la cola general para que acudieran a las filas de las diferentes mesas, en el interior del recinto. En tanto una delegada de edad buscaba una silla donde sentarse, y daba unas instrucciones a las que nadie hacía el menor caso. A las siete menos diez, cambiaron la orientación de la fila, porque “chocaban” los electores de dos de ellas. Una idea genial del capitán encargado, lo cual no impidió que me rodara la primera gota de sudor por la espalda debido al calor.
A las siete y cinco, otra delegada recogió las cédulas y nos entregó un ticket a los que estábamos en la fila. En eso se corrió la voz en la cola de que ya iba a empezar la votación. Así el “ya” fue pasando de boca en boca, desde el principio hasta el final. Si lo hubiesen ensayado no habría quedado mejor. En ese momento me pasó por la mente el recuerdo del sistema de los “colegios cerrados” de procesos anteriores, con segregación por sexos, que se empleó en pasadas elecciones, y la cara de asombro y de burla que pusieron los que nos encontrábamos en la fila exclusiva para hombres, al llegar a ella unos trasvestis, con unos atuendos muy llamativos. Ahora era diferente.
En eso pasó una ex vecina, a la que hacía cuatro años exactos que no veía. Los años ya se le notaban. Y una señora embarazada daba vueltas preguntando por su mesa, porque el número que aparece en su cédula, era demasiado pequeño para su agudeza visual.
En eso me corrió la segunda gota de sudor por la espalda, y empezaron a entrar para votar. Me buscaron en el padrón dos delegadas, una que sabía buscar y la otra no, le dijeron en voz alta el nombre mío a los delegados de los partidos sentados en una mesa en frente, me pusieron a firmar, me entregaron la boleta múltiple, marqué mi candidato en privado, y la deposité en la urna correspondiente. Me marcaron el dedo índice de la mano derecha, con una tinta en un dispensador del tipo “roll-on”, me pasaron una servilleta para limpiarme el dedo, y me devolvieron mi cédula. Todo muy rápido.
Así llegué a mi casa a las siete y media de la mañana, mientras pasaba un señor por la acera con el mal de Parkinson, tembloroso como la “democracia” dominicana.

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